Droga, peor que alcohol

Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas

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SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 21 de agosto de 2010 (ZENIT.org) – Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «Droga, peor que alcohol».

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VER

Se ha abierto en el país la discusión sobre una posible liberalización de las drogas. Se esgrime el argumento de que, así, se evitarían violencia, corrupción, muertes entre cárteles y de civiles, tanto desgaste del ejército y de las policías en su represión.

Una parroquia de nuestra diócesis, San Bartolomé, ha hecho una denuncia muy documentada sobre el abuso del alcohol y sus estragos en la familia y en la comunidad, el sufrimiento de esposas e hijos, los accidentes carreteros, la violencia multifacética, las muertes por congestión alcohólica, los homicidios en grado de tentativa y calificados, los suicidios, las violaciones e incestos, los pleitos callejeros, los robos, el machismo, etc. Piden a la autoridad que regularice la venta de alcohol, sobre todo la clandestina, y eviten la corrupción que genera. Dicen: «Durante las fiestas patronales, los atrios de las iglesias se ven invadidos por cantinas callejeras, aprobadas por las autoridades municipales». A veces, incluso esto se hace de acuerdo con los inmediatos responsables de esas fiestas, con el pretexto de tener recursos para celebrarlas, con lo cual se pierde todo el sentido católico de una celebración. Si esto sucede con el alcohol, ¿qué no pasará con las drogas?

Describen el caso de un papá alcohólico, quien «maltrataba, golpeaba y violaba a su mujer y a su hija, a quien tuvo por mujer y engendró dos hijos con él; por esta causa, la hija lo denunció varias veces y, como nadie le hacía caso, mató a su papá; ahora está en la cárcel, condenada a varios años de prisión». ¡Y todo esto sólo por el alcohol! Si se tolera el consumo de drogas, ¿qué pasará?

JUZGAR

Conozco a muchas familias que sufren lo indecible por el consumo inadecuado de bebidas embriagantes por uno de sus miembros. Mucho mayor es la pena cuando uno de los hijos es adicto a alguna droga. Todo el hogar se consume en tristeza, preocupación, angustia, ansiedad, temor y vergüenza.

El control legal del alcohol no ha solucionado los problemas que viven estas familias. Hay cantinas y bares disfrazados de restaurantes. Se vende «trago» también a menores de edad. Hay corrupción para conseguir licencias de venta. Hay empresas que ofrecen enormes cantidades de dinero a las autoridades locales para que su marca sea la única que se consuma allí. Son tristísimos los espectáculos de hombres tirados en el suelo, perdidos por el alcohol, expuestos a todo peligro, incluso mujeres con sus niños pequeños llorando a su lado, abandonados a su suerte. Si esto sucede con el alcohol, ¿qué no pasará con las drogas? ¿No se dan cuenta los que están a favor, del daño que esto puede generar?

Son imitables las mujeres que se organizan y logran que se prohíba la venta y el consumo de bebidas embriagantes. Todo cambia en la familia y en la población. Hasta la economía mejora. Sin embargo, deben sostener su lucha, porque el clandestinaje y la corrupción echan a perder los mejores esfuerzos. Las fiestas religiosas se disfrutan más cuando se logra eliminar las cantinas populares.

Cuando visito centros de atención a adictos, todos narran sus historias con un profundo dolor por el pantano en que cayeron, arrepentidos por el daño que se causaron a sí mismos y a los suyos, anhelando liberarse definitivamente de esas cadenas. Deciden no probar ni una gota de alcohol, renovando su compromiso cada veinticuatro horas.

ACTUAR

Hemos de aprender a escucharnos, con humildad, con apertura de mente y de corazón, para comprender y valorar los diversos puntos de vista, diferentes al propio.

La violencia y la confrontación entre cárteles y con las policías no se eliminan dando libertad para la siembra, cultivo, consumo y tráfico de drogas; aunque el negocio disminuya, la destrucción de jóvenes, de adultos y de la sociedad se agravaría. No se ha podido controlar el uso del alcohol, ni hemos logrado una educación en auto-control; con libertad también para las drogas, se destruirán más familias y se derrumbará la sociedad. Así ha pasado en países donde se dio esa permisividad; se disminuyó la violencia, pero se destruyó la familia. ¿Eso queremos para nuestro país?

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ZENIT Staff

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