«Dios está más empeñado que todos los delegados vocacionales en que haya sacerdotes»

Habla el delegado de pastoral vocacional de la diócesis de Cartagena

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MURCIA, 17 marzo 2003 (ZENIT.org).- El seminario mayor de San Fulgencio, en la diócesis de Cartagena (Murcia), ha ido creciendo lentamente hasta convertirse en el quinto más numeroso de España, con 68 aspirantes al sacerdocio, por detrás de sedes tan egregias como Madrid, Toledo y Valencia.

La explicación, según don Jesús Aguilar Mondéjar, delegado de pastoral vocacional de la diócesis murciana y formador del seminario, es que «Dios está más empeñado que todos los delegados vocacionales en que haya sacerdotes».

–Su seminario es uno de los más numerosos de España. ¿A qué se debe? ¿Qué «técnicas« emplean para conseguir vocaciones?

–«Uno de los más numerosos»… No lo sé como andarán las estadísticas a nivel nacional. Si esto es verdad, creo que todos tenemos que incrementar la oración e insistirle al Señor que siga bendiciendo a su iglesia con vocaciones de especial consagración.

–Jesús Aguilar: ¿A qué se debe? El Señor sabrá… Mucho del éxito se debe a que queremos hacer realidad las indicaciones de nuestros pastores reflejadas en los planes de formación para los seminarios. Dicen los que entienden que las vocaciones son posibles cuando se dan cuatro elementos: vida de oración, acompañamiento, vida sacramental y compromiso de servicio a personas necesitadas. Sin olvidar que es siempre un regalo, un «don» y el que lleva la iniciativa siempre es Dios. Él es el que llama y está detrás, delante y en toda vocación. Dejar que Dios se posesione de toda la vida y la configure a su antojo.

Pedirme qué «técnicas» emplean… es hablar otro idioma. El vocacionado rezuma agradecimiento. Un agradecimiento enorme porque Dios se ha fijado de manera especial en uno. Como ocurre en el enamoramiento, no hay razones que lo agoten. Querer hacer un cursillo de técnicas de enamoramiento seria muy artificial y poco verdadero. La sorpresa nos la sigue dando el Señor, Él sigue impulsando y preocupándose por su pueblo, y Él esta mucho más empeñado que todos los delegados vocacionales en que siga habiendo sacerdotes que crezcan en amistad con él, que crezcan en su contacto, en cercanía, y vivan el misterio que nos supera y que no logramos muchas veces entender como María, que tenía que guardar en su corazón, meditar, rumiar, pasar por la oración…

Es importante sentirse querido y pedirle al Señor una mayor luz para ver nuestras miserias y confiar en la gran misericordia de Dios y en la sangre de Cristo derramada por nosotros; experimentar que en medio del sufrimiento y fracaso uno puede ser feliz y del fondo del ser brota como un cántico de alabanza por saberse querido por el Señor. Significa experimentar tu vida en manos de tu creador: «Para los que aman al Señor todo ocurre para bien» (Romanos 8, 28). Vivir así es tener fuerzas para gritar muy fuerte que nada nos separa de ese amor que Dios nos tiene y que no estamos huérfanos, que Él hace camino con nosotros, que no se desentiende, que nos acompaña lo veamos o no. Casi sin darnos cuenta va haciendo posible en nosotros la gratuidad, la alabanza, la alegría, la salvación, el perdón… hasta llegar a poder decir como Pablo: «Sé de quien me he fiado».

–Durante muchos años, en numerosos seminarios impartían clases profesores que enseñaban doctrina que estaba claramente fuera del Magisterio eclesial. ¿Ha pasado ya esta época?

–Jesús Aguilar: En mi experiencia, tanto de alumno –cuando era seminarista– como ahora siendo formador, la comunión con el Magisterio no se ha puesto nunca en duda. Es verdad que se pueden dar acentos, matices en el servicio de la reflexión teológica… pero estos acentos nos dicen que la unidad esta por encima de la «uniformidad». «La fidelidad al Magisterio no es freno para una recta investigación, sino condición necesaria de auténtico progreso: de la verdadera doctrina» (Alocución a los religiosos en Madrid, 2-11-1982). Siempre nos han transmitido que la adhesión al Magisterio es la condición necesaria e indispensable para una correcta lectura de «los signos de los tiempos» y, en consecuencia, condición indispensable para la fecundidad sobrenatural de todos los ministerios en la Iglesia ya que el Espíritu Santo ha depositado en la iglesia el carisma especial del Magisterio.

–¿Cuál es el perfil de los jóvenes que ingresan hoy en el Seminario?

–Jesús Aguilar: El seminarista de hoy está identificado con su generación juvenil. Lleva en su sangre los valores y debilidades de su generación. Ha interiorizado en mayor o menor medida sus rasgos fundamentales. Pero también es verdad que sobresalen con algunas características que los podrían hacer ver como que no quedan encerrados en el «perfil» de las estadísticas sociológicas: Primer dato que llamaría la atención, su fe; la necesidad de silencio y oración, contemplación. Este suele ser un punto de partida para el planteamiento de una vocación. Más de una vez cada uno de los que están en nuestros seminarios se han planteado la pregunta: «Señor, ¿Qué quieres que haga?». Sienten la urgencia de darse con amor activo y desinteresado al servicio de los hombres y de los pueblos más débiles y necesitados. La misma situación generalizada de increencia les hace sentir más la urgencia del testimonio evangélico. Esta podría ser la radiografía, pero son muchos más los valores y las actitudes positivas a destacar…

–La formación que se imparte en los seminarios, ¿está actualizada? Es decir, a los futuros sacerdotes, ¿se les enseña algo sobre los medios de comunicación, sobre cómo trabajar con jóvenes y demás temas de actualidad?

–Jesús Aguilar: El plan de formación de los obispos tienen muy en cuenta al hombre que hay que evangelizar, al hombre de nuestro tiempo… Es importante conocerlo para amarle, y hoy más que nunca se necesitan testigos que confiesen su fe de palabra y con su vida, que no se avergüencen, ni se acomplejen, que les llene de gozo ser testigos del Evangelio, servidores de la verdad que nos hace libres, animados por el amor que nos hace hijos y hermanos; trabajadores incansables por la unidad y la paz; buscadores y realizadores de la justicia; volcados sobre los más débiles, sensibles a los avatares de la historia, que revaloricen su condición de creyentes y estén gozosos de serlo; animadores de la comunidad creyente, alentadores de la esperanza que desbarata cualquier tentación de desencanto, catastrofista, y cualquier absoluto que no sea Dios y su voluntad. Como podrá observar, todo lo que tiene que ver con la formación es complejo y apasionante, y no se puede reducir a unas simples materias. Tiene que tocar toda la persona y son muchos los campos de los que tienen que rendir cuentas en su formación tanto humana, espiritual, intelectual y pastoral. Necesitamos pastores que entreguen su vida: el discípulo no es más que su maestro y está llamado a seguir sus pasos.

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ZENIT Staff

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