El arzobispo nigeriano John Onaiyekan recibió el premio Pax Christi International

Durante su discurso, el futuro cardenal se definió como un fruto del Vaticano II

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BRUSELAS, domingo 4 noviembre 2012 (ZENIT.org).- El pasado miércoles 31 de octubre, el arzobispo de Abuja en Nigeria, monseñor John Onaiyekan, recibió el reconocido premio Pax Christi International por sus esfuerzos para promover el entendimiento entre pueblos de diferentes creencias, a través del dialogo en África y en particular, en su país.

El arzobispo Onaiyekan, quien será creado cardenal por el papa Benedicto XVI en el próximo consistorio, ha sido Co-Director del Consejo Africano de Lideres Religiosos – Religiones para la Paz (ACRL-RfP), y Co-Director inmediatamente anterior del Consejo Inter Religioso de Nigeria (NIREC).

Ofrecemos a nuestros lectores el discurso íntegro pronunciado por el nuevo galardonado, durante la ceremonia de recepción del premio en Bruselas.

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Bendito sea el Señor, Dios de cielo y tierra, Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el Rey de Reyes, Señor de Señores y el Príncipe de la Paz. Que su Santo Nombre sea alabado ahora y para siempre. Amén.

1. Doy las gracias a la Junta de Pax Christi por el gran honor que me ha concedido al otorgarme su laureado Premio de la Paz de este año 2012. Estoy tanto más agradecido, aún cuando no estoy muy familiarizado con la organización, a pesar de que he escuchado del buen trabajo que están haciendo en todo el mundo. Esta ha sido una sorpresa de lo más agradable para mí. He recibido no pocos reconocimientos y honores en mi afortunado tiempo de vida. Pero el premio «Pax Christi» es para mí el más valioso precisamente porque su nombre recuerda y confirma nuestra fe en Jesucristo, que es nuestra paz y reconciliación. Doy las gracias a los que me han recomendado para el premio. Son desconocidos para mí, pero Dios los conoce y podrá agradecerles por mí. Quiero que sepan que esto me anima a seguir en mis esfuerzos para trabajar por la paz en consonancia con el espíritu de motivación del premio.

2. Mi sorpresa es principalmente, porque me siento elogiado por hacer lo que es natural para mí, lo que creo que debería estar haciendo. Y quiero confesarles que en todo lo que he estado haciendo para promover la paz y la armonía, he tenido que hacer frente a muy poca molestia o dificultad. Por lo general me he encontrado con buena voluntad, en la mayoría de las veces. Por supuesto, cuando veo situaciones de conflicto y desarmonía innecesaria que causan heridas y dolor, me siento muy triste. Todos los informes del violento derramamiento de sangre en mi país Nigeria, me llena de profunda tristeza. Sin embargo, en cada situación, siempre se puede dar gracias a Dios por el don de la paz y la tranquilidad en la mayoría de nuestra nación, fuera de algunos restringidos escenarios de conflictos y violencia. 

3. Me siento alentado por las convicciones que me motivan, que incluyen lo siguiente:

a) La primera es mi profunda fe en Dios que es el Creador poderoso y amoroso Padre de toda la humanidad, independientemente del credo, nacionalidad o estatus social. Este Dios es un Dios de paz que aborrece la discordia y el odio, la deshonestidad y la opresión. Mi fe me lo revela como un Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Príncipe de la Paz, quien nos ha dado una promesa que es también un encargo: «Bienaventurados los pacificadores: porque serán llamados hijos de Dios». No puede haber mayor motivación para trabajar por la paz. Nací y fui criado en esta fe, con padres que tenían una confianza profunda y transparente en Dios Padre Todopoderoso. También me enseñaron tanto por las palabras como por el ejemplo práctico, de respetar las convicciones religiosas de los demás, y de reconocer la bondad dondequiera que se encuentre. No puedo agradecer lo suficiente a Dios por el don de mi familia.

b) También estoy inspirado y guiado por las directrices de la Iglesia a la que me siento orgulloso de pertenecer. Comencé mis estudios de teología católica durante la última sesión del Concilio Vaticano II, en octubre de 1965. Crecí y maduré en mi conocimiento de la fe en el espíritu de ese Concilio, y de la subsiguiente enseñanza de la Iglesia Católica, que llamamos el «magisterio». Mi actitud frente a las relaciones interreligiosas la he obtenido de la enseñanza contenida en documentos tales como Nostra Aetate y Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, y de las exhortaciones papales emitidas sobre todo después de las dos sesiones del Sínodo de los Obispos para África, Ecclesia in Africa, (1995) del papa Juan Pablo II y Africae Munus, (2011) del papa Benedicto XVI. Mi experiencia de encuentros interreligiosos ha sido principalmente con los musulmanes, con los que vivo mi vida diaria en Nigeria. La Iglesia me ha retado a buscar y descubrir en cada creyente verdadero esa «Luz que ilumina a todo hombre» que viene a este mundo. Sinceramente puedo decir que esto ha sido para mí el más emocionante y gratificante proyecto.

c) Es en este sentido que he descubierto, cómo compartimos una gran cantidad de puntos en común en todos los niveles de nuestra existencia humana. Es muy triste observar que hay personas que tienden a definirse en términos de dónde y en qué se diferencian de los demás. No parecen saber que, al hacerlo, se definen a sí mismos en términos de lo que no son. Es cierto que no hay dos personas que sean exactamente las mismas. Pero lo que compartimos con todos los seres humanos es mucho más importante que nuestros rasgos específicos. En el nivel físico, nuestro color, por ejemplo, es sólo superficial. Incluso en el plano espiritual, a menudo pasamos por alto los grandes valores que compartimos, muy por debajo de las diferencias en nuestros lenguajes y formulaciones doctrinales. Cuando somos capaces de descubrir nuestros puntos en común, entonces seremos capaces de celebrar la belleza de nuestra diversidad, y trabajar con éxito en la conciliación de nuestros aparentes contrastes y conflictos.

d) Otra convicción que he encontrado consistentemente válida es que la gran mayoría de las personas son personas normales como yo. En situaciones de conflicto, a menudo hay una gran mayoría silenciosa que solo quiere vivir su vida en paz, pero que a menudo se ubican en la toma de posiciones beligerantes por una minoría peligrosa con una agenda extremista. El reto es construir sobre la base de la buena voluntad de la mayoría, llevar a la mayoría silenciosa a abandonar su silencio y hablar todos para poner juntos una masa crítica de pacificadores.

4. A la luz de lo anterior, veo algunas tareas urgentes por delante de nosotros cuando nos enfrentamos a nuestro veloz y cambiante escenario mundial.

a) La humanidad se mueve inexorablemente hacia una aldea global. La tecnología nos está haciendo a todos vecinos de los otros. Transporte rápido y comunicación inmediata significa que no hay más un extranjero lejano. Este proceso, a menudo llamado «globalización», está lleno de peligros y posibilidades. Dentro de las posibilidades está el hecho de que la humanidad ahora puede convertirse realmente en la única comunidad humana y la familia que Dios creó para ser así. Solo tenemos que encontrar mejores maneras de vivir juntos en paz en todo el mundo.

b) Existen muchas causas de conflicto entre los pueblos y las naciones. Es una lástima que en la historia humana, muy a menudo la religión se ha presentado en los conflictos por sobre otros intereses. Esta es la historia de las «guerras santas» con cualquier nombre. A veces es el verdadero heroísmo de morir por una buena causa y por el amor de Dios. Eso es lo que hacen los mártires genuinos. Pero esto ya no debe ser aceptable nunca para matar «en el nombre de Dios». El papa Juan Pablo II llamó a esto un grave pecado de blasfemia. Un Dios que me necesita para matar a la gente en su defensa, no es digno de mi adoración. Si somos capaces de tener éxito en liberar la religión de la manipulación por otros intereses, entonces esta será capaz de desempeñar su rol positivo
de reconciliación entre las personas en conflicto, donde otros esfuerzos fallan.

c) El Cristianismo y el Islam presumen de tener el mayor número de adeptos en el mundo de hoy, que cubre casi todas las partes de nuestro planeta. Ya es hora de que estas dos religiones asuman seriamente la responsabilidad especial que tienen por la paz en nuestro mundo.

Pero no van a ser capaces de hacer esto si no trabajan por la paz unos con otros. Cada una de estas dos religiones afirma tener un mandato divino que difundir por todo el mundo y abrazar a la humanidad entera. Tenemos que encontrar la manera de cumplir con este mandato divino, mientras que al mismo tiempo, vivir en paz con nuestro prójimo, también es un mandamiento divino. Esto no es en absoluto un proyecto inútil.

d) La globalización significa que la pluralidad de las religiones está a la orden del día. Esto exige un mayor énfasis en la ciudadanía común de todos los que pertenecen a la misma nación. Cuando los derechos y deberes de todos los ciudadanos sean respetados y promovidos, hay más probabilidad de que exista una nación pacífica. Los que pretenden que no tienen ciudadanos que pertenecen a otras religiones, tienen que reconocer la realidad que les rodea.

e) Por lo tanto los derechos de las minorías religiosas y de otro tipo deben ser respetados como derechos humanos fundamentales. Después del derecho a la vida, está el derecho a la libertad de conciencia. Esto incluye el derecho a practicar la religión que uno elija libremente. En una comunidad internacional donde los derechos de los rinocerontes y los bosques se defendió con todo vigor, es un gran misterio que el derecho del ser humano a ser humano, en muchos lugares, se considera negociable ¡o negado  simple y llanamente!

f) Debemos dar gracias a Dios por el fenomenal progreso que la humanidad ha alcanzado en el campo tecnológico. Esto ha supuesto un tremendo poder y habilidad en las manos del hombre. Existe la necesidad de un progreso similar en la conciencia moral y el juicio para guiar a la humanidad en el uso apropiado de esta tecnología para el bien común de todos. Hasta que se haga esto, y debe hacerse rápidamente, corremos un alto riesgo de destruirnos a nosotros mismos. Esto es lo suficientemente claro en el ámbito de la guerra y la paz. Estamos sentados en enormes montones de armas de destrucción masiva que pueden estallar en cualquier momento. Es el colmo de la estupidez seguir acumulando armas que uno no espera utilizar bajo ninguna circunstancia. ¿Cuándo van a aprender?

g) Se solía decir que «Si vis pacem, para bellum» (Si quieres la paz, prepara la guerra). Esta es la mentira grave que ha llevado a muchas guerras a través de los siglos. El papa Pablo VI ofreció una receta diferente para la paz, cuando dijo: «Si quieres la paz, trabaja por la justicia». La mayoría de las guerras han sido causadas por la injusticia o la percepción de las mismas. Trabajar por la justicia es, sin duda golpear en la raíz de la guerra.

El papa Juan Pablo II, sin embargo da un paso más al añadir otra dimensión a la ecuación: «Si quieres la paz, aprende a perdonar». En nuestras condiciones concretas de vida, es muy difícil de hacer reinar la justicia plena. Muy a menudo, tenemos que aceptar menos de la plena justicia, en aras de la paz. El perdón, la solidaridad, el compartir, la reconciliación: estos son los conceptos que el beato Juan Pablo II ofrece a la humanidad como el medio más eficaz para lograr y mantener la paz.

Conclusión: El camino hacia la paz puede ser largo y tortuoso. Pero sin embargo es un camino necesario por donde ir si nuestro mundo ha de evitar la destrucción de sí mismo. A medida que realizamos débiles esfuerzos, nos alienta saber que esta es la dirección por la que Dios mismo dirige su mundo, su reino de justicia, amor y paz.

Traducido del original inglés por José Antonio Varela V.

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ZENIT Staff

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