Dios y los ricos, ¿compatibles?

Eduardo Camino, ex broker, catedrático, y autor de un libro sobre el tema

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ROMA, 14 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Eduardo Camino, ex broker (asesor financiero), sacerdote y profesor de ética de los negocios en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, acaba de publicar el libro «Dios y los ricos» (Ediciones Rialp) en el que afronta la difícil relación entre Dios y la riqueza.

En esta conversación con Zenit, el profesor Camino desmonta los tópicos entorno a la riqueza, insiste en el valor de la austeridad en el camino cristiano y apela a la evangelización –también– desde la riqueza.

–Dios y los ricos: ¿Son compatibles?

–Eduardo Camino: Pienso que la riqueza, en sí misma, no es algo malo y que, por tanto, quienes poseen muchos bienes no por ello pueden, a priori, considerarse al margen del amor de Dios o fuera de su plan de salvación.

Quizás esto se vea más claro con la siguiente distinción: una cosa es la pobreza como carencia de medios materiales y, otra, la pobreza como virtud. Mientras la primera se suele afrontar como algo «que hay remediar», en el caso de la segunda se trata, sobre todo, de algo «que hay que aprender a vivir» y en lo que continuamente podemos crecer.

–¿En qué modo la riqueza puede ser lugar de encuentro para su vocación?

–Eduardo Camino: Dios puede servirse de cualquier circunstancia, de cualquier situación para hacer que el hombre sea consciente de su llamada, de su vocación.

A Pedro le llama junto a las redes, a Mateo «sentado» en su banco de recaudador, a Pablo mientras trataba de combatir el cristianismo… La riqueza, en este sentido, no en una circunstancia mejor o peor que otras.

En el libro, la cuestión de la riqueza es enmarcado a propósito dentro del de la vocación, pues pienso que las exigencias de la virtud de la pobreza aparecen más claras, y por tanto resultan más fáciles de vivir, cuando uno logra englobarlas dentro de «aquello» que da sentido a la totalidad de su existencia.

–Usted sugiere que la riqueza no es un obstáculo para encontrar a Dios. No le parece que el pasaje evangélico que da pie al libro (la vocación de Mateo) indica lo contrario?

–Eduardo Camino: No. Ese «dejar todo» de Mateo cuando Jesús lo llama, es el mismo «dejar todo» que encontramos en Pedro, en Andrés, en Juan, etc.

La riqueza en el caso de Mateo no fue un obstáculo para encontrar a Dios, como tampoco lo fueron las barcas y las redes para aquellos apóstoles que, antes de seguir al Maestro, eran pescadores.

Ahora bien, esto requiere una ulterior matización que se explica en el libro cuando se contempla la posibilidad de que Mateo, como el resto de los Apóstoles, vuelvan a ejercer su profesión.

–En una nota al pie de página de su libro afirma que «la pobreza debe resplandecer siempre en la Iglesia». ¿Tiene la sensación que la realidad se adecua a su deseo?

–Eduardo Camino: Para Dios toda la riqueza material de este mundo es poca cosa. Es lógico que como demostración de nuestra fe y sobre todo de nuestro amor procuremos, dentro de nuestras posibilidades, darle, reservarle lo mejor. Los enamorados no se regalan flores marchitas ni trozos de alambre.

Y esta actitud es compatible con la exigencia en el plano personal de vivir realmente desprendido de los bienes materiales, sabiendo que las exigencias concretas de esta virtud dependen de la posición social y de las circunstancias de cada uno.

–¿La pobreza, el desprendimiento y la austeridad son esenciales para el cristianismo?

–Eduardo Camino: Sí. Además, en una sociedad materializada como en la que actualmente vivimos quizá sea ésta una virtud sobre la que valga la pena insistir. En este sentido déjeme que añada lo siguiente.

Siempre he considerado los mandamientos como ayudas de Dios (a un hombre que tras el pecado original ha quedado «despistado» en su entendimiento y «debilitado» en su voluntad). Por eso me llama la atención esa doble ayuda divina a dos de nuestras dimensiones existenciales: la dimensión sexuada y la que se refiere a la relación con los bienes materiales.

Para ello Dios se ha valido, en cada caso, no de uno, sino de dos mandamientos: el sexto y el noveno, el séptimo y el décimo. Es decir, la desorientación a la que podríamos llegar en estas dimensiones podría ser tal que ha querido ayudarnos tanto a nivel externo como interno (de pensamiento, deseo, etc.). ¿No cree que esta doble ayuda encaja «como anillo al dedo» en una sociedad que exagera el sexo y el dinero?

–¿Se puede evangelizar desde la riqueza?

–Eduardo Camino: No sólo se puede, se debe. En este sentido aquellos que poseen mayor cantidad de bienes poseen también una mayor responsabilidad.

Como en tantos otros campos, también aquí el ejemplo vale más que mil palabras. Ejemplo que es parte esencial de ese evangelizar. Una actitud de señorío, un «estar por encima» de los bienes materiales, atrae y tiene una fuerza muchas veces superior al discurso o al razonamiento lógico.

Me refiero a una pobreza vivida no como virtud estoica, sino de manera tal que sea capaz de contagiar, de reflejar y transmitir la belleza y libertad que se esconden en el desprendimiento.

Frente a la aparente seguridad que muchas veces se busca en la posesión de cada vez más bienes materiales, sobresale una pobreza que, vivida así, se revela como enorme fuerza liberadora.

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ZENIT Staff

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