Discurso del Papa al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales

Con motivo de su Asamblea Plenaria

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 28 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI ofreció hoy a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, a quienes recibió hoy en audiencia en la Sala Clementina del Palacio Apostólico.

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Queridos hermanos y hermanas,

estoy contento de acogeros con ocasión de la Plenaria del Dicasterio. Saludo al presidente, monseñor Claudio Maria Celli, a quien agradezco por sus corteses palabras, a los secretarios, los oficiales y a todo el personal.

En el Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, invité a reflexionar sobre el hecho de que las nuevas tecnologías no solamente cambian el modo de comunicar, sino que están llevando a cabo una vasta transformación cultural. Se está llevando a cabo una nueva forma de aprender y de pensar, con oportunidades inéditas de establecer relaciones y de construir comunión. Quisiera ahora detenerme en el hecho de que el pensamiento y la relación suceden siempre en la modalidad del lenguaje, entendido naturalmente en sentido general, no sólo verbal. El lenguaje no es un simple revestimiento intercambiable y provisional de conceptos, sino que el contexto viviente y palpitante en el que los pensamientos, las inquietudes y los proyectos de los hombres nacen a la conciencia y son plasmados en gestos, símbolos y palabras. El hombre, por tanto, no solo “usa”, sino que en cierto sentido “habita” el lenguaje. En particular hoy, las que el Concilio Vaticano II definió “maravillosas invenciones técnicas” (Inter mirifica, 1) están transformando el ambiente cultural, y esto requiere una atención específica a los lenguajes que se desarrollan en él. Las nuevas tecnologías “tienen la capacidad de pesar no sólo sobre las formas, sino también sobre los contenidos del pensamiento” (Aetatis novae, 4).

Los nuevos lenguajes que se desarrollan en la comunicación digital determinan, por otro lado, una capacidad más intuitiva y emotiva que analítica, orientan hacia una organización lógica del pensamiento y de la relación con la realidad, privilegian a menudo la imagen y y las conexiones hipertextuales. La tradicional distinción neta entre lenguaje escrito y oral, además, parece esfumarse a favor de una comunicación escrita que toma la forma y la inmediatez de la oralidad. Las dinámicas propias de las “redes participativas”, requieren además que la persona esté implicada en lo que comunica. Cuando las personas se intercambian informaciones, ya están compartiéndose a sí mismas y su visión del mundo: se convierten en “testigos” de lo que da sentido a su existencia. Los riesgos que se corren, ciertamente, están a los ojos de todos: la pérdida de la interioridad, la superficialidad en vivir las relaciones, la huida a la emotividad, el prevalecimiento de la opinión más convincente respecto al deseo de verdad. Y con todo estos son la consecuencia de una incapacidad de vivir con plenitud y de forma auténtica el sentido de las motivaciones. Por eso es urgente la reflexión sobre los lenguajes desarrollados por las nuevas tecnologías. El punto de partida es la misma Revelación, que nos da testimonio de cómo Dios comunicó sus maravillas precisamente en el lenguaje y en la experiencia real de los hombres, “según la cultura propia de cada época” (Gaudium et spes, 58), hasta la manifestación plena de sí del Hijo Encarnado. La fe siempre penetra, enriquece, exalta y vivifica la cultura, y esta, a su vez, se hace vehículo de la fe, a la que ofrece el lenguaje para pensarse y expresarse. Es necesario por tanto hacerse oyentes atentos de los lenguajes de los hombres de nuestro tiempo, para estar atentos a la obra de Dios en el mundo.

En este contexto, es importante el trabajo que lleva a cabo el Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales de profundizar la “cultura digital”, estimulando y apoyando la reflexión para una mayor conciencia sobre los retos que esperan a la comunidad eclesial y civil. No se trata solamente de expresar el mensaje evangélico en el lenguaje de hoy, sino que hay que tener el valor de pensar de modo más profundo, como ha sucedido en otras épocas, la relación entre la fe, la vida de la Iglesia y los cambios que el hombre está viviendo. Es el compromiso de ayudar a cuantos tienen responsabilidad en la Iglesia a ser capaces de entender, interpretar y hablar el “nuevo lenguaje” de los media en función pastoral (cfr Aetatis novae, 2), en diálogo con el mundo contemporáneo, preguntándose: ¿Qué desafíos plantea a la fe y a la teología el llamado “pensamiento digital”? ¿Qué preguntas y requisitos?

El mundo de la comunicación interesa a todo el universo cultural, social y espiritual de la persona humana. Si los nuevos lenguajes tienen un impacto sobre el modo de pensar y de vivir, este afecta, de alguna forma, también al mundo de la fe, su inteligencia y su expresión. La teología, según una definición clásica, es inteligencia de la fe, y sabemos bien que la inteligencia, entendida como conocimiento reflexivo y crítico, no es extraña a los cambios culturales en acto. La cultura digital plantea nuevos desafíos a nuestra capacidad de hablar y de escuchar un lenguaje simbólico que hable de la trascendencia. Jesús mismo en el anuncio del Reino supo utilizar elementos de la cultura y del ambiente de su tiempo: el rebaño, los campos, el banquete, las semillas etc. Hoy somos llamados a descubrir, también en la cultura digital, símbolos y metáforas significativas para las personas, que puedan ser de ayuda al hablar del Reino de Dios al hombre contemporáneo.

Hay que considerar también que la comunicación en los tiempos de los “nuevos medios de comunicación” comporta una relación cada vea más estrecha y ordinaria entre el hombre y las máquinas, desde los ordenadores a los teléfonos móviles, por citar sólo los más comunes. ¿Cuáles serán los efectos de esta relación constante? Ya el papa Pablo VI, refiriéndose a los primeros proyectos de automatización del análisis lingüístico del texto bíblico, indicaba una pista de reflexión cuando se preguntaba: ¿No es este esfuerzo de infundir en instrumentos mecánicos el reflejo de funciones espirituales, como se ennoblece y eleva a un servicio, que toca lo sagrado? ¿Es el espíritu el que es hecho prisionero de la materia, o no es quizás la materia, ya domada y obligada a seguir leyes del espíritu, la que ofrece al propio espíritu un sublime homenaje?” (Discurso al Centro de Automatización del Aloisianum di Gallarate, 19 junio 1964). Se intuye en estas palabras el vínculo profundo con el espíritu al que la tecnologíaestá llamada por vocación (cfr Enc. Caritas in veritate, 69).

Es precisamente la apelación a los valores espirituales la que permitirá promover una comunicación verdaderamente humana: más allá de todo entusiasmo o escepticismo fácil, sabemos que esta es una respuesta a la llamada impresa en nuestra naturaleza de seres creados a imagen y semejanza de Dios en la comunión. Por esto la comunicación bíblica según la voluntad de Dios está siempre ligada al diálogo y a la responsabilidad, como atestiguan, por ejemplo, las figuras de Abraham, Moisés, Job y los Profetas, y nunca a la seducción lingüística, como es en cambio el caso de la serpiente, o de incomunicabilidad y de violencia, como en el caso de Caín. La contribución de los creyentes entonces podrá ser de ayuda para el propio mundo de los medios de comunicación, abriendo horizontes de sentido y de valor que la cultura digital no es capaz por sí sola de entrever y de representar.

En conclusión, quiero recordar, junto a muchas otras figuras de comunicadores, la del padre Matteo Ricci, protagonista del anuncio del Evangelio en China en la era moderna, del que hemos celebrado el IV centenario de su muerte. En su ob
ra de difusión del mensaje de Cristo consideró siempre a la persona, su contexto cultural y filosófico, sus valores, su lenguaje, cogiendo todo lo positivo que se encontraba en su tradición, y ofreciendo animarlo y elevarlo con la sabiduría y la verdad de Cristo.

Queridos amigos, os doy las gracias por vuestro servicio; lo confío a la protección de la Virgen María y, asegurándoos mi oración, os imparto la Bendición Apostólica.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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