Discurso del primado de Colombia al abrir la 77ª Asamblea Plenaria del episcopado

BOGOTÁ, jueves, 8 julio 2004 (ZENIT.org).- Publicamos el texto íntegro de la alocución inaugural pronunciada el lunes pasado por el cardenal Pedro Rubiano Sáenz, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, en la LXXVII Asamblea Plenaria que celebran los prelados del país hasta el próximo viernes.

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CONFERENCIA EPISCOPAL DE COLOMBIA

LXXVII ASAMBLEA PLENARIA

(Bogotá, D.C., 5 al 9 de julio de 2004)

ALOCUCIÓN INAUGURAL
DEL EMINENTÍSIMO SEÑOR CARDENAL
PEDRO RUBIANO SÁENZ
ARZOBISPO DE BOGOTÁ, PRIMADO DE COLOMBIA
PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

1. SALUDO

En el nombre del Señor, Cristo Evangelizador, y bajo la protección de la Santísima Virgen María, Reina de los Apóstoles iniciamos nuestra Septuagésima Séptima Asamblea Plenaria del Episcopado Colombiano a los noventa y seis años de su creación. Nuestra Conferencia vive el espíritu que quedó plasmado en los Estatutos, por ello en comunión jerárquica con el Romano Pontífice expresamos nuestro afecto colegial en la reflexión, en el estudio y en los compromisos que asumimos en unidad de propósitos para coordinar la actividad pastoral de las Jurisdicciones, teniendo siempre presente la competencia de los Obispos diocesanos.

En nombre de los Señores Obispos expreso mi saludo fraterno al Señor Nuncio Apostólico Monseñor Beniamino Stella y agradezco no solamente su presencia sino su solicitud y cercanía con cada uno de los miembros de la Conferencia Episcopal como también con el personal que nos colabora en el Secretariado Permanente del Episcopado con dedicación y amor a la Iglesia.

Nuestro reconocimiento a la Pontificia Comisión para América Latina, en la persona de Monseñor Víctor Manuel Ochoa Cadavid, al CELAM en la persona del Padre Sidney Fones, Secretario Adjunto, a la nueva Junta Directiva de la Conferencia de Religiosos de Colombia. Nos complace y agradecemos la presencia de los representantes de los distintos medios de comunicación.

Sea esta la oportunidad para que unidos demos gracias al Señor que ha estado grande con nosotros, porque a pesar de nuestras limitaciones económicas Él nos ha bendecido con esta sede de la Conferencia Episcopal de Colombia. El Episcopado en un gesto generoso y por el bien de la Iglesia entregó su sede de la calle 26 y asumió, «más allá del deber» y sin tener responsabilidad directa en la Caja Vocacional, la solución evangélica del proceso de quiebra con un final feliz. Con la confianza puesta en el Señor que jamás nos defrauda hoy le damos gracias por el Auditorio que hemos puesto bajo el patrocinio de la Reina de los Apóstoles.

2. TEMA DE LA ASAMBLEA

El Tema señalado por el Episcopado para esta Septuagésima Séptima Asamblea Plenaria, es la reflexión sobre la Evangelización y la Iniciación Cristiana.

El deber de escudriñar a fondo los signos de los tiempos en la realidad del país y de estar atentos para iluminar desde la fe las situaciones que vive el pueblo de Dios, nos obliga a buscar y analizar las causas de los principales problemas y desafíos que enfrentan hoy los colombianos.

Los estudiosos del comportamiento humano manejan las mas diversas hipótesis para explicar y hasta justificar las conductas que se apartan del orden moral grabado en la conciencia de toda persona y que generan los males sociales. La Iglesia tiene la certeza de que el alejamiento de Dios lleva a la incoherencia y la ruptura entre la vida y la fe.
Nosotros, Pastores del pueblo de Dios, tenemos la responsabilidad de insistir sobre las verdades fundamentales al anunciar el Evangelio e impulsar y acompañar la iniciación cristiana.

El Santo Padre en la Visita Ad Limina Apostolorum del primer grupo de los Obispos colombianos, en el mes de junio, afirmó que «la Iglesia fiel al mandato de Jesús, sigue haciendo de la evangelización su acción principal. Esta comprende muchos aspectos, todos ellos importantes, aunque las circunstancias concretas, según los tiempos y lugares, aconsejan primar unos sobre los otros sin descuidar ninguno. En el caso particular de vuestro país, donde desde hace años se vive un conflicto interno que causa tantas víctimas inocentes, tanto dolor a las familias y a la sociedad; que genera pobreza, inseguridad y merma las capacidades de desarrollo integral, vosotros sois conscientes de que en las opciones pastorales hay que dar prioridad a la paz y a la reconciliación, contribuyendo así a edificar la sociedad sobre los sólidos principios cristianos de la verdad, la justicia, el amor y la libertad y fomentando también el perdón que nace del sincero deseo de reconciliación con Dios y con los hermanos».

Al finalizar esta Asamblea Plenaria entregaremos nuestro mensaje al país, fruto de nuestra reflexión. Invitamos a los medios de comunicación, que siempre han estado cercanos para colaborar con el Episcopado, que lo difundan. Convocamos especialmente a los fieles católicos para que lo acojan, lo estudien y lo pongan en práctica.

3. SITUACIÓN DEL PAÍS

La situación del país es objeto de especial atención por parte de los Obispos en sus Jurisdicciones y la Asamblea Plenaria es espacio privilegiado para tener una mirada conjunta y poder dar orientaciones a la luz del Evangelio. Esta reflexión la hacemos siempre como Pastores con la esperanza de avanzar en la construcción de una sociedad solidaria y fraterna capaz de contribuir a la solución de los conflictos para obtener la paz con justicia social.

«El Conflicto» es tal vez la palabra que mejor define nuestra situación. Conflicto que tiene múltiples manifestaciones: violencia y terrorismo, exclusión, secuestro, desplazamiento forzado, corrupción, narcotráfico, pobreza y desempleo. Esto hace que el Conflicto sea visto y presentado de muy diferentes maneras dentro y fuera del país. Un análisis serio tendría que llevar con objetividad a las mismas conclusiones, pues los hechos son reales y contundentes. Sin embargo, preocupa la falta de unidad de soluciones por parte de los dirigentes colombianos y, es necesario y urgente, el concurso de todos los ciudadanos. La Patria, el bien de todos los colombianos debe estar por encima de los partidos, de las ideologías y de los intereses particulares.

Cada Obispo en su jurisdicción, y todos nosotros, miembros de la Conferencia Episcopal, estamos comprometidos con la causa de la paz. Los altos índices de credibilidad que le otorga la población, son consecuencia de la firmeza en el anuncio del Evangelio y del compromiso de la Iglesia con desinterés y transparencia al servicio de la persona humana, del bien común y del País.

Consecuentes con nuestra misión pastoral dando prioridad a la reconciliación en la construcción de la paz me permito señalar algunos temas de particular importancia.

– LA PAZ NEGOCIADA

El tiempo del conflicto tiene que ser superado por el tiempo de la paz. De lo más hondo del corazón, el hombre anhela la paz, la paz verdadera para vivir en paz.

La Constitución Colombiana establece que «la Paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento» (art. 22), por eso parecería un contrasentido hablar de paz negociada. Sin embargo es válido el aporte que la Iglesia hace para buscar el acercamiento entre los actores del conflicto a fin de que la paz no se entienda solamente como la ausencia de la guerra sino como el resultado de la reconciliación sincera y el entendimiento de todos los colombianos en un clima de verdad, libertad y justicia.

Especial reconocimiento hacemos a los Prelados que integran las Comisiones de Paz de la Conferencia Episcopal, vienen cumpliendo una ardua tarea con generosidad y sin ánimo distinto al de prestar un gran servicio al País que éste reconoce.

Los últimos acercamientos del Gobierno con las Autodefensas y con el E.L.N. abren espacio a la esperanza. A pesar de las frustraciones en anteriores procesos, reclamamos de los colombianos una actitud positiva y una voluntad decidida de secundar los esfuerzos que se vienen haciendo para que culminen con éxito estos procesos.

La Iglesia llama a las Autodefensas Unidas de Colombia para que afronten con responsabi
lidad histórica el inicio formal de las negociaciones de paz con el Gobierno. Es necesario actuar con coherencia y con grandeza para construir la confianza y el apoyo de la comunidad nacional e internacional.

La Iglesia tiene en alta estima la disposición del Gobierno Mexicano de aceptar la mediación entre el Gobierno Nacional y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). México es un país que no sólo ha dado muestras de amistad a lo largo de su historia republicana, sino que se ha mostrado respetuoso de la libre determinación de los pueblos y se constituye por tanto en una garantía de seriedad para un proceso de paz.

A los militantes de las FARC los convocamos para que manifiesten su voluntad de paz con hechos significativos que le demuestren a los colombianos que sí quieren acabar con tanto dolor y angustia y contribuir positivamente a la construcción de la paz que anhelamos.

– EL ACUERDO HUMANITARIO

La Iglesia en Colombia rechaza una vez más, condena y seguirá condenando el secuestro, la retención ilegal de civiles, porque no sólo atenta contra la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, y contra los Derechos Humanos y el Derecho Internacional humanitario, expresión de valores universales, sino que es una muestra fehaciente del grado de incivilidad y de barbarie al que puede llegar una sociedad al atentar contra la vida y la libertad, y es además una muestra de la degradación a la que ha llegado el Conflicto.

Quienes secuestran pretenden ventajas políticas y económicas. Los responsables de asegurar la honra, vida, bienes y seguridad de los ciudadanos enfrentan el reto de no poder transigir con el crimen y las soluciones ilegales. De ahí la necesidad de explorar caminos y condiciones que concilien las exigencias de la justicia y la reparación con los postulados del Derecho Internacional Humanitario y los reclamos de las personas cuyos derechos son conculcados.

La Iglesia insiste en la necesidad de un Acuerdo Humanitario con las FARC, al que asisten razones de legalidad y razones de dignidad humana; un Acuerdo Humanitario que debe darse sobre personas privadas de la libertad con ocasión del conflicto armado, miembros de la fuerza pública y la insurgencia, y que dé paso a la liberación de todas las personas secuestradas.

Tenemos que distinguir entre Acuerdo Humanitario y Canje. El Canje supone intercambio de combatientes, miembros de las Fuerzas Armadas o de la Policía pero nunca de civiles que están al margen del conflicto; sería ponerle precio a la persona humana y se abriría una puerta de iniquidad pues cuando la autoridad legítima lleve a prisión a un insurgente, la guerrilla secuestraría a un ciudadano y le pondría un precio equivalente, al rango del prisionero.

El Derecho Internacional Humanitario pone a disposición del Gobierno Nacional unos instrumentos jurídicos, que en virtud de sentencia de la Corte Constitucional, forman parte del bloque de constitucionalidad y que por tanto prevalecen en el orden interno.

La Iglesia hace un llamado a anteponer las razones humanitarias sobre las razones jurídicas, e incluso políticas, para la libertad de todos los privados de ella con ocasión del conflicto y de todos los secuestrados. Son precisamente las razones humanitarias las que han llevado a la comunidad internacional a crear un derecho específico que permita la exclusión de los civiles de los conflictos armados y a mitigar el sufrimiento de las víctimas del secuestro.

La Iglesia reitera su apoyo a la Comisión Facilitadora para el Acuerdo Humanitario entre el Gobierno Nacional y las FARC y exhorta a las partes a asumir una actitud magnánima que posibilite la realización de este Acuerdo para que todas las personas secuestradas con ocasión del conflicto armado regresen a sus hogares.

– DESPLAZAMIENTO, EMPOBRECIMIENTO Y DESEMPLEO

La Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, en el año 1994, estudió a fondo el tema de la «Movilidad Humana». Se trató entonces de dar visibilidad a un problema que estaba afectando a cerca de seiscientos mil colombianos, en su mayoría provenientes del sector rural. La reflexión de la Iglesia sirvió para que las parroquias y organismos no gubernamentales nacionales e internacionales iniciaran un proceso de alerta, prevención, acompañamiento y protección de estas personas que intempestivamente se encuentran involucradas en un conflicto que no les pertenece y que las deja sin protección, desarraigadas y sumidas en una pobreza material y espiritual profunda.

Lamentablemente esta situación, se ha agravado. Fuentes oficiales calculan en más de dos millones las personas que se han acogido a los mecanismos de protección del Estado. Más de 36.000 colombianos han pedido y conseguido refugio en otros países en los últimos años y otros 40.000 están en lista de espera. Muchísimos han salido del país, en forma irregular, poniendo en peligro sus vidas y corren el riesgo de ser repatriados en cualquier momento.
La inequidad es uno de los grandes retos de la nación. Al lado de una minoría económicamente próspera viven millones de hombres y mujeres excluidos de los beneficios sociales. La situación de exclusión social tanto en el campo como en la ciudad es un reto a la conciencia nacional. (Mensaje de la LXIX Asamblea Plenaria, julio 7 del año 2000: «Habrá paz en nuestra patria cuando descubramos que somos una sola familia»).

La pobreza y la inequidad, en el contexto de la globalización afectan la situación social en Colombia. Como consecuencia de un modelo económico, que facilita la concentración y el crecimiento de la riqueza en manos de unos pocos y el aumento de la pobreza y la miseria en la mayoría.

Un gran número de familias carece de recursos suficientes para la vivienda y los servicios básicos, con mayor razón para la salud y la educación. «En el inicio de un nuevo siglo, la pobreza de miles de millones de hombres y mujeres es la cuestión que, más que cualquier otra, interpela nuestra conciencia humana y cristiana» (Juan Pablo II, mensaje para la Jornada de la paz- año 2000).

– TRATADO DE LIBRE COMERCIO

Colombia está adelantando conversaciones para un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Sabemos que en el contexto de la globalización, la apertura económica y el libre comercio son hechos que se van imponiendo para fortuna de unos e infortunio de otros.
Algunos consideran el Tratado de Libre Comercio como altamente beneficioso; otros lo ven con temor por la inequidad existente entre los países que firmarían el Tratado.

Los pronunciamientos de la Iglesia buscan que los Tratados de libre Comercio no vayan en detrimento de los pueblos y de los habitantes más pobres; y no prime una concepción meramente economista en la que los únicos parámetros sean la ganancia y las leyes del mercado, con desprecio o ignorancia de las condiciones en las que vive un porcentaje tan alto de la población. Aboga también la Iglesia porque estos Tratados no socaven la soberanía de los Estados ni otorguen tan amplios privilegios a las empresas transnacionales.

El País confía en la sabiduría y buen juicio del equipo de negociadores por parte de Colombia para que tengan especial atención en temas que son vitales para el país tales como la agricultura, los medicamentos, la propiedad intelectual, la biodiversidad y las comunicaciones.

Un Tratado de Libre Comercio debe hacerse en condiciones de respeto, solidaridad e independencia, teniendo siempre presente el bien común en la realidad del País.

Nuestro trabajo, lo realizamos en un ambiente de oración y lo colocamos en las manos y en el corazón de María, la Reina de los Apóstoles, con ella lo ofrecemos a Jesucristo, nuestra Paz. Él nos da su Espíritu de sabiduría y de fortaleza.

+ Pedro Card. Rubiano Sáenz
Arzobispo de Bogotá
Presidente de la Conferencia Episcopal

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ZENIT Staff

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