El camino de la integración europea, 50 años después de los Tratados de Roma

Entrevista al padre Jesús Villagrasa, profesor de Filosofía

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ROMA, viernes, 23 marzo 2007 (ZENIT.org).- Del 23 al 25 de marzo próximos, con motivo del cincuenta aniversario de los Tratados de Roma, que marcaron el inicio del proceso de unificación europea, la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE), está celebrando en Roma un Congreso de carácter continental.

Para profundizar en el significado y relevancia de este acontecimiento y para repasar el camino realizado hasta ahora por la Unión Europea, Zenit ha entrevistado al padre Jesús Villagrasa, profesor de Filosofía del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», quien acaba de publicar en Italia el libro «El árbol y la obra. Fidelidad creativa a las raíces cristianas de Europa» («L’albero e il cantiere. Fedeltà creativa alle radici cristiane dell’Europa», Ediciones Art, Roma 2006).

–¿Hay algo que «celebrar» el próximo 25 de marzo?

–Villagrasa: ¡Cincuenta años de integración europea! No es poco. Es verdad, el momento que está atravesando el proceso de integración es delicado. El euro-escepticismo está muy difundido. A la aceleración del proceso, quizá excesiva, que se dio tras el año 2000 con el objetivo de lograr cuanto antes un Tratado constitucional que pudiera sancionar la integración política y no sólo económica de la Unión Europea (UE), le ha seguido el brusco frenazo provocado por el «no» de los franceses y holandeses a la ratificación de este Tratado. Nótese bien que el «no» ha sido pronunciado precisamente por la población de dos de los países fundadores de la UE. Para superar esta embarazosa situación, Alemania, presidente de turno de la UE durante el primer semestre de 2007, está trabajando para desbloquearla y hacer aprobar un «mini-tratado».

–En estos 50 años de historia de integración europea, ¿cuáles serían los grandes momentos que habría que recordar?

–Villagrasa: Quizá habría que recordar a las personas que animaron los primeros, decisivos, pasos. Luego podrían citarse algunas piedras miliares en las progresivas ampliaciones y en los sucesivos tratados.

–¿Cuáles serían estas personalidades de los orígenes de la integración europea?

–Villagrasa: Sin duda, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Robert Schuman, tres católicos convencidos del valor de la Doctrina Social de la Iglesia, líderes de partidos democristianos, provenientes de regiones de frontera, por tanto zonas discutidas entre naciones europeas. Además, tenían una inspiración filosófica bastante compartida que hacía referencia al humanismo de Jacques Maritain, al personalismo de Emmanuel Mounier, al popularismo de don Luigi Sturzo y al valor de la solidaridad. Tras estos tres grandes personajes, hay otros protagonistas de extracción diversa, como Jean Monnet, Paul-Henri Spaak y Altiero Spinelli.

–¿No es sorprendente que todos sean católicos?

–Villagrasa: Esa es la cuestión. Pienso que un católico está mejor dispuesto a promover formas de integración y cooperación internacional porque está menos expuesto a nacionalismos estrechos. Otros, ya en la primera fase de integración veían otras motivaciones. Los partidos comunistas europeos, que hacían referencia a Moscú, consideraron la Europa de Schuman, Adenauer y De Gasperi como una «invención democristiana» o una «Europa vaticana», combatiéndola en los debates parlamentarios.

Cuando en 1957, fueron firmados los Tratados de Roma, la izquierda italiana y europea manifestó su radical oposición a los mismos. El Partido Comunista italiano, en concreto, definió los Tratados como «un instrumento político antidemocrático, grave y peligroso», afirmando que la Europa de los Seis llevaría a una comunidad política dominada por Alemania, bajo el patrocinio de los Estados Unidos. Sin embargo, dentro de la izquierda, se abrió camino en aquellos años el europeísmo «federalista» de A. Spinelli, que preveía la transferencia de la soberanía política de los Estados nacionales a un verdadero Estado europeo, según el modelo estadounidense o suizo.

–Si se tuviera que conferir el título de «Padre de Europa» a alguno de estos protagonistas, ¿quién se lo merecería?

–Villagrasa: A la luz de este quincuagésimo aniversario de los Tratados de Roma, creo que Robert Schuman es el primer candidato. Tuvo el gran mérito de proponer un modelo de cooperación económica, basado en la estrategia de los pequeños pasos, que se traducirá, el 18 de abril de 1951, en la firma en París del Tratado para la creación de la Comunidad europea del carbón y el acero (CECA) entre los seis miembros fundadores: Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo.

El éxito de la CECA fue tal que aquellos seis países decidieron integrar otros sectores, en concreto la agricultura y el transporte, con la firma de los Tratados de Roma (25 de marzo de 1957) que instituyeron la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea para la Energía Atómica (Euratom). Vamos a celebrar el quincuagésimo aniversario de este compromiso de remover las barreras comerciales y aduanales existentes para constituir un «mercado común» y consentir la libre circulación de mercancías, capitales y mano de obra. Ciertamente, la UE no ha sido hecha por un hombre y habría sido una pobre realidad sin la ulterior apertura a los demás países de Europa.

–Luego vinieron las ampliaciones de la CEE y de la UE…

–Villagrasa: Tras los seis países fundadores, se adhirieron Dinamarca, Irlanda y Gran Bretaña en 1973, Grecia en 1981, España y Portugal en 1986. Se integran ya a la UE Austria y Finlandia en 1995, y otros diez países en 2004: República Checa, Estonia, Chipre, Letonia, Lituania, Hungría, Malta, Polonia, Eslovenia y República Eslovaca. En 2007, ingresan Bulgaria y Rumanía. Algunos de los tratados de la UE han nacido por exigencia de adaptación a estas ampliaciones.

–¿Qué puede recordar de estos tratados?

–Villagrasa: Tras la elección del primer Parlamento europeo por sufragio universal en 1979 y con el fondo político marcado por la «perestroika» de Gorvachov, se firma el «Acta Única Europea» (1986) que refuerza la cohesión socioeconómica e inicia la evolución de la CEE hacia la Unión política. Tras la caída del Muro de Berlín y la autodisolución de la Unión Soviética, se firma el Tratado de Maastricht (1992) que crea una nueva entidad supranacional, la Unión Europea, instituye la ciudadanía de la UE, prepara la llegada de la moneda única, extiende e inicia la puesta en marcha de una política exterior de seguridad común y de una cooperación en materia de justicia y asuntos internos. A petición de los «länder» alemanes se incluye en el Tratado el principio de subsidiariedad.

El Tratado de Amsterdam (1997) trata por primera vez el tema de las Iglesia y de las religiones, y no logra introducir la esperada reforma de las cuatro «instituciones fundamentales»: Parlamento, Consejo de Ministros, Comisión Ejecutiva y Tribunal de Justicia.

El Consejo Europeo de Colonia de junio de 1999 pide la redacción de una «Carta europea de derechos fundamentales» que será aprobada en Niza en diciembre de 2000. El Tratado de Niza introduce en lugar del voto por unanimidad el voto por mayoría cualificada. El largo y complejo Tratado constitucional redactado a petición del Consejo Europeo de Laeken (2001), tras muchas negociaciones ligadas sobre todo al sistema de voto establecido en Niza (que nos gustaba a Francia y Alemania) fuE firmado en Roma el 29 de noviembre de 2004.

Se sancionaba así la unidad política y económica de los 25 países miembros de la UE. Luego, los franceses y holandeses, llamados a referéndum, no aprobaron la ratificación del Tratado, por motivos de descontento económico y social.

–¿Cómo juzgar este «no»?

–Villagrasa: Las motivaciones de los ciudadanos
no son muy altas o altruistas. Pero son realistas. Y este realismo puede ayudar a una clase política dominada, quizá, por ideologías e intereses nacionales. Este «no» puede ser provechoso para la UE. En el proceso de ratificaciones se había emprendido, en muchos países, con gran superficialidad. ¡Se quería ganar el primer puesto en la carrera de las ratificaciones! Los ciudadanos no pudieron reflexionar sobre el contenido del Tratado.

–¿Cuál cree que es la posición de la Iglesia al respecto?

–Villagrasa: La Iglesia católica, sustancialmente favorable a un proceso de integración que favorecía la paz y prosperidad en Europa, se mostró contraria a la falta de mención de las raíces cristianas en el preámbulo. El hecho de que varios Papas se hayan mostrado favorables a un cierto modelo de unificación no significa que su empeño sea de naturaleza política o que quiera devolver a Europa una posición de superioridad, o sea la expresión de un sueño de restauración de la «Respublica christiana» de la Edad Media.

Los pontífices no tienen un proyecto «político» para la Europa del mañana, ni ofrecen sugerencias técnicas para superar las dificultades de Europa. La Iglesia se interesa por los grandes procesos que viven sus hijos y da orientaciones de naturaleza pastoral. Se da cuenta de que la UE, que se construye y se da una Constitución, puede ofrecer un paradigma de lo que puede llegar a ser la aldea global: una comunidad respetuosa de las diferencias y anclada en un genuino humanismo. Y se preocupa cuando ve una Europa que reniega de su identidad y de su historia.

–¿Entre tantos problemas técnicos que los políticos deben afrontar, piensa que esta mención de las raíces cristianas sea relevante?

–Villagrasa: Se trata de una cuestión de realismo político. Si no está claro lo que es Europa y lo que quiere ser la UE, si no se conoce su identidad y no se determinan bien sus objetivos, la construcción de la UE se quedaría sin fundamentos y por tanto no tendrá futuro. Juan Pablo II dijo que las raíces cristianas son para Europa la principal garantía de su futuro. Se trata de volver la mirada al pasado para empeñarse hoy en la construcción del futuro. El reconocimiento del origen, de las raíces históricas y culturales de Europa, de todo lo que hace de Europa una realidad única y distinta de las demás, habría podido ser incluido en un texto ideal, como el Preámbulo del Tratado, capaz de inspirar el sentimiento de pertenencia de los europeos. Pero no ha sido así porque no se ha querido hacer mención del cristianismo.

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ZENIT Staff

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