Dos condiciones para que la globalización no se convierta en tiranía

El cardenal Sodano a la Organización de los Estados Americanos (OEA)

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SAN JOSÉ, 5 junio 2001 (ZENIT.org).- El brazo derecho de Juan Pablo II en la guía de la Santa Sede ha tomado papel y pluma para intervenir sobre el fenómeno más importante de la política y economía del continente americano: la integración de los mercados.

En una carta enviada a los representantes de 34 países americanos presentes en Asamblea de la Organización de los Estados Americanos (OEA), celebrada en San José de Costa Rica, del 3 al 5 de junio, el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado pone las condiciones para que este proceso no se convierta en la tiranía del más fuerte: el respeto de la dignidad de cada persona y el respeto de las diferentes culturas.

El nuevo continente se encuentra en ebullición en estos momentos después de que en abril pasado la cumbre de los presidentes del continente lanzara en Quebec el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas, que constituye una evolución en los proyectos que habían nacido en los años noventa, el Tratado de Libre Comercio o NAFTA (México, Canadá y Estados Unidos) y el Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay; además de los asociados Chile y Bolivia).

«La unificación de los mercados puede ofrecer grandes oportunidades de progreso y bienestar a todos los países del hemisferio», reconoce el cardenal Sodano, ahora bien, para ello se requiere que «la eliminación de las barreras comerciales sea concebida como una consecuencia natural de la fraternidad americana, que busca sinceramente la superación de estrechos egoísmos nacionalistas».

De lo contrario, constata, será «una ocasión de asegurar las ventajas de los sectores económicos más fuertes».

Por ello, el purpurado exige «insistir en la centralidad del hombre –de cada hombre y mujer singular– en cualquier proceso político o económico».

«El discernimiento ético en el marco de la globalización debe basarse en dos principios inseparables –continúa explicando–. El primero es el valor inalienable de la persona humana, fuente de todos los derechos humanos y de todo orden social. El ser humano debe ser siempre un fin y nunca un medio, un sujeto y no un objeto, y tampoco un producto comercial. El segundo es el valor de las culturas humanas, que ningún poder externo tiene el derecho de menoscabar y menos aún de destruir»

Dejados muy claros estos principios, Sodano aplaude tanto el Plan de Acción que surgió en Quebec a favor de la integración de los mercados, como la agenda de esta última asamblea de la OEA, «orientada en buena medida a dar un rostro humano a los grandes proyectos macro-económicos y de política continental».

Se trata de iniciativas, concluye, que deben estar orientadas haciaa «una globalización de la solidaridad».

Al cierre de esta edición, los 34 ministros de Asuntos Exteriores de países latinoamericanos debatían el proyecto de una Carta democrática que sirva de cláusula en una región proclive a golpes militares, y a fugaces líderes populistas capaces de soliviantar la desesperación de países pobres.

Al mismo tiempo, el secretario de la OEA, César Gaviria, durante la Asamblea ha firmado una convención interamericana contra la corrupción, considerada como el auténtico cáncer de la región.

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ZENIT Staff

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