Dios mira la fe de sus elegidos

Reflexión de Benedicto XVI durante el Ángelus

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A mediodía de hoy, el santo padre Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano para rezar el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro.

A continuación las palabras del Papa al introducir la oración mariana:

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¡Queridos hermanos y hermanas!

En la liturgia de hoy, el Evangelio según san Lucas presenta el pasaje de la llamadas de los primeros discípulos, con una versión original respecto a los otros dos sinópticos, Marcos y Mateo (cfr Mc 1,16-20; Mt 4,18-22). La llamada, de hecho, está precedida de la enseñanza de Jesús a la multitud y de la pesca milagrosa, cumplida por voluntad del Señor (Lc 5,1-6). Mientras la multitud se reúne a las orillas del lago de Jerusalén para escuchar a Jesús, Él ve a Simón desalentado por no haber pescado nada en toda la noche. Primero le pide subir a la barca para predicar a la gente estando a poca distancia de la orilla; después, terminada la predicación, le pide que vaya mar adentro con sus compañeros y que echen las redes (cfr v. 5). Simón obedece y pescan una cantidad increíble de pescado. De esta forma, el evangelista hace ver como los primeros discípulos siguieron a Jesús fiándose de Él, fundándose en su Palabra, acompañada también de signos prodigiosos. Observamos que, antes de este signo, Simón se dirige a Jesús llamándole «Maestro» (v. 5), mientras que después le llama «Señor» (v. 7). Es la pedagogía de la llamada de Dios, que no mira tanto a la calidad de los elegidos, sino a su fe, como la de Simón que dice: «En tu palabra, echaré las redes» (v. 5).

La imagen de la pesca remite a la misión de la Iglesia. Comenta al respecto san Agustín: «Dos veces los discípulos se pusieron a pescar por orden del Señor: una vez antes de la pasión y otra después de la resurrección. En las dos pescas está representada toda la Iglesia: la Iglesia como es ahora y como será después de la resurrección de los muertos. Ahora acoge a una multitud imposible de numerar, que comprende a los buenos y a los malos; después de la resurrección comprenderá sólo a los buenos» (Discurso 248,1). La experiencia de Pedro, ciertamente singular, es también representativa de la llamada de cada apóstol del Evangelio, que no debe nunca desanimarse en el anunciar a Cristo a todos lo hombres, hasta los confines del mundo. Además, el texto de hoy hace reflexionar sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada. Esa es obra de Dios. El hombre no es autor de la propia vocación, sino que es una respuesta a la propuesta divina; y la debilidad humana no debe tener miedo si Dios llama. Es necesario tener confianza en su fuerza que actúa precisamente en nuestra pobreza; es necesario confiar cada vez más en la potencia de su misericordia, que transforma y renueva.

Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios revive también en nosotros y en nuestras comunidades cristianas el valor, la confianza y el impulso en el anunciar y testimoniar el Evangelio. Que los fracasos y las dificultades no lleven al desanimo: a nosotros nos corresponde echar las redes con fe, el Señor hace el resto.

Confiamos también en la intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles. A la llamada del Señor, ella, muy consciente de su pequeñez, responde con total confianza: «Aquí estoy». Con su ayuda maternal, renovamos nuestra disponibilidad a seguir a Jesús, Maestro y Señor.

Traducido del original italiano por Rocío Lancho García

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ZENIT Staff

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