Discurso del cardenal Bertone a los obispos cubanos

Al visitar La Habana en el décimo aniversario de la visita de Juan Pablo II

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LA HABANA, jueves, 21 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estados de Benedicto XVI, en La Habana a los obispos cubanos con motivo del décimo aniversario del viaje a Cuba de Juan Pablo II.

* * *

Señor Cardenal,

Señor Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba,

Queridos Hermanos en el Episcopado:

Agradezco a Mons. Juan García Rodríguez, Arzobispo de Camagüey y Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos, y a las que correspondo con la expresión de mi sincero afecto y mi profunda estima.

En primer lugar, quisiera hacerme intérprete de los sentimientos del Santo Padre Benedicto XVI, quien, ante este viaje mío a Cuba, me encargó transmitirles a Ustedes su afectuoso saludo y su cercanía espiritual. En efecto, el Papa conoce bien la situación de la Iglesia cubana, la lleva en su corazón y la tiene muy presente en sus oraciones. Por eso espera con vivo deseo la próxima visita ad limina de los obispos cubanos, para poder así encontrarlos personalmente y estrechar los vínculos de comunión que tan fuertemente unen a los Pastores de esta noble Nación con la Sede Apostólica.

Doy gracias al Señor por la oportunidad que me ofrece de poder estar aquí con todos Ustedes y, de modo especial, en este momento en el que la Iglesia cubana celebra el décimo aniversario de la inolvidable visita del Papa Juan Pablo II a este País. Estoy plenamente convencido de que esta efeméride será también un tiempo de gracia abundante y una ocasión privilegiada para impulsar una intensa labor pastoral que, por un lado, permita consolidar los frutos espirituales ya cosechados durante estos años y, por otro, produzca una honda renovación de la vida cristiana en todo el Pueblo de Dios que camina en esta hermosa tierra.

Les animo, pues, queridos hermanos obispos, a intensificar aún más si cabe la acción pastoral que con tanta dedicación y empeño están llevando a cabo. Permítanme recordarles algo que Ustedes, como solícitos Pastores ya conocen bien: la importancia y la primacía que, tanto en la vida personal como en nuestro ministerio episcopal, debemos dar a la oración y al trato íntimo con el Señor en la vida espiritual. Sabemos también que en su ministerio los obispos deben atender muchos compromisos, programar numerosas actividades y hacer frente a muchas necesidades. Sin embargo, como ha dicho el Papa Benedicto XVI, «en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles» (Discurso a los Obispos nombrados en el último año, 22-IX-2007). De esta manera, toda nuestra acción pastoral al servicio de los fieles y de la Iglesia será verdaderamente fecunda (cf. Juan Pablo II, Ex. ap. Pastores Gregis, n. 12), porque en la intimidad de la oración con Cristo es donde maduran los mejores proyectos e iniciativas pastorales, y donde el corazón se llena de confianza y fortaleza ante las dificultades, con la seguridad de que es el Señor quien actúa en nosotros y a través de nosotros.

Les aliento también a seguir robusteciendo el espíritu de comunión entre todos los obispos, como miembros del Colegio Apostólico, y con el Papa. Todos Ustedes deben sentirse acompañados y sostenidos por sus hermanos en el Episcopado, como manifestación concreta de ese afecto colegial que nos une (ibíd. n. 8), y por la unión con el Sucesor de Pedro, a quien se le encomendó confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32). Les puedo asegurar el interés y el apoyo del Santo Padre por cada uno de Ustedes. En efecto, el testimonio de caridad fraterna y de unidad entre los obispos será, sin duda alguna, el mejor espejo en el que los fieles podrán ver reflejado el misterio de unidad que es la Iglesia.

Este espíritu de comunión ha de embargar a toda la comunidad cristiana, especialmente por la labor cercana y constante de los sacerdotes y personas consagradas, que con su ministerio y consagración colaboran estrechamente con la misión de los Pastores. A éstos, pues, corresponde una tarea inderogable de ocuparse de su formación, inicial y permanente, y de atenderlos con solicitud en todo lo que se refiere a su vida espiritual y sus afanes apostólicos, sin descuidar los aspectos personales y ambientales que pueden incidir en el ejercicio gozoso y abnegado de sus tareas.

Además, en Cuba se hace hoy de manera tangible la verdad de las palabras de Jesucristo: «La mies es abundante y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe operarios a su mies» (Mt 9,37-38). Una oración a la que debe ir vinculada una acción pastoral vocacional seria, sistemática y capilar, que haga llegar al corazón de los jóvenes cubanos el llamado a una entrega incondicional al Señor y a su Reino de amor, los acompañe con paciencia, delicadeza y solicitud en todas las etapas del discernimiento vocacional y muestre a las familias y comunidades cristianas la belleza de una vida totalmente dedicada a Cristo y a la Iglesia.

Albergo la esperanza de que la celebración de este aniversario de la visita del Papa Juan Pablo II a esta bendita tierra contribuya a dar un nuevo impulso a las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica en Cuba, para que en espíritu de respeto y entendimiento mutuo, la Iglesia pueda llevar a cabo plenamente su misión, estrictamente pastoral y al servicio de sus fieles, con la debida libertad.

A este respecto, desearía aprovechar el coloquio que tendremos a continuación para dialogar con Ustedes acerca de este importante aspecto de las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Por último, me dirijo a la Virgen María, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, para encomendarle los frutos de esta visita, al mismo tiempo que le pido por todos Ustedes, y sus comunidades diocesanas, para que Dios les bendiga, les llene de amor y esperanza, y recompense sus desvelos al servicio de Dios y de la Iglesia.

Muchísimas gracias.

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ZENIT Staff

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