Discurso del Papa en la Basílica de San Marcos en Venecia

En la Asamblea para la clausura de la Visita Pastoral Diocesana

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VENECIA, lunes 9 de mayo de 2011 (ZENIT.org).- A continuación les ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a los fieles congregados en la Basílica de San Marcos, en Venecia, en la ocasión de la tercera Asamblea eclesial del Patriarcado de Venecia, celebrada para clausurar la Visita Pastoral.

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«Magnificat anima mea Dominum»

¡Queridos hermanos y hermanas! Con las palabras de la Virgen María quiero elevar, junto a vosotros, un himno de alabanza y de acción de gracias al Señor por el don de la Visita pastoral, comenzada en el Patriarcado de Venecia en 2005 y ha llegado hasta hoy, a su conclusión, con esta Asamblea General. A Dios, que nos da todo bien, dirijamos nuestra alabanza por haber sostenido vuestros propósitos espirituales y vuestros esfuerzos apostólicos durante este tiempo de Visita Pastoral, realizada por vuestro Pastor, el cardenal Angelo Scola, al que saludo y agradezco sus amables palabras dirigidas a mí, en nombre de todos. También saludo al obispo auxiliar y al obispo electo de Vicenza, los vicarios episcopales y a todos los que lo han asistido en este largo y complejo compromiso pastoral, evento de gracia y de fuerte experiencia eclesial, en el que todo el pueblo cristiano se ha regenerado en la fe, dedicándose con renovada energía a la misión. Y es, por tanto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, religiosos y fieles laicos, a los que dirijo mi afectuoso saludo y un sincero aprecio por vuestro servicio, concretamente en el desarrollo de las Asambleas eclesiales. Estoy contento de saludar a la histórica comunidad armenia de Venecia, a su abad y a los monjes mequitaristas. Un pensamiento también para el metropolita de Italia, Ghennadios y al obispo de la Iglesia ortodoxa rusa Nestor, como también a los representantes de las Comunidades luterana y anglicana.

Gratitud y alegría son los sentimientos que caracterizan este encuentro nuestro. Este se desarrolla en un espacio sagrado, lleno de arte y de memoria, de la Basílica de San Marcos, donde la fe y la creatividad humana dan lugar a una elocuente catequesis a través de imágenes. El Siervo de Dios Albino Luciani, que fue vuestro inolvidable Patriarca, describió de esta manera, su primera visita a esta Basílica, realizada cuando era un joven sacerdote: “Me encontré inmerso en un río de luz… Finalmente podía ver y disfrutar con mis ojos, todo el esplendor de un mundo de arte y de belleza único e irrepetible, cuya fascinación te penetra profundamente (Io sono il ragazzo del mio Signore, Venezia-Quarto d’Altino, 1998). Este templo es imagen y símbolo de la Iglesia de piedras vivas, que sois vosotros, cristianos de Venecia.

“’Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa’. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría” (Lc 19,5-6). ¡Cuántas veces, durante la Visita Pastoral, habéis escuchado y meditado estas palabras, que Jesús dirige a Zaqueo! Estas palabras han sido la razón que ha dirigido estos encuentros comunitarios, ofreciéndoos un eficaz estímulo para acoger a Jesús Resucitado, camino seguro para encontrar la plenitud de la vida y de la felicidad. De hecho, la auténtica realización del hombre y la verdadera alegría, no se encuentra en el poder, en el éxito, en el dinero, sino sólo en Dios, que Jesucristo nos da a conocer y nos hace cercano. Esta es la experiencia de Zaqueo. Este, según la mentalidad común, lo tiene todo: poder y dinero. Se puede definir como un “hombre realizado”: ha hecho carrera, ha conseguido lo que quería y podría decir, como el rico necio de la palabra evangélica, “Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, como, bebe y date buena vida” (Lc 12,19). Por esto su deseo de ver a Jesús es sorprendente. ¿Qué lo empuja a tratar de encontrarse con Él? Zaqueo se da cuenta de que todo lo que posee no le basta, siente el deseo de ir más allá. Y Jesús, el profeta de Nazaret, pasa por Jericó, su ciudad. De Él le han llegado el eco de palabras inusuales: bienaventurados los pobres, los humildes, los afligidos, los hambrientos de justicia. Palabras extrañas para él, y precisamente por esto, fascinantes, nuevas. Quiere ver a este Jesús. Pero aunque Zaqueo es rico y poderoso, es bajo de estatura. Por esto, corre, sube a un árbol, un sicomoro. No le importa hacer el ridículo: ha encontrado un modo de hacer posible este encuentro. Y Jesús llega, alza la mirada hacia él y lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19,5). ¡Nada es imposible para Dios!. De este encuentro surge una vida nueva para Zaqueo: acoge a Jesús con alegría, descubriendo la realidad que puede llenar verdadera y plenamente su vida. Ha tocado las salvación con la mano, ya no es el de antes, y como signo de conversión se compromete a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a restituir el cuádruple de lo que había robado. Ha encontrado el verdadero tesoro, porque el Tesoro, que es Jesús ¡lo ha encontrado a él!.

¡Amada Iglesia de Venecia!. ¡Imita el ejemplo de Zaqueo y vé más allá!. Supera y ayuda al hombre de hoy a superar los obstáculos del individualismo, del relativismo; no te dejes llevar por los fallos que pueden marcar a las comunidades cristianas. Esfuérzate en ver de cerca a la persona de Cristo, que ha dicho: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6). Como sucesor del Apóstol Pedro, visitando estos días vuestra tierra, repito a cada uno de vosotros: no tengáis miedo de ir contracorriente para encontraros con Jesús, de mirar hacia lo alto para encontrar su mirada.

En el “logo” de mi Visita Pastoral está representada la escena de Marcos, que consigna el Evangelio a Pedro, de un mosaico de esta Basílica. Hoy, simbólicamente, vengo a consignaros de nuevo el Evangelio a vosotros, hijos espirituales de san Marcos, para confirmaros en la fe y animaros ante los desafíos del momento presente. Avanzad confiados en el camino de la nueva evangelización, en el servicio amoroso a los pobres y en el testimonio valiente en las distintas realidades sociales. Sed conscientes de que sois portadores de un mensaje que es para cada uno de los hombres; un mensaje de fe, esperanza y caridad.

Esta invitación es, en primer lugar, para vosotros, queridos sacerdotes, configurados con el sacramento del Orden en Cristo “Jefe y Pastor” y puestos como guía de su pueblo. Conscientes del inmenso don recibido, continuad llevando a cabo con generosidad y dedicación vuestro ministerio, buscando apoyo sea en la fraternidad presbiteral vivida como corresponsabilidad y colaboración, sea en la oración intensa y en una actualización teológica y pastoral profundas. Un pensamiento afectuoso a los sacerdotes enfermos y ancianos, unidos a nosotros espiritualmente. La invitación está dirigida a vosotras, personas consagradas, que constituis un precioso recurso espiritual para todo el pueblo cristiano y que enseñáis forma espacial con la profesión de los votos, la importancia y la posibilidad del don total de uno mismo a Dios. Finalmente, esta invitación está dirigida a todos vosotros, queridos fieles laicos. Sabed, siempre y en todas partes, dar razón de la esperanza que está en vosotros ((cfr 1P 3,15). La Iglesia necesita vuestros dones y vuestro entusiasmo. Sabed decir “sí” a Cristo que os llama a ser sus discípulos, a ser santos. Querría recordar, otra vez, que la “santidad” no quiere decir hacer cosas extraordinarias, sino seguir todos los días la voluntad de Dios, vivir verdaderamente bien la propia vocación, con la ayuda de la oración, de la Palabra de Dios, de los Sacramentos y con el compromiso cotidiano de la coherencia. Sí, son necesarios fieles laicos fascinados con el ideal de “santidad”, para construir una sociedad digna del hombre, una civilización de amor.

En el transcurso de la Visita Pastoral, habéis dedicado una especial atención al testimonio que vuestras comunidades cristianas
están llamadas a das, a partir de los fieles más motivados y conscientes. Por este propósito, os habéis preocupado justamente de relanzar la evangelización y la catequesis para adultos y de las nuevas generaciones a partir de pequeñas comunidades de adultos y de padres, que constituyendo casi cenáculos domésticos, puedan vivir la lógica del evento cristiano, antes que nada, en el testimonio de la comunión y de la caridad. Os exhorto a no ahorrar energías en el anuncio del Evangelio y en la educación cristiana, promoviendo la catequesis a todos los niveles, y también las ofertas formativas y culturales que constituyen vuestro importante patrimonio espiritual. Sabed dedicar particular atención ala formación cristiana de los niños, de los adolescentes y d ellos jóvenes. Estos necesitan referencias válidas: sed para ellos, ejemplos de coherencia humana y cristiana. A lo largo del recorrido de la Visita Pastoral, ha aparecido también, la necesidad de un mayor compromiso con la caridad, como experiencia del don generoso y gratuito de uno mismo, como también la exigencia de manifestar con claridad el rostro misionero de la parroquia, hasta crear realidades pastorales que, sin renunciar a la ubicuidad, tengan más celo apostólico.

Queridos amigos, la misión d ella Iglesia da fruto porque Cristo está realmente presente entre nosotros, en particular en la Santa Eucaristía. La suya es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a Él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismo para hacer de nosotros una sola cosa con Él. De este modo, Él nos introduce en la comunidad de los hermanos: la comunión con el Señor es siempre la comunión con los demás. Por este motivo, nuestra vida espiritual depende esencialmente de la Eucaristía. Sin ella, la fe y la esperanza se apagan, la caridad se enfría. Os exhorto a cuidar cada vez más, la calidad de las celebraciones eucarísticas, especialmente las dominicales, para que el Día del Señor sea vivido plenamente e ilumine las preocupaciones y actividades de todos los días. De la Eucaristía, fuente inagotable de amor divino, podría proveer de la energía necesaria para llevar a Cristo a los demás y para llevar a los demás a Cristo, para ser cotidianamente testigos de la caridad y de la solidaridad y para compartir los bienes que la Providencia nos concede, con los hermanos carentes de lo necesario.

Queridos amigos, os aseguro mi oración, para que el camino de crecimiento en la comunión, que habéis realizados en estos años de Visita Pastoral, renueve la vida de fe de todas vuestra Iglesia particular y, al mismo tiempo, suscite una, cada vez más, generosa dedicación al servicio de Dios y de los hermanos. María Santísima, a la que veneráis con el título de Virgen Nicopeja, cuya sugestiva imagen brilla en esta basílica, obtenga en don para todos vosotros y para toda la comunidad diocesana, la plena fidelidad a Cristo. A la intercesión de la celeste Madre del Redentor y al apoyo de los Santos y de los Beatos de vuestra tierra, confío el camino que os espera, mientras que con afecto os imparto a vosotros y a la iglesia entera de San Marcos, una especial Bendición Apostólica, extendiéndola a los enfermos, a los encarcelados y a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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