Discurso del Papa al nuevo embajador de Irán

Al recibir hoy sus Cartas credenciales

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 29 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso pronunciado hoy por el Papa Benedicto XVI al aceptar las Cartas credenciales del señor Ali Akbar Naseri, nuevo embajador de la República Islámica de Irán ante la Santa Sede.

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Señor Embajador:

Me complace acogerle en este día en que presenta las Cartas que le acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Islámica de Irán ante la Santa Sede. Le expreso mi gratitud por las amables palabras que me ha dirigido, así como por los votos que me ha transmitido de parte de Su Excelencia el Señor Mahmoud Ahmadinejad, Presidente de la República. Como respuesta, me sentiría reconocido si le agradeciera y le asegurara mis deseos cordiales para toda la Nación.

Su presencia aquí, esta mañana, manifiesta el interés de su país por el desarrollo de buenas relaciones con la Santa Sede. Como usted sabe, Señor Embajador, por su presencia en las instancias internacionales y las relaciones bilaterales con numerosos países, la Santa Sede desea defender y promover la dignidad humana. Quiere estar también al servicio del bien de la familia humana, prestando un interés particular a los aspectos técnicos, morales y humanitarios de las relaciones entre las poblaciones. Desde esta perspectiva, la Santa Sede desea consolidar las relaciones con la República Islámica de Irán, y favorecer la comprensión mutua y la colaboración para el bien común.

Irán es una gran nación que posee eminentes tradiciones espirituales y su gente tiene una sensibilidad religiosa profunda. Esto puede ser un motivo de esperanza para una apertura creciente y una colaboración confiada con la comunidad internacional. Por su parte, la Santa sede estará siempre dispuesta a trabajar en armonía con aquellos que sirven a la causa de la paz y que promueven la dignidad con la que el Creador ha dotado a todos los seres humanos. Hoy todos debemos esperar y apoyar una nueva fase de cooperación internacional, más fundada sólidamente sobre los principios humanitarios y sobre la ayuda efectiva a los que sufren, que dependiente de fríos cálculos de intercambios y de beneficios técnicos y económicos.

La fe en el único Dios debe acercar a todos los creyentes y animarles a trabajar juntos para la defensa y la promoción de los valores humanos fundamentales. Entre los derechos universales, la libertad religiosa y la libertad de conciencia, ocupan un lugar fundamental, porque son fuente de las demás libertades. La defensa de otros derechos que nacen de la dignidad de las personas y de las poblaciones, en particular la promoción de la protección de la vida, la justicia y la solidaridad, debe también ser objeto de una colaboración real. Además, como he tenido a menudo ocasión de subrayar, el establecimiento de relaciones cordiales entre los creyentes de las diversas religiones es una necesidad urgente de nuestro tiempo, para construir un mundo más humano y más conformado al proyecto de Dios sobre la creación. Celebro, pues, la existencia, desde hace varios años, de encuentros organizados regularmente, conjuntamente por el Consejo Pontificio para el Diálogo interreligioso y la Organización para la Cultura y las Relaciones islámicas, sobre los temas de interés común. Contribuyendo a buscar juntos lo que es justo y correcto, esos encuentros permiten a todos progresar en el conocimiento recíproco y cooperar en la reflexión sobre las grandes cuestiones que afectan a la vida de la humanidad.

Por otra parte, los católicos están presentes en Irán desde los primeros siglos del cristianismo y siempre han sido parte integrante de la vida y de la cultura de la Nación. Esta comunidad es realmente iraní y su experiencia secular de convivencia con los creyentes musulmanes es de una gran utilidad para la promoción de una mayor comprensión y cooperación. La Santa Sede confía que las Autoridades iraníes sabrán reforzar y garantizar a los cristianos la libertad de profesar su fe y asegurar a la comunidad católica las condiciones esenciales para su existencia, especialmente la posibilidad de tener el personal religioso suficiente y las facilidades de desplazamiento en el país para asegurar el servicio religioso de los fieles. Desde esta perspectiva, deseo que se desarrolle un diálogo confiado y sincero con las instituciones del país para mejorar la situación de las comunidades cristianas y de sus actividades en el contexto de la sociedad civil de manera que aumente su sentido de pertenencia a la vida nacional. Por su parte, la Santa Sede, en cuya naturaleza y misión se encuentra interesarse directamente por la vida de las Iglesias locales, desea hacer los esfuerzos necesarios para ayudar a la comunidad católica en Irán a mantener vivos los signos de la presencia cristiana, en un espíritu de entendimiento de buena voluntad con todos.

Señor, embajador, quisiera finalmente aprovechar esta grata ocasión para saludar afectuosamente a las comunidades católicas que viven en Irán, así como a sus Pastores. El Papa se encuentra cerca de todos los fieles y reza por ellos para que manteniendo con perseverancia su identidad propia y permaneciendo ligados a su tierra, colaboren generosamente con todos sus compatriotas en el desarrollo de la Nación.

Excelencia, al comenzar su misión ante la Santa Sede, le dirijo mis mejores deseos de éxito. Le puedo asegurar que en mis colaboradores encontrará siempre comprensión y apoyo para su dichosa realización.

Invoco de corazón sobre su persona, su familia, sus colaboradores y sobre todos los iraníes, abundantes Bendiciones del Altísimo.

[Traducción del original francés por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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