«Dios nos grita a través de nuestro dolor»

Entrevista con el filósofo José Ramón Ayllón

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BARCELONA, 18 julio 2003 (ZENIT.org).- El diario La Vanguardia publicó el jueves una entrevista a José Ramón Ayllón en la que el filósofo, respondiendo a las preguntas de Ima Sanchís, abordó el misterio del sufrimiento y del dolor.

Originario de Santoña (Cantabria, España), Ayllón es católico, tiene 47 años y fue profesor de enseñanza secundaria durante 15 años. Actualmente, se dedica a escribir. Su especialidad es la ética.

Entre sus publicaciones, el libro «Dios y los náufragos» (Editorial Belacqua, Barcelona, 2002), al que alude en la entrevista, es un ensayo sobre el sentido de la vida, referido a su clave divina. En el volumen, el autor selecciona y deja hablar a 26 pensadores agnósticos, ateos, conversos, enfrentados a la más radical de las cuestiones, la pregunta sobre Dios.

Por su interés, reproducimos el texto íntegro de dicha entrevista.

* * *

–¿Dios es el espejo del hombre?

–Yo creo que más bien es al revés: el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios.

–Puede que nuestro papel en este planeta no sea alabar a Dios sino crearlo.

–Si usted está dispuesta a esgrimir las tesis hegelianas –defender que Dios es una sublimación de los deseos humanos– vamos a estar animados; pero déjeme advertirle…

–Adelante.

–Todos los conversos tienen en común que no se convierten a una teoría o a unas ideas, sino a una persona que tuvo nombre y apellidos y que se llamaba Jesucristo.

–¿Y qué más tienen en común?

–Todos los hombres de ciencia, novelistas, filósofos y pensadores que he seleccionado en «Dios y los náufragos» han tenido vidas conmovedoras y difíciles. Todos hablan desde un profundo conocimiento de la experiencia humana, del dolor y el sufrimiento.

–¿Dios se esconde detrás del sufrimiento?

–Una noche la Guardia Civil llamó a Narciso Yepes: «Su hijo ha fallecido». ¿Cree que alguien puede ver a Dios detrás de eso?

–A Dios o al diablo.

–«Cuando se vive con fe –le diría Yepes–, se entiende mejor el dolor humano. El dolor acerca a la intimidad de Dios».

–¿Sabe?, adoro la alegría.

–Yepes, un converso, dijo que había alcanzado la certeza moral y hasta física de que la muerte es un paso maravilloso: «Llegar por fin a la felicidad que nunca se acaba y que nada ni nadie puede desbaratar».

–¿Qué le sucedió a este ilustre hombre?

–Había sido ateo toda su vida y un día, de repente, cuando estaba acodado en un puente del Sena, escuchó dentro de él una voz: «No sólo se hizo oír –escribió–, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida».

–¿No tiene un ejemplo más racional?

–Sí, Agustín de Hipona.

–¡Pero si era obispo y además santo!

–San Agustín fue un «play-boy» total y absoluto y, si no, lea sus «Confesiones». Lo que pasa es que era un tipo muy listo y llegó a Dios por eliminación de posibilidades. Él se da cuenta de que el corazón humano está hecho para ser feliz y no le salen las cuentas.

–Hasta ahí estoy de acuerdo.

–Pues sigamos. Tenemos un corazón con una capacidad inmensa para amar y ser amados y está claro que aquí, en la tierra, no lo vamos a llenar nunca.

–No me diga eso.

–San Agustín, Platón y Kant argumentaban que las necesidades del hombre existen porque pueden ser colmadas.

–Aunque no siempre lo sean…

–Ese es otro tema. El caso es que tenemos sed y hay agua, sentimos hambre y hay comida… Todos tenemos necesidad de justicia y el sentimiento interno de la dignidad humana; si no, no saltaríamos cuando nos pisan.

–El mundo está lleno de pisoteados.

–Eso le demuestra que existe un Dios que hará justicia; si no, por qué tenemos ese instinto. Ahí tiene la demostración kantiana de la existencia de Dios.

–Una idea simple.

–Y muy profunda. Recuerde lo que dijo Pascal, máximo exponente del racionalismo: «Para los que quieren creer en Dios hay suficiente luz. Para los que no quieren creer hay suficiente oscuridad».

–Hay un viejo proverbio que dice: «Dios escribe derecho con renglones torcidos».

–Todo agnóstico se encuentra con el escollo del sufrimiento humano. En su libro «El hombre en busca de sentido», Viktor Frankl, discípulo de Freud y superviviente de Auschwitz, explica que si ponemos a un chimpancé una dolorosa vacuna que puede salvar la humanidad, el mono no lo entenderá. La respuesta al dolor humano la tiene Dios.

–Es como un pez que se muerde la cola.

–El filósofo Clives S. Lewis, otro converso, reflexionó mucho sobre el dolor y concluyó que Dios nos habla por medio de la conciencia y nos grita por medio de nuestros dolores: los usa como megáfono para despertar un mundo de sordos.

–Bonita manera de devolvernos a la cruda realidad.

–«El dolor, la injusticia y el error –dice Lewis– son tres tipos de males con una diferencia: la injusticia y el error pueden ser ignorados por el que vive en ellos, mientras que el dolor no puede ser ignorado y toda persona sabe que algo anda mal cuando sufre».

–¿No tendría en su chistera una visión de Dios más «humana»?

–Je, je, vayamos a Gilbert K. Chesterton, considerado uno de los grandes escritores del siglo XX: «Después de haber permanecido en los abismos del pensamiento contemporáneo, tuve un fuerte impulso interior para rebelarme y desechar semejante pesadilla».

–Lúcido.

–Je, je… «Como encontraba poca ayuda en la filosofía y ninguna en la religión, inventé una teoría mística rudimentaria: la mera existencia era lo suficientemente extraordinaria para ser estimulante».

–Me gusta.

–En su opinión, la depresión del hombre era el peor pecado. Chesterton llegó a la conclusión de que los valores que predica el cristianismo –prudencia, templanza, justicia, fortaleza…– eran racionalmente la mejor opción: «La tremenda imagen que alienta en las frases del Evangelio se alza más allá de todos los sabios tenidos por mayores».

–De ahí a la Iglesia católica…

–Escuche, escuche a Chesterton: «Estoy orgulloso de verme atado por dogmas anticuados, como dicen mis amigos periodistas, porque sólo el dogma razonable vive lo bastante para que se le llame anticuado».

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ZENIT Staff

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