Discurso de Benedicto XVI a la Fraternidad de Comunión y Liberación

Pronunciado el 24 de marzo

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 27 marzo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI al reunirse con más de 80 mil participantes en la peregrinación promovida por la Fraternidad de Comunión y Liberación con motivo del vigésimo quinto aniversario de su reconocimiento pontificio.

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Queridos hermanos y hermanas:

Para mí es motivo de gran alegría daros la bienvenida hoy, en esta plaza de San Pedro, con motivo del vigésimo quinto aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación. A cada uno de vosotros dirijo mi cordial saludo, en particular, a los prelados, a los sacerdotes, y a los responsables presentes. De manera especial, saludo a don Julián Carrón, presidente de vuestra Fraternidad, y le doy las gracias por las bellas y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros.

Mi primer pensamiento se dirige a vuestro fundador, monseñor Luigi Giussani, con quien me unen tantos recuerdos y que se había convertido en un verdadero amigo. El último encuentro, como ha mencionado monseñor Carrón, tuvo lugar en la catedral de Milán, en febrero de hace dos años, cuando el querido Juan Pablo II me envió a presidir sus funerales. El Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia a través de él, un movimiento, el vuestro, para testimoniar la belleza de ser cristianos en una época en la que se difundía la opinión de que el cristianismo era algo cansado y opresor. Don Giussani se empeñó entonces en volver a despertar entre los jóvenes el amor por Cristo, «Camino, Verdad y Vida», repitiendo que sólo Él es el camino hacia la realización de los deseos más profundos del corazón del hombre y que Cristo no nos salva a despecho de nuestra humanidad, sino a través de ella. Como recordé en la homilía con motivo de su funeral, este valiente sacerdote, criado en una casa pobre de pan, pero rica de música, como le gustaba decir, desde el inicio quedó tocado, es más herido, por el deseo de belleza, pero no de una belleza cualquiera. Buscaba la Belleza misma, la Belleza infinita que encontró en Cristo.

¿Cómo no recordar, además, los numerosos encuentros y contactos de don Giussani con mi venerado predecesor, Juan Pablo II? En una fecha para vosotros querida, el Papa quiso confirmar una vez más que la original intuición pedagógica de Comunión y Liberación consiste en volver a proponer, de manera fascinante y en sintonía con la cultura contemporánea, el acontecimiento cristiano, percibido como fuente de nuevos valores y capaz de dar sentido a toda la existencia.

El acontecimiento que cambió la vida del fundador ha «herido» también la de muchísimos de sus hijos espirituales, y ha dado lugar a las múltiples experiencias religiosas y eclesiales que conforman la historia de vuestra grande y articulada familia espiritual. Comunión y Liberación es una experiencia comunitaria de la fe, que no nació en la Iglesia de una voluntad organizativa de la Jerarquía, sino de un encuentro renovado con Cristo y, podemos decir así, de un impulso que se deriva en última instancia del Espíritu Santo. Hoy sigue ofreciendo una posibilidad de vivir de manera profunda y actualizada la fe cristiana, por una parte con total fidelidad y comunión con el sucesor de Pedro y con los pastores que aseguran el gobierno de la Iglesia; por otra, con una espontaneidad y una libertad que permiten nuevas y proféticas realizaciones apostólicas y misioneras.

Queridos amigos, vuestro movimiento se integra de este modo en el gran florecimiento de asociaciones, movimientos y nuevas realidades eclesiales suscitados providencialmente por el Espíritu Santo en la Iglesia tras el Concilio Vaticano. Todo don del Espíritu se encuentra necesariamente en su origen al servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo, ofreciendo un testimonio de la inmensa caridad de Dios para la vida de todo hombre. La realidad de los movimientos eclesiales, por tanto, es signo de la fecundad del Espíritu del Señor para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero confiado a toda la Iglesia.

En el mensaje al Congreso mundial de los movimientos eclesiales, el 27 de mayo de 1998, el siervo de Dios Juan Pablo II repitió que en la Iglesia no se da un contraste o una contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática, de la que los movimientos son una expresión significativa, pus ambas son co-esenciales para la constitución divina del Pueblo de Dios. En la Iglesia, las instituciones esenciales también son carismáticas y por otra parte los carismas tienen que institucionalizarse de una manera o de otra para tener coherencia y continuidad. De este modo, ambas dimensiones originadas por el mismo Espíritu Santo para el mismo Cuerpo de Cristo contribuyen a hacer presente el misterio y la obra salvífica de Cristo en el mundo. Esto explica la atención con la que el Papa y los pastores contemplan la riqueza de dones carismáticos en la época contemporánea. En este sentido, durante un reciente encuentro con el clero y los párrocos de Roma, recodando la invitación que san Pablo dirige en la Primera Carta a los Tesalonicenses a no apagar los carismas, dije que si el Señor nos da nuevos dones tenemos que estar agradecidos, aunque en ocasiones sean incómodos. Al mismo tiempo, dado que la Iglesia es una, si los movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, tienen que integrarse naturalmente en la comunidad eclesial y servirla de manera que, en el diálogo paciente con los pastores, puedan constituir elementos edificantes para la Iglesia de hoy y de mañana.

Queridos hermanos y hermanas, el fallecido Juan Pablo II, en otra circunstancia para vosotros muy significativa os confío esta consigna: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz, que se encuentran en Cristo Redentor». Don Giussani hizo de aquellas palabras el programa de todo el movimiento y para Comunión y Liberación fue el inicio de una estación misionera que os ha llevado a ochenta países. Hoy os invito a seguir por este camino, con una fe profunda, personalizada y firmemente arraigada en el Cuerpo vivo de Cristo, la Iglesia, que hace contemporáneo a Jesús entre nosotros.

Concluimos nuestro encuentro dirigiendo el pensamiento a la Virgen con el rezo del Ángelus. Don Giussiani tenía una gran devoción por ella, alimentada por la invocación «Veni Sancte Spiritus, veni per Mariam» y por el rezo del himno a la Virgen de Dante Alighieri, que habéis repetido esta mañana. Que la Virgen Santa os acompañe y os ayude a pronunciar generosamente vuestro «sí» a la voluntad de Dios en toda circunstancia. Podéis contar, queridos amigos, con mi constante recuerdo en la oración, mientras con afecto os bendigo a los que estáis aquí presentes y a toda vuestra familia espiritual.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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