El arte de Caravaggio que acerca al misterio de Dios

Una mirada atenta ante «La Resurrección de Lázaro»

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por José Antonio Varela Vidal

ROMA, domingo 4 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Hablar de Michelangelo Merisi de Caravaggio (1571-1610), es referirse a un genio, quizás no de la talla del otro Miguel Ángel, el Bounarroti, creador de grandes esculturas y obras como La Piedad, el David, el Moisés, o la mismísima Cúpula de la Basílica de San Pedro, entre otras.

Es importante por eso subrayar las obras más famosas de este genio mayor, para darle pase a Caravaggio, un genio menor, pero presente también en muchas iglesias y museos de Italia y del mundo, que son el asombro de aficionados y entendidos.

Uno de estos centros privilegiados fue el Museo de Roma, que contiene en sus diferentes salas la historia de la Ciudad Eterna a través de pinturas, esculturas, muebles y vestidos. ¿Y cuál fue la razón por la que hospedó temporalmente a este pintor del claroscuro que no era romano, sino milanés? Puede ser porque decoró Roma como el que más.

Una obra salvada

La pintura que tuvo en sus ambientes el museo capitalino fue el famoso cuadro “La Resurrección de Lázaro”, quizás una de las últimas obras del pintor milanés, que comisionada en 1608 desde Messina, fuera entregada ese mismo año para ubicarse en una capilla de una familia noble. 

Es así que, después de ocho meses de restauración a cargo del Instituto Superior para la Restauración, dirigida por Anna Maria Marcone, la obra fue presentada al público en todo su esplendor, luego de haber recuperado los colores originales y los efectos de la luz, que han sido tan característicos en la obra “caravaggista”. A esto se sumó el cuidado extremo por salvarlo de la destrucción natural del lienzo –hecho con seis piezas, cinco verticales y una horizontal, que fueron cosidas juntas para obtener el tamaño deseado–, que por haberla pintado el maestro en situaciones casi de fugitivo, no ofreció la calidad con que le ha dado perdurabilidad  a sus demás obras.

Para acercarnos a la pintura recurrimos a la amabilidad del área cultural del Comune de Roma (Municipio), quien nos proporcionó dos entradas de prensa. Como quien escribe no quería decir lo que reseñaba el catálogo ni mucho menos, invitó a una experta en arte para que, a modo de diálogo y de aprendizaje in situ, nos explicara mejor sobre esta obra que tendríamos al frente en pocos días…

Fue así que, cuando Roma estaba aún soleada, nos encontramos a la hora puntual en el Museo con  la profesora Giulia Torri, titulada en Conservación de Bienes Culturales en la Universidad de Parma, con posteriores especializaciones en su campo ya sea en Florencia como en Roma.

La doctora Torri es también miembro de prestigiados organismos culturales y autora de numerosos estudios y publicaciones, además de colaborar en entes y organismos públicos como el Ministerio Italiano para los Bienes y las Actividades Culturales, y con algunas fundaciones privadas, ocupándose sobre todo de la gestión, valorización y comunicación del patrimonio cultural.

El gran Caravaggio

Lo primero que nos confió la especialista, es que para ella y para el mundo no solo italiano, Caravaggio era profundamente amado. Y lo comprendemos porque en los últimos años este personaje ha sido el centro de importantes muestras, publicaciones, conferencias y films.

Pero como sabemos que la ficción exagera las cosas, especialmente el cine donde Caravaggio ha sido interpretado desde varios ángulos, dejamos que nuestra guía nos diga si era así, como lo muestran “una mezcla de genio incomprendido, de mosquetero y de Casanova”.

Y nos confirma que sí. Porque se conoce bien cómo fue su vida aventurera, breve e intensa, lo que ha hecho que a veces sea demonizado. “Es verdad que era un guapo, que peleaba y fugaba por Italia”, dice, pero siempre estuvo protegido por familias nobles y cardenales, dada esa genialidad que nadie quería perderse. Hasta que lo acusaron de un asesinato y tuvo que refugiarse en la isla de Malta, protegido por la Orden de Malta, pero luego huye y sigue pintando por encargo, hasta que encuentra la muerte en 1610 en la Toscana.

Construcción de un genio

Cuando se quiere apreciar el legado de un artista, no solo debemos situarnos de frente a su obra, sino apreciar su estela, los seguidores que tuvo, si se creó o no una escuela… En el caso de nuestro artista a todo hay que responder que sí. Y fueron los “caravaggistas” quienes lo siguieron, y los tuvo del primer periodo (con pinturas de jóvenes) y del segundo (los más religiosos).

¿Por qué Caravaggio marcó tanto a la pintura universal?, le preguntamos a la profesora Torri. “Podríamos decir, que fue el artista que que inventa la fotografía”. Impresiona conocer cómo lo que vemos por un visor y regulamos –antes en la cámara, hoy en la laptop–, lo inició este genio hace cinco siglos, quien empezó a utilizar la luz de un modo nuevo, “a modo de ruptura”, continúa nuestra amable guía. Otra característica que marcaría época, es que esto lo fusionó con el uso real de modelos, ese naturalismo propio de la escuela Lombarda del siglo XVI, “que copia pero la despunta, poniéndose ya en antítesis frente a Rafael o Miguel Ángel Bounarroti”.

Nos cuenta también Giulia Torri que al ser Caravaggio un pintor de la Contrarreforma, lleva adelante el mensaje de anteponer el arte contra la frase, realista, enriqueciendo sus obras con signos teológicos de muy alta cultura, como lo era él mismo por su influencia de san Agustín. Es así que su profunda inquietud lo lleva a presentar su propia visión de la filosofía del santo de “la luz como verdad”, como una contraposición del bien y del mal. Por eso, la luz y la sombra que salen de sus pinceles creando personajes únicos, muestran al hombre como centro del universo, más aún si tenemos en cuenta que toda su obra es posterior a los descubrimientos copernicanos.

Acercarse y mirar la obra

Siempre hemos querido apreciar una obra en toda su calidad y belleza, pero a veces no sabemos por dónde empezar, qué apreciar primero, cómo dejarnos impactar… Por suerte tenemos la oportunidad esta vez de voltear y preguntárselo a nuestra experta, quien en el caso de Caravaggio, no nos da casi opción: “Él te devora”.

Y es verdad, cuando te sitúas de frente al cuadro, como nos pasó al ingresar al salón especialmente acondicionado para hospedar a tan amado artista, sientes que tienes que dar un paso atrás, liberarte de tanta belleza junta, y casi pedir permiso para verlo por partes…

“¿Ves como no puedes ser pasivo ante la obra?”, nos advierte la profesora. “Fíjate cómo Caravaggio te exige interactividad, te mete en la escena, te rapta…” ¿Y eso cómo lo logra? Y la respuesta casi se traslada al mismo relato creador del Génesis: “Es por el uso sabio que hace de la luz”, sentencia.

Por otro lado, y ya acostumbrado al estilo civilizado y culto de los italianos, no nos sorprende que el cuadro esté tan cerca de los visitantes, aunque con ese vidrio está bien protegido… “¿Cuál vidrio? –nos inquieta la profesora–, no lo hay, ese reflejo es creado por el propio Caravaggio”.

Es obvio, que al estar ante una de las últimas obras del otro Michelangelo, esta sea la suma de toda la innovación y perfección del artista, que lo describe muy bien ella: “aquí se unen el espacio negro para darle dimensión, la luz y la sombra, la disposición de los objetos como figuras plásticas, las series de elementos reales”. Es lógico que te rapte tanta belleza formada por la armonía y en nuestro caso, por el tema.

Dar vida a los muertos

Los que hemos vivido en Latinoamérica y conocemos las iglesias coloniales con sus grandes cuadros y paredes pintados con las escenas bíblicas, hechos a propósito para reforzar las catequesis en tiempos de la primera evan
gelización, comprendemos que la Iglesia no dudó –y acertó–, en mandar a representar con todas las artes el mayor patrimonio que conservaba: la revelación de la Escritura.

¿Cómo explicar la Trinidad, la Creación o la Crucifixión sin verla? Hubiera sido casi imposible y con el riesgo de pocas adhesiones. ¿O cómo asegurarle al creyente la intercesión de los santos –terrenos también como él–, sin moldearlos para que se sepa a quién se le reza al menos?

Y Caravaggio, como hijo de su tiempo y padre de su escuela, representó un momento de gran importancia para la historia del Cristianismo. Allí están, entre muchos, la Conversión de Pablo, o la Deposición de Cristo en el Sepulcro, la Llamada de Mateo o el que nos ocupa, La Resurrección de Lázaro.

En este lienzo monumental de 380 x 270 cm,que bien nos explicó la doctora Torri, la atención –y la tensión–, se centra en Jesucristo, quien en una perspectiva de superioridad, resaltando sobre el fondo oscuro bien justificado por el artista, se dirige a Lázaro y le ordena “¡Levántate y camina!”, como reza el evangelio. Entonces, ya estando uno metido en la escena, se fija, desea ver cómo responde Lázaro desde el más allá…

De repente allí está, el hermano de Marta y María, con ellas también en escena. Y está María que lo besa y lo sostiene exánime como en una Piedad, y ambas que lo lloran –-en un contraste bellísimo de piel humana viva con la piel ceniza del muerto–, que al momento de recibir la orden de Jesús experimenta una tensa lucha entre la vida y la muerte. “Fíjate bien, nos dice nuestra guía, no es un Lázaro pasivo como en otras representaciones”. Y nos invita a ver el detalle de la mano derecha del muerto, que de modo asertivo, responde y va hacia la luz divina, hacia la redención.

Otros rostros y personajes en la escena, con gestos y miradas confundidas ante lo que pasa, hacen resaltar la vida sobre la muerte, el orden sobre el caos, la luz sobre la oscuridad.

Ahora que tenemos claro que en la obra del artista tendremos que encontrar contrastes, símbolos que se contrapongan, nuestra mirada se dirige a la otra mano de Lázaro. Efectivamente –-y nos lo confirma la profesora Torri–, la mano izquierda está aún abandonada, señalándole al espectador con la rigidez natural del cadáver, que mire ahora hacia los símbolos de la muerte pintados en oscuro en la parte inferior, esto es, algunos huesos y calaveras propios de los sepulcros de los pobres que en aquel tiempo eran re-utilizados.

Nos situamos ante la tensión en Caravaggio de la que se nos hablaba al principio, esta lucha en la que perderá la muerte, para que triunfe la vida; en un escenario donde ha llegado el Dios de la vida para salvar a su amigo de la fosa profunda, antes de hacerlo por toda la humanidad.

Por eso uno podría detenerse al final, en el rostro imperioso de Jesús, que mira a Lázaro con la fuerza del que cree, del que vence. Y esa mirada viva te hace seguirla hacia la mano que está a la misma altura de sus ojos… “Fíjate en los dedos de la mano de Cristo”, nos dice la profesora Torri. Y entonces nos parece conocida. “Es la mano de la “Creación” de Miguel Ángel”, nos recuerda. “Ya lo había hecho Caravaggio en su pintura de la Vocación de San Mateo”.

Nos damos cuenta así, en una especie de catequesis imprevista, que cuando Dios interviene en la vida del hombre y de su Iglesia, entonces no solo crea o llama a quien quiere, sino que es capaz de levantar muertos.

“La resurrección de Lázaro” se puede apreciar en Messina, Italia, junto a otra obra que allí también se conserva, “La Adoración de los Pastores”.

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ZENIT Staff

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