Discurso a los embajadores de Nepal, Zambia, Andorra, Seychelles y Mali

“La persona también tiene necesidad de fraternidad”

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 16 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI dirigió este jueves a los nuevos embajadores de Nepal, Zambia, Andorra, Seychelles y Mali ante la Santa Sede, a quienes recibió en el Vaticano con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.

***

Señora y Señores Embajadores

Me resulta una alegría recibirles esta mañana en el Palacio apostólico para la presentación de las Cartas que les acreditan como Embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de sus respectivos países ante la Santa Sede: Nepal, Zambia, el Principado de Andorra, la República de las Seychelles y Mali. Me han dirigido palabras corteses de parte de sus respectivos Jefes de Estado y se las agradezco. Me gustaría transmitirles de vuelta mis deferentes saludos y mis votos respetuosos por sus personas y por la alta misión que cumplen al servicio de su país y de su pueblo. A través suyo, deseo también saludar a todas las autoridades civiles y religiosas de sus naciones, así como al conjunto de sus compatriotas. Mis oraciones y mis pensamientos van naturalmente también a las comunidades católicas presentes en sus países. Viviendo el Evangelio, se preocupan por dar testimonio de un espíritu de colaboración fraterna.

Querría, Excelencias, hablar de la fraternidad humana. Se ha hecho un llamamiento de manera conmovedora todo este año para aliviar a Haití, primero devastada por un terremoto y después por el cólera. Otras tragedias han golpeado por desgracia a otros países durante este año. Vuestros países, la comunidad internacional y el mundo asociativo ha respondido a los llamamientos de ayuda especialmente urgentes, ayuda que convendría naturalmente continuar e intensificar. Por su parte, y a través de sus diversas instituciones, la Iglesia aporta una contribución multiforme que prolonga a lo largo del tiempo.

El bello ideal de fraternidad, que se encuentra en la divisa nacional de numerosos países, ha encontrado en el desarrollo del pensamiento filosófico y político una resonancia menor en comparación con otros ideales como la libertad, la igualdad, el progreso o la unidad. Se trata de un principio que ha permanecido en gran parte como letra muerta en las sociedades políticas modernas y contemporáneas, sobre todo a causa de la influencia ejercida por las ideologías individualistas o colectivistas (cf. Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, n. 390). La fraternidad tiene, como saben, un significado particular para los cristianos debido al diseño de amor fraterno de Dios, de fraternidad, pues, revelada por Cristo. Por cierto, en mi última encíclica Caritas in veritate, he abordado ampliamente este tema indispensable para una convivencia humana armoniosa.

Para vivir dignamente, todo ser humano necesita respeto: necesita también que se le haga justicia y que sus derechos sean reconocidos de una manera concreta. Sin embargo, esto no es suficiente para llevar una vida plenamente humana: en efecto, la persona tiene también necesidad de fraternidad. Esto es cierto no sólo en las relaciones de proximidad, sino también a escala planetaria. Sin embargo, aunque el proceso de globalización en curso aproxima a los seres humanos entre sí, no les hace por ello hermanos. Se trata de un problema importante porque, como reveló mi predecesor el Papa Pablo VI “el subdesarrollo tiene como causa profunda la falta de fraternidad” (cf. Populorum progressio, n. 66).

La razón humana es capaz de reconocer la igualdad de todos los hombres y la necesidad de limitar las excesivas disparidades entre ellos, pero es incapaz de instituir la fraternidad. Ésta es un don sobrenatural. Por su parte, la Iglesia ve la realización de la fraternidad humana en la tierra como una vocación contenida en el designio creador de Dios, que quiere que ella sea cada vez más fielmente, la hacedora de esa fraternidad, tanto en el ámbito universal como en el ámbito local como lo es en los países que ustedes representan ante la Santa Sede.

Si, acompañando la misión específicamente espiritual que Cristo le ha confiado, la Iglesia suscita entre sus discípulos una proximidad particular, no desea menos aportar su contribución, sincera y fuerte, a la formación de una comunidad más fraterna entre todos los seres humanos. Por eso, ella se prohíbe actuar como un lobby, preocupada sólo por sus intereses, y sin embargo trabaja, bajo la mirada de Aquel que es el Creador de todos los hombres, queriendo honrar la dignidad de cada uno. Ella se esfuerza, así, por poner el amor y la paz en la base de los múltiples vínculos humanos que relacionan a las personas entre sí, como Dios lo ha querido en su sabiduría creadora.

En la vida cotidiana, la fraternidad encuentra una expresión concreta en la gratuidad y el respeto. Estos están llamados a manifestarse en todos los espacios de la actividad humana, incluyendo la actividad económica. La identidad profunda del hombre, su ser-en-relación, se expresa también en su actividad económica que es uno de los terrenos de mayor cooperación entre los hombres. A través de mi última Encíclica, he querido poner en evidencia el hecho de que la economía es un lugar donde el don es también posible e incluso necesario (cf. Caritas in veritate, nn.34-39).

Toda forma de don es, en definitiva, un signo de la presencia de Dios, porque conduce al descubrimiento fundamental que está en el origen, todo es donado. Una toma de conciencia así no hace las conquistas del hombre menos bellas, sino que lo libera de la primera de todas las servidumbres, la de querer crearse a sí mismo. Al contrario, en el reconocimiento de lo que le es donado, el hombre puede abrirse a la acción de la gracia y entender que está llamado a desarrollarse, no contra o a costa de los demás, sino con ellos y en comunión con ellos.

Sin embargo, si la fraternidad vivida entre los hombres puede encontrar un eco positivo en términos de “eficacia social”, no hay que olvidar que ésta no constituye un medio, sino que es un fin en sí misma (cf. Caritas in veritate, n° 20). La Iglesia cree en Cristo que nos revela que Dios es amor (cf. Jn 4, 8). También está convencida de que a todos los que creen en la caridad divina, Dios les da la certeza de que “el camino del amor está abierto a todos los hombres y que el esfuerzo dirigido a instaurar una fraternidad universal no es en vano” (Gaudium et Spes, 38).

Como diplomáticos, se interesan, sin ninguna duda, de manera particular, por los distintos aspectos de la vida político-social que acabo de desarrollar. Durante su misión ante la Sede Apostólica, tendrán la posibilidad, Excelencias, de descubrir más directamente las acciones y las preocupaciones de la Iglesia en todos los continentes. Encontrarán en mis colaboradores una atención amable. Sobre ustedes, sus familias, los miembros de sus Misiones diplomáticas y todas las naciones que representan, invoco abundantes Bendiciones divinas.

[Traducción del original francés por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación