Discurso del Papa al nuevo embajador de Japón ante la Santa Sede

Al aceptar sus Cartas Credenciales

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 29 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió el pasado sábado al nuevo embajador de Japón ante la Santa Sede, Hidekazu Yamaguchi, durante la presentación de sus Cartas Credenciales.

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Excelencia,

Estoy contento de acogerle y de aceptar las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Japón ante la Santa Sede. Le estoy agradecido por los amables saludos que me ha dirigido de parte de su Majestad el Emperador. A cambio, le ruego que le transmita mis votos cordiales y la seguridad de mi oración por su salud y por la de los miembros de la Familia imperial. Estoy contento también de saludar al Gobierno y a todo el pueblo de Japón. La Santa Sede se alegra de las excelentes relaciones que han existido siempre con su país desde cuando fueron instauradas, hace casi sesenta años. Éstas se han caracterizado constantemente por la cordialidad y por la comprensión recíproca. A través de usted, Excelencia, quisiera asegurar a Su Majestad Imperial, como también al Gobierno, el compromiso de la Santa Sedeen seguir reforzando estas relaciones.

Desde su ingreso en la Organización de las Naciones Unidad, Japón ha sido un actor importante en la escena regional e internacional, y ha contribuido de modo significativo a la expansión de la paz, de la democracia y de los derechos del hombre en Extremo Oriente y también en otros lugares, en particular en los países del mundo en vías de desarrollo. La Santa Sede, por medio de sus misiones diplomáticas presentes en estos Estados, ha observado con satisfacción la financiación proporcionada por su país para el desarrollo y también para otras formas de asistencia. Las repercusiones sobre los beneficiarios son inmediatas, es verdad, pero es también ciertamente una piedra angular esencial para la instauración de una paz sólida y de la prosperidad en el conjunto de las naciones del mundo.

Trabajando así para la edificación de la unidad de la familia humana, a través de la cooperación internacional, contribuiréis a construir una economía mundial en la que cada uno ocupará el lugar que le es debido y podrá beneficiarse, como nunca antes, de los recursos mundiales. Permítame animar a su Gobierno a continuar su política de cooperación al desarrollo, en particular en los ámbitos que afectan a los más pobres y los más débiles.

Este año se cumple el sexagésimo quinto aniversario del trágico bombardeo atómico sobre las poblaciones de Hiroshima y de Nagasaki. El recuerdo de este oscuro episodio de la historia de la humanidad va siendo cada vez más doloroso, a medida que desaparecen cuantos fueron testigos de un horror semejante. Esta tragedia nos recuerda con insistencia cuán necesario es perseverar en los esfuerzos a favor de la no proliferación de las armas nucleares y del desarme. El arma nuclear sigue siendo una fuente de gran preocupación. Su posesión y el riesgo de un eventual uso generan tensiones y desconfianzas en numerosas regiones del mundo. Su nación, señor Embajador, debe ser citada como ejemplo para el apoyo constante a la búsqueda de soluciones políticas que permitan no solo impedir la proliferación de las armas nucleares, sino también de evitar que la guerra sea considerada como un medio para resolver los conflictos entre las naciones y entre los pueblos.

Compartiendo con Japón esta preocupación por crear un mundo sin armas nucleares, la Santa Sede anima a todas las naciones a instaurar pacientemente los vínculos económicos y políticos de la paz, para que se eleven como una plaza fuerte contra toda pretensión de recurso a las armas, y permitan promover el desarrollo humano integral de todos los pueblos (cfr. Audiencia general, 5 de mayo de 2010). Una parte de las sumas dedicadas a las armas podría ser destinada a proyectos de desarrollo económico y social, a la educación y a la sanidad. Esto contribuiría sin duda alguna a la estabilidad interna de los países y a la de entre los pueblos (cfr. Caritas in veritate, n. 29). En estos tiempos de inestabilidad de los mercados y del empleo, la necesidad de encontrar financiaciones seguras para el desarrollo es de hecho una constante preocupación.

Las dificultades ligadas a la recesión económica mundial actual no han dejado a salvo a ningún país. A pesar de ello, el lugar que Japón ocupa en la economía internacional sigue siendo muy importante y, con motivo de la creciente globalización del sistema comercial y de los movimientos de capitales, que es una realidad, las decisiones que tome su Gobierno seguirán teniendo repercusiones mucho más allá de sus fronteras. Que todos los pueblos de buena voluntad puedan ver en la crisis económica mundial actual una “ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo” (Caritas in veritate, n. 21), un modo de proyectar marcado por la caridad en la verdad, por la solidaridad y por un compromiso en favor de una esfera económica orientada de forma ética (cfr. ibidem, n. 36).

Su país, Excelencia, goza desde hace muchos años de la libertad de conciencia y de la libertad de culto, y la Iglesia católica en Japón tiene así la posibilidad de vivir en paz y en fraternidad con todos. Sus miembros son libres no sólo de comprometerse en la cultura y en la sociedad japonesas, sino también de llevar a cabo un papel vivo y activo en el Japón contemporáneo, en particular a través de sus universidades, sus escuelas, sus hospitales y sus instituciones caritativas, que ésta pone de buen grado al servicio de toda la comunidad. Últimamente, estas instituciones han estado contentas de responder también a las necesidades de las poblaciones migrantes llegadas a Japón, cuya situación requiere ciertamente una prudente atención y una ayuda efectiva por parte de toda la sociedad.

Además, subrayo que los miembros d la Iglesia católica en Japón están comprometidos desde hace largo tiempo en un dialogo abierto y respetuoso con las demás religiones, especialmente las que hunden sus propias raíces en su nación. La Iglesia ha promovido siempre el respeto de la persona humana en su integridad y en su dimensión espiritual, como un elemento esencial común a todas las culturas que se expresa en la búsqueda personal de lo sagrado y en la práctica religiosa. “Dios es el garante del verdadero desarrollo del hombre en cuanto, habiéndolo creado a su imagen, funda también su dignidad trascendente y alimenta su anhelo constitutivo de ‘ser más’” (ibidem, n. 29). Quisiera asegurar al pueblo japonés la gran consideración en que la Iglesia católica tiene el diálogo interreligioso, comprometiéndose firmemente en el con el fin de animar la confianza recíproca, la comprensión y la amistad, en el interés de toda la familia humana.

Finalmente, señor Embajador, permítame formular mis mejores augurios acompañados por mi oración por el éxito de su misión, y asegurarle que las diversas oficinas de la Curia Romana estarán dispuestas a ayudarla en el ejercicio de sus funciones. Sobre usted, Excelencia, sobre su familia y sobre el noble pueblo de Japón, invoco de corazón abundantes Bendiciones de Dios.

[Traducción del original en francés por Inma Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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