El arzobispo de Nápoles pide a los jóvenes la valentía de deponer las armas

Se abren las iglesias a su recogida; se forjarán como instrumentos de labranza

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NÁPOLES, miércoles, 14 febrero 2007 (ZENIT.org).- Deponer las armas: esta es la petición del arzobispo de Nápoles a los jóvenes de su diócesis en Cuaresma.

El cardenal Crescenzio Sepe reconoce que se advierte «desde hace tiempo un exasperado clima de violencia», y de que la juventud se ve sometida a presiones y manipulaciones que arruinan su vida.

Por ello ha escrito una «Carta a los jóvenes» -presentada el pasado sábado en rueda de prensa- de todo ambiente y condición, con la cercanía de «padre», «convencido de que sólo el lenguaje del amor puede echar por tierra toda sordidez e indiferencia».

«Sois parte importante de mi gran Familia», les dice el purpurado, mostrándoles su preocupación por cuantos intentan «conquistarles» proponiéndoles «una felicidad efímera e insignificante».

«Cuántas muertes enmascaradas de bellezas inconsistentes; cuántas promesas vacías que, al final, dejan desilusión; cuánta miel para atraer a la trampa de la apatía, del aburrimiento, de la desconfianza»; «¡cuántas falsas libertades ofrecidas gratis para aprisionar vuestra voluntad encadenándola con la sed de poder y de éxito a toda costa!», les advierte.

«Podrán conquistar vuestro cuerpo, hasta vuestra mente, sacudir con fuerza vuestro ser, pero no podrán jamás colmar vuestro corazón, continuamente en busca del Bien infinito», y «es este Bien el que os ofrezco, para haceros libres en la Verdad», escribe.

En el clima de violencia que se respira, se tiene la sensación con frecuencia, describe el cardenal Sepe, de «que el camino para llegar a afirmar la propia autonomía es el atropello», «infundir temor»; y entre algunos jóvenes se ha difundido una cierta mentalidad de abuso, considerando que el camino más fácil para resolver rápidamente los conflictos es la violencia.

«Queridos jóvenes, no es ésta la vía»; «este camino lleva a la ruina», destruye toda esperanza; «muchos dicen que sois el futuro, y es verdad, pero yo creo que no se puede edificar el futuro sin sembrar hoy, en el surco de cada vida, el germen de la paz», asegura.

Y como «una mano abierta está dispuesta a dar y recibir», mientras que una mano cerrada «frecuentemente puede convertirse en un puño para rebelarse y golpear», el cardenal Sepe les exhorta: «¡Abrid vuestras manos! ¡Estad dispuestos a ofrecer los tesoros preciosos que cada uno lleva dentro! ¡Acoged con confianza las muchas semillas de bien que se os ofrecen!».

«¡Abrid vuestras manos! -reitera-. Dejad caer los cuchillos que derraman solo sangre, muerte y luto», «que reclaman venganza, que responden al odio con el odio», «que cortan los lazos de amistad, hieren las relaciones, provocan el derramamiento de lágrimas y golpean en el corazón de vuestra dignidad de jóvenes».

«Abrid vuestras manos para saludar, hacer amistad, para solidarizaros», prosigue.

En especial en el tiempo de Cuaresma que la Iglesia está a punto de comenzar, el cardenal Sepe pide a los jóvenes: «»Desenfundad» vuestra valentía» y «llevad a las iglesias las armas, todas las armas que reniegan de la vida; deponed ante el altar de Cristo los cuchillos, las hojas que matan la esperanza y enfangan vuestra juventud y vuestra dignidad de hombres».

Todas estas armas se pueden entregar en cestos situados a los pies de Cristo en las Iglesias, «Cristo Crucificado, Príncipe de la Paz y nuestro Salvador», recalca el arzobispo de Nápoles.

Y estos cuchillos «se transformarán en signos de vida» -anuncia-, pues se destruirán y se convertirán en herramientas para cultivar la tierra.

Se materializará de esta forma –concluye el purpurado- cuanto dice la Palabra de Dios: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas; no levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra» (Isaías, 2,4).

Después de cinco años al frente del dicasterio misionero, el cardenal Sepe inició su mandato pastoral en Nápoles el pasado julio con el deseo de ser «obispo de la esperanza», y besó el suelo de Scampia, barrio degradado y tristemente célebre por las venganzas de varios clanes de la camorra [la mafia napolitana] y las numerosa víctimas que ello ha ocasionado.

En noviembre tuvo que invocar un compromiso común para erradicar la violencia que azota Nápoles y prestar atención a sus causas, en el marco de la oleada de asesinatos que sacudió el lugar del sur de Italia.

Alertó entonces de que se respiraba en Nápoles un clima «fruto de una especie de cultura de la violencia», lamentando la existencia de «baby-gang», bandas de chavales que «no saben adónde ir, cómo pasar el tiempo, carecen de una formación familiar adecuada» y «la calle se transforma en la escuela de toda delincuencia».

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ZENIT Staff

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