Discurso del Papa al nuevo embajador de Corea

Al presentar sus Cartas Credenciales

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 21 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que Benedicto XVI dirigió al nuevo embajador de la República de Corea, Han Hong-soon, al recibirle este jueves en el Vaticano con motivo de la presentación de sus Cartas Credenciales.

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Su Excelencia,

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Corea ante la Santa Sede. Me gustaría expresar mi gratitud por los buenos deseos que me trae del Presidente Lee Myung-bak, cuya visita al Vaticano el año pasado recuerdo muy complacido. De hecho, la visita de Su Excelencia sirvió para profundizar en las relaciones muy cordiales que han existido desde hace casi medio siglo entre su país y la Santa Sede. Tenga la amabilidad de transmitir mis cordiales saludos a Su Excelencia y al Gobierno, y de asegurarles mis continuas oraciones por todo el pueblo de Corea.

Es alentador observar el notable crecimiento económico que su país ha experimentado en los años recientes, que ha transformado a Corea de un receptor neto de ayuda en un país donante. Un desarrollo así sería inconcebible sin un destacado nivel industrial y la generosidad por parte del pueblo coreano, y aprovecho esta oportunidad para rendir tributo a sus logros. Al mismo tiempo, como su Presidente destacó durante su visita al Vaticano, hay peligros que conlleva el rápido crecimiento económico que pueden llevar a eludir muy fácilmente las consideraciones éticas, con el resultado de que los miembros más pobres de la sociedad tiendan a ser excluidos de su derecho a compartir la prosperidad de la nación. La crisis financiera de los años recientes ha exacerbado el problema, pero también ha centrado la atención en la necesidad de renovar las bases éticas de toda actividad económica y política. Deseo alentar a su Gobierno en su compromiso para garantizar la justicia social y la preocupación por que el bien común aumente junto a la prosperidad material, y le aseguro que la Iglesia Católica en Corea está preparada y dispuesta a trabajar con el Gobierno en su intento de promover estos dignos objetivos.

De hecho, el compromiso de la Iglesia local para trabajar por el bien de la sociedad está bien ilustrado por la gran variedad de apostolados en los que está comprometida. Por medio de su red de escuelas y sus programas educativos contribuye en gran medida a la formación moral y espiritual de los jóvenes. A través de su trabajo por el diálogo interreligioso intenta romper barreras entre pueblos y fomentar la cohesión social basada en el respeto mutuo y en el aumento de la comprensión. En su acción caritativa busca ayudar a los pobres y los necesitados, especialmente refugiados y trabajadores inmigrantes que tan a menudo se encuentran en los márgenes de la sociedad. De todas esas formas, la Iglesia local ayuda a nutrir y promover los valores de la solidaridad y la fraternidad que son esenciales para el bien común de cualquier comunidad humana, y reconoce con gratitud el aprecio mostrado por el Gobierno por el compromiso de la Iglesia en esas áreas.

Además, la Iglesia “tiene una función pública que no se agota en sus actividades de asistencia o educación” (Caritas in Veritate, 11). Es una función que implica proclamar las verdades del Evangelio, que continuamente nos desafían a mirar más allá del pragmatismo y los intereses partidistas que pueden tan a menudo condicionar las elecciones políticas, y a darnos cuenta de las obligaciones que nos incumben en vista de la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Esto requiere de nosotros un claro compromiso de defender la vida humana en todas sus fases desde la concepción hasta la muerte natural, promover la vida familiar estable según las normas de la ley natural y construir la paz y la justicia allí donde haya conflicto. La importancia que su Gobierno otorga a nuestras relaciones diplomáticas demuestra su reconocimiento de la función profética de la Iglesia en esas áreas, y le doy las gracias por la buena voluntad que ha expresado, en nombre del Gobierno, de continuar trabajando con la Santa Sede para promover el bien común de la sociedad.

En este contexto me gustaría expresar el aprecio de la Santa Sede por la activa función desempeñada por la República de Corea en la comunidad internacional. Promoviendo la paz y la estabilidad de la península, así como la seguridad y la integración económica de las naciones de la región de Asia-Pacífico, a través de sus amplios contactos diplomáticos con los países africanos, y especialmente acogiendo el próximo mes la cumbre del G20 en Seúl, su Gobierno ha dado sobradas pruebas de su función como un importante actor en el escenario mundial, y ha ayudado a garantizar que el proceso de globalización sea dirigido por consideraciones de solidaridad y fraternidad. Bajo “la guía de la caridad en la verdad”, la Santa Sede está dispuesta a cooperar con todos los esfuerzos por dirigir las fuerzas de poder que determinan las vidas de millones de personas hacia la “’civilización del amor’ cuya semilla Dios ha plantado en cada pueblo, en cada cultura” (Caritas in Veritate, 33).

Su Excelencia, usted ha hablado del Consejo de Laicos Católicos de Asia que tuvo lugar en Seúl a principios de septiembre bajo los auspicios del Consejo Pontificio para los Laicos. Yo también veo en este importante evento un signo claro de la cooperación fructífera que ya existe entre su país y la Santa Sede y que es un buen augurio para el futuro de nuestras relaciones. Era sencillamente justo que el enfoque del Congreso se centrara en los fieles laicos que, como usted ha destacado, no sólo sembraron las primeras semillas del Evangelio en Corea sino que además dieron testimonio en gran número de su fe firme en Cristo a través del derramamiento de su sangre. Estoy seguro de que, inspirados y fortalecidos por el testimonio de los mártires coreanos, los laicos y laicas continuarán construyendo la vida y el bienestar de la nación a través de “su preocupación amorosa por los pobres y los oprimidos, su disposición a perdonar a sus enemigos y perseguidores, su ejemplo de justicia, veracidad y solidaridad en su lugar de trabajo, y su presencia en la vida pública” (Mensaje con motivo del Congreso de Laicos Católicos de Asia, Seúl 2010).

Su Excelencia, al ofrecerle mis mejores deseos para el éxito de su misión, me gustaría asegurarle que los distintos departamentos de la Curia Romana están preparados para proporcionar ayuda y apoyo en el pleno cumplimiento de sus funciones. Sobre Su Excelencia, su familia y todo el pueblo de la República de Corea, invoco cordialmente abundantes bendiciones de Dios.

[Traducción del original inglés por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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