¿Dónde estaba Cristo el día de los atentados? Responde el cardenal de Madrid

En el funeral de Estado celebrado este miércoles en la catedral de Madrid

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MADRID, miércoles, 24 marzo 2004 (ZENIT.org).- La fe en la resurrección con Cristo da las fuerzas para amar al enemigo, incluso cuando éste es terrorista, y para rezar por su conversión, afirmó el cardenal de Madrid este miércoles en los funerales de Estado por las víctimas de los atentados del 11 de marzo.

Ante los familiares de los fallecidos, la Familia Real española, numerosos presidentes, jefes de Estado, y representantes de más de cincuenta países, el cardenal planteó una apremiante pregunta: «¿Dónde estaba Jesús, el Hijo del Dios vivo, el hermano y salvador del hombre, el Señor de la vida y de la muerte, en aquella terrible mañana madrileña de las bombas y de los cuerpos destrozados de tantos amigos por los que Él había dado su vida en la Cruz?»

El cardenal, que concelebró junto a treinta obispos en la catedral de La Almudena de Madrid, encontró la respuesta en las mismas palabras que Jesús le dirigió a Marta, la hermana de Lázaro, cuando éste había muerto: «Tu hermano resucitará».

«Aún más, Jesús precisa el contenido extraordinariamente lacónico de su respuesta, luminosa por lo demás hasta límites insospechados para el hombre, cuando la hermana de Lázaro le replica con la resignada constatación de que el acontecimiento de esa resurrección se dilatará hasta «el último día»», añadió el purpurado español.

La respuesta de Jesús, constató, la enunció en presente: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»».

«Si creemos y oramos por nuestros difuntos, si creemos y revisamos nuestras propias vidas delante de Jesucristo Crucificado y Resucitado por nuestra salvación, conoceremos y sabremos con esperanza indestructible que nuestros seres queridos asesinados por la vesania terrorista han alcanzado las puertas de la vida eterna y bienaventurada y que nosotros, por nuestra parte, «no moriremos para siempre»», aseguró.

Por eso, añadió, «frente a la estrategia del odio sólo cabe al final una sola respuesta eficaz: la del amor».

«¿Cuándo y cómo se puede hablar verazmente de amor?», preguntó. «Cuando se mira a Cristo clavado en la Cruz, dando la vida por nosotros, y cuando unidos a Él, e imitándole, damos la vida por los hermanos», respondió.

Cuando esto sucede, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida ya en este mundo y que una nueva civilización comienza a perfilarse en el horizonte de la propia historia.

«Éste ha de ser nuestro programa –concluyó–: amor compasivo y entrañable para con vosotros, queridos familiares de la víctimas de los atentados del pasado 11 de marzo»

«Amor suplicante para que el Señor convierta y traiga a penitencia y conversión a los terroristas –¡que se entreguen a la justicia y abandonen sus siniestros planes!–». «Y amor esperanzado y orante por los que luchan, justa y denodadamente, en la superación y erradicación del terrorismo».

Según informaba la agencia Veritas, en el funeral, Fausto Marín, diácono permanente de la archidiócesis de Madrid, que perdió un hijo en los atentados del 11 de marzo, leyó la oración de los fieles.

Durante la celebración, se rezó «unidos en el dolor» y se pidió al Señor para «encontrar luz en la oscuridad, fe y consuelo en el sufrimiento y desconcierto».

Además de pedir por «los hermanos y hermanas cuya vida ha quedado truncada en Atocha, Santa Eugenia y el Pozo del Tío Raimundo», se rezó por «los violentos y los terroristas, para que se conviertan, vuelvan a la concordia y a la convivencia pacífica, y nunca más atenten contra la vida de nadie».

Al finalizar, el cardenal Rouco agradeció a Juan Pablo II «la especial intensidad y cercanía con la que ha orado y ora por nosotros». También agradeció a los obispos que «han querido unirse espiritualmente a quienes sufren y a la Iglesia que peregrina en Madrid y en España».

Tras la bendición final y el recorrido de la Familia Real por los bancos donde se situaban los familiares de las víctimas, los asistentes abandonaron la Catedral de la Almudena, en cuyo altar se alzaba un gran crespón negro sobre una gran sábana blanca.

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ZENIT Staff

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