El arzobispo de Nápoles pide unir esfuerzos para contrarrestar la violencia y sus causas

Siete asesinatos en cinco días en el lugar

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NÁPOLES, viernes, 3 noviembre 2006 (ZENIT.org).- Un compromiso común para erradicar la violencia que azota Nápoles y prestar atención a sus causas: es el llamamiento que lanza su arzobispo, el cardenal Crescenzio Sepe, en la oleada de asesinatos que sacude el lugar.

Después de cinco años al frente del dicasterio misionero, el purpurado hizo su entrada en la archidiócesis de Nápoles el pasado 1 de julio, y quiso dar inicio a su mandato pastoral –con el deseo de ser «obispo de la esperanza»- besando el suelo de Scampia, barrio degradado y tristemente célebre por las venganzas de varios clanes de la camorra [la mafia napolitana] y las numerosa víctimas que ello ha ocasionado.

La prensa nacional e internacional se hace eco esta semana del drama de la región del sur de Italia. El recuento de asesinatos asciende a 75 este año, siete en cinco días –sólo el pasado martes cayeron tres personas-, recogen las páginas de «Avvenire».

«El terreno en el que nace este tipo de criminalidad es un terreno de violencia porque no hay otras salidas para los jóvenes, los desempleados, y diría que tampoco para algunas situaciones sociales como las de los enfermos, los encarcelados…», alertó el martes el purpurado en los micrófonos de «Radio Vaticano».

Por eso advirtió de la necesidad de «un planteamiento que mire hacia las causas de esta amplia difusión de la delincuencia y que busque resolver los problemas de raíz».

«Éste debería ser, en mi opinión, el presupuesto sobre el que todos deben trabajar, cada uno según sus competencias», subrayó.

El clima actual que respira Nápoles «es fruto de una especie de cultura de la violencia», describe el purpurado, lamentando la existencia de «baby-gang», bandas de chavales que «no saben dónde ir, cómo pasar el tiempo, carecen de una formación familiar adecuada» y «la calle se transforma en la escuela de toda delincuencia».

Ante este drama, «la Iglesia está muy comprometida» -explica-: «tenemos más de 300 centros aquí, en Nápoles, donde se procura de alguna forma proveer a la falta de ciertas estructuras», «distintas iniciativas, no sólo en las parroquias», «diferentes organizaciones católicas que se empeñan en sacar a estos niños de las calles».

Y es que es «una especie de revolución cultural y civil, y por lo tanto también religiosa, la que hay que poner en marcha para ganar terreno a la criminalidad», considera el cardenal Sepe.

Así que no se está únicamente frente a un problema de legalidad, sino también de «civilización, porque se difunde una mentalidad del atropello y de la violencia», recalca.

Por todo ello «es necesario un compromiso común para que cambie el clima de tensión y de violencia que hoy se respira en Nápoles». Si las instituciones trabajaran «sobre los mismos frentes, existiría la posibilidad de dar un vuelco a esta situación», apunta.

El episcopado italiano, a través de su agencia «Sir», difundió el martes declaraciones del purpurado según las cuales «es preciosa la aportación de las fuerzas del orden» en la lucha contra el crimen, «pero tratar Nápoles sencillamente como un problema de orden público no puede ser efectivo hoy y no será efectivo mañana».

El cardenal Sepe ha convocado para el próximo martes, bajo la intercesión del patrono local, San Jenaro, una jornada de oración y ayuno –que concluirá con una vigilia en la catedral- por Nápoles. Hizo el anuncio el jueves, día en que además se reunió con el primer ministro italiano, Romano Prodi, en visita a la ciudad.

«Orar y ayunar» constituyen «dos medios aparentemente insignificantes que tienen la fuerza de la debilidad y el poder» «de llegar al corazón del Padre» -apunta el purpurado, según cita «Sir»-; «oración y ayuno con la caridad nos obtendrán del Señor el don de la concordia, seguros de que el amor vence el odio y la venganza se desarma con el perdón».

A la emisora pontificia el purpurado quiso recalcar su optimismo por el futuro del lugar, «porque la gran mayoría de los napolitanos es una población buena que vive de valores humanos, culturales, sociales y también religiosos».

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ZENIT Staff

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