¿Dónde está, según el Papa, la frontera entre la vida y la muerte?

Habla el profesor Gonzalo Miranda, catedrático de bióetica

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ROMA, 30 agosto (ZENIT.org).- El discurso que pronunció ayer Juan Pablo II ante más de cuatro mil científicos de todo el mundo, que participan en Roma en el XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes (cf. Zenit, ZS00082907), además de ratificar la condena de la Iglesia ante los intentos de clonación humana, aportó una novedad importante a la enseñanza del Magisterio de la Iglesia en materia de bioética. El Santo Padre respondió a una de las preguntas que más angustian a los médicos en estos momentos: ¿cuándo se pude constatar la muerte de una persona?

Se trata de un interrogante con consecuencias dramáticas: no han faltado personas sin escrúpulos que han comenzado a extirpar órganos de personas vivas para ser transplantados. Como es obvio, es mucho más fácil hacer transplantes cuando el organismo del donante está todavía vivo. De este modo, los intereses que en ocasiones suscita el «comercio de órganos» pueden dar pie a escenarios espeluznantes.

Para comprender mejor cuál es el criterio cristiano que ilustró ayer Juan Pablo II a los médicos y expertos, «Zenit» ha entrevistado al profesor Gonzalo Miranda, secretario del Centro de Bioética de la Universidad Católica de Roma y profesor de teología moral en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».

–Zenit: Ante todo, aclárenos la polémica que tiene lugar entre expertos sobre los criterios de constatación de la muerte de una persona.

–Gonzalo Miranda: Juan Pablo II ha querido pronunciarse sobre uno de los puntos más delicados y debatidos de los últimos años en el campo de la medicina: la validez del así llamado «criterio neurológico» para la constatación de la muerte del individuo humano.

Este pronunciamiento magisterial (de magisterio ordinario), es especialmente importante porque desde hace unos años se había encendido la polémica sobre este problema entre algunas personas generosamente dedicadas a luchar en favor de la vida humana, entre ellos algunos filósofos y médicos.

Por una parte, están justamente preocupados por los abusos que en la práctica de los trasplantes de órganos se pueden dar, y de hecho se están dando. Según parece, no siempre se respeta el criterio recordado por el Papa de no proceder a la ablación de órganos vitales sin tener la certeza de que el individuo del que se toman ya ha muerto. Por otra, constatan que en algunos países o lugares se considera legalmente muerta a la persona cuando se da la muerte solamente del tronco encefálico o de la corteza cerebral, pero todavía no se ha dado la cesación de todas las funciones del encéfalo; y además, se nota cierta confusión sobre los parámetros clínicos que se deben analizar para poder declarar la «muerte encefálica».

Pero, además de estas más que legítimas preocupaciones, había una discordancia de fondo, de carácter filosófico: se consideraba que no puede ser declarada la muerte de una persona cuyo corazón sigue latiendo a causa de la conexión a un respirador artificial, aunque se constante con certeza la cesación irreversible y total de toda las funciones encefálicas. Según estos grupos, en ese caso la persona sigue viva, porque se siguen dando ciertas funciones vitales, y porque sigue habiendo un cierto grado de integración entre las diversas partes del organismo. De ese modo, decían, no se trata todavía de un cadáver, pues algunas de cuyas funciones vitales continúan activas (como de hecho sucede siempre a uno después de muerto), sino de un organismo vivo, y por lo tanto de una persona viva.

–Zenit: Y el Papa, ¿qué es lo que ha dicho al respecto?

–Gonzalo Miranda: La «Carta para los operadores sanitarios», una especie de manual de ética médica publicado hace unos años por el Consejo Pontificio para la Pastoral Sanitaria, se pronunciaba a favor de la aceptación del criterio de la muerte encefálica, pero no había hasta el momento un pronunciamiento propiamente magisterial sobre el problema.

Desde hace tiempo algunas personas habían solicitado a la Santa Sede un pronunciamiento de autoridad doctrinal sobre este problema tan agudo y delicado. El Papa da a entender claramente en su discurso que está al corriente de esa polémica al decir que se trata de «una de las cuestiones que más se presentan en los debates bioéticos actuales y, a menudo, también en las dudas de la gente común». Por lo tanto, Juan Pablo II, consciente de su misión como maestro doctrinal en la Iglesia, ha querido realizar un pronunciamiento magisterial explícito. Y su enseñanza no deja lugar a dudas.

Tras comentar que «ante los parámetros actuales de constatación de la muerte… la Iglesia no realiza opciones científicas», afirma que «el reciente criterio de constatación de la muerte antes mencionado, es decir la cesación total e irreversible de toda actividad encefálica, si es aplicado escrupulosamente, no parece en contraste con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica… y por tanto el operador sanitario… puede basarse en ellos para llegar… a la «certeza moral» necesaria para actuar de manera éticamente correcta».

–Zenit: ¿Cómo justicia el pontífice la aceptación del «criterio neurológico»?

–Gonzalo Miranda: Es importante anotar que el Santo Padre presenta la muerte encefálica como «signo» de que se ha perdido la capacidad de integración del organismo individual en cuanto tal. Poco antes afirmaba que la muerte de la persona consiste propiamente hablando «en la total desintegración de complejo unitario e integrado que la persona es en sí misma, a consecuencia de la separación del principio vital, o alma, de la persona de su corporeidad».

Es importante, porque ayuda a evitar el equívoco de creer que la persona es solamente su cuerpo, o que el alma humana esté situada en el cerebro o en alguna otra parte, o incluso que la persona es su cerebro. La persona es una unidad de cuerpo y espíritu, y el cuerpo es cuerpo de una persona viva, animada por el espíritu, en cuanto organismo en el cual sus partes y funciones están integradas. No basta que se dé una cierta interaccción integrada entre algunos de los
órganos o funciones biológicas; tiene que ser una unidad orgánica verdaderamente integrada. Y dado que la capacidad de integración del organismo como un todo depende necesariamente de las funciones del encéfalo, la cesación total e irreversible de éstas es signo de que esa capacidad se ha perdido irreversiblemente, es decir de que ya no estamos ante un organismo vivo, ante una persona viva.

–Zenit: De manera que más que un problema científico, nos encontramos ante un problema filosófico y teológico.

–Gonzalo Miranda: Es interesante también notar que el Papa afirma que el criterio de la muerte encefálica «no parece en contraste con los elementos esenciales de una correcta concepción antropológica». Fíjese en la expresión «no parece», tal como dice el texto pronunciado por el en inglés («does not seem to conflict…»). La expresión utilizada en la traducción italiana ofrecida a la prensa es más firme: «non appare in contrasto», «no aparece en contraste», es decir: no hay contraste.

De cualquier modo, como decía antes, el Papa ha querido pronunciarse expresamente sobre este delicado problema y ha querido enseñar que el llamado «criterio neurológico» sí es aceptable. La cuestión sigue siendo delicada y compleja, sobre todo en lo que se refiere a la comprensión antropológica correcta a la que alude el Papa. Creo que hay que seguir profundizando este problema. Pero ahora, quienes queremos sinceramente buscar la verdad y defender la vida humana y creemos en la autoridad doctrinal del vicario de Cristo, contamos con una enseñanza clara y una clara llamada a nuestra fidelidad.

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ZENIT Staff

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