El cardenal Barragán explica el espíritu con el Papa está viviendo estas horas de enfermedad

Entrevista al presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud

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CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 2 febrero 2005 (ZENIT.org).- ¿Cómo está viviendo Juan Pablo II estos momentos en los que a causa de las complicaciones de la gripe ha tenido que ser hospitalizado? ¿Cuál es su relación con el sufrimiento y la enfermedad? A estas preguntas responde en esta entrevista concedida a Zenit el cardenal Javier Lozano Barragán.

El purpurado mexicano preside el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, organismo vaticano creado por este Papa para que la Iglesia testimonie con más claridad y entusiasmo ante el mundo la dimensión cristiana del dolor y la enfermedad.

El cardenal ofreció esta entrevista a mediodía del miércoles, en su despacho de la Vía de la Conciliación, cerca del río Tíber, poco después de que Joaquín Navarro-Valls, portavoz de la Santa Sede revelara que la salud del Santo Padre estaba dentro de los parámetros «de normalidad»

–La atención de los medios de comunicación del mundo, como es comprensible, se ha centrado en estas horas en la persona de Juan Pablo II al ser hospitalizado. ¿Cómo está viviendo el Papa estos momentos?

–Cardenal Lozano: De acuerdo con los partes médicos que tenemos, lo que ha sucedido no nos preocupa de manera muy especial. Se dio una cierta complicación anoche y pensaron que era conveniente llevarle al Hospital Gemelli porque allí tienen todos los medios para atenderlo de la mejor manera. Es una gripe fuerte que también tiene consecuencias gástricas y, por los problemas respiratorios que provoca, pensaron que podría ser conveniente hospitalizarle para que no se dieran complicaciones. Hasta el momento, insisto, hasta el momento no hay motivo de especial preocupación.

Pero lo que a todas las luces parece evidente es que el Papa está enfermo y que tiene 84 años. Si nos ponemos a ver únicamente el aspecto físico, entonces nos damos cuenta de que la salud se deteriora, pues las células siempre se van deteriorando en cualquiera de nosotros según va envejeciendo. Y no cabe duda de que llegan a un término. Esto es evidente. Pero nosotros, los cristianos, y en primer lugar el Papa, vamos más allá de una mentalidad mecanicista, biologista, meramente física. Ante los problemas más agudos de la existencia, que se los plantea quien tenga la valentía de planteárselos, surge la pregunta, «¿por qué el sufrimiento?». «¿Por qué la muerte?».

–Y, ¿cuál es la respuesta que da este Papa esta pregunta?

–Cardenal Lozano: La respuesta no es ninguna ideología, de ninguna clase, ya sean ideologías que niegan la muerte –que son ridículas– o que ideologías que hablan de una actitud estoica –que son tontas–. Todo el mundo sabe que lo peor que nos puede suceder es morirnos. Y que nos vamos a morir sin ninguna duda. Entonces la única solución es algo maravilloso: es un hecho histórico, acaecido y que mantiene su actualidad absoluta, es Cristo muerto y resucitado.

El Papa tiene una expresión muy hermosa en la encíclica «Salvifici doloris» (11 de febrero de 1984) y que después retoma en la carta «Novo Millennio Ineunte» (6 de enero de 2001), cuando dice que Cristo en la Cruz tenía por un lado el rostro, todo su ser, sufriente y, por otro lado, glorioso. Las dos dimensiones van juntas, pues Cristo en la Cruz no dejó de ser Dios y estaba seguro de su resurrección. Sufría y al mismo tiempo estaba gozoso.

–¿Cree que el Papa vive en estos momentos estos dos aspectos?

–Cardenal Lozano: Exactamente. Ahora bien, el Papa no dice: «así como Cristo estuvo sufriente y glorioso yo lo quiero imitar». No, él lleva dentro de sí –como puede llevarlo cualquiera de nosotros por el bautismo y el resto de los sacramentos– a Cristo sufriente y glorioso. Y entonces no es que yo imite esta conducta de Jesús, pues no tendría fuerzas para hacerlo, sería algo absurdo, sino que dejo el cauce a Cristo con su omnipotencia divina para que me supla al máximo y me dé lo máximo de felicidad. Es una paradoja que sólo se realiza por la omnipotencia de Cristo. Es lo que se llama la «nueva creación». En ésta, ya no se trata de que Dios haga al mundo de la nada, sino que lo hace dentro de mí, de la nada culpable, esto es, con el pecado original, con mis pecados propios, mi situación de maldad, mi situación de enfermedad de todo el mal del mundo. En ese momento se experimenta en lo más profundo la redención, la redención en serio.

Esa redención significa alegría y felicidad, porque en mi muerte existe el máximo de vida, la nueva creación por el amor del Espíritu Santo. El Espíritu que se cernía sobre las aguas iniciales, en la confusión inicial, hace que surja el «cosmos», el orden. Y de esta confusión, que significa el dolor, la enfermedad, la muerte, la tiniebla, el Espíritu con su luz felicísima, con su amor y su consuelo máximo, hace surgir la nueva creación, que es la resurrección y es la alegría y felicidad del que sufre.

En este sentido el Papa es transparencia de Cristo sufriente y glorioso.

–Entonces, ¿cree que el mundo puede ver en este Papa a otro Cristo, «alter Christus», como es el caso de un sacerdote cuando celebra los sacramentos?

–Cardenal Lozano: Sí, pero en el Papa esto se da de una manera muy especial. Cristo, es el principio y el fundamento de la Iglesia, la roca, y el Papa, Juan Pablo II, es ese fundamento visible. Por eso en él resalta de una manera tan fuerte su experiencia dolorosa y gloriosa. Él está para confirmar, para fortalecer nuestro sufrimiento y nuestro gozo. Es su función.

Y quienes le ayudamos tenemos que participar en ello, en particular desde este Consejo Pontificio que él instituyo con este objetivo: ofrecer un testimonio de Cristo, muerto y resucitado en particular ante quienes sufren y están enfermos.

–Entonces, usted, como presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, ¿qué consejo o llamamiento ofrecería a los cristianos que están siguiendo de cerca estas noticias sobre el Papa?

–Cardenal Lozano: Yo les diría que está muy bien el interesarse por la salud del Papa, pero que sepan interpretar lo que significa la vida del Papa dentro de la propia vida de cada uno de nosotros. Es decir, que cada uno de nosotros, los cristianos, nos sintamos como Cristo, sufrientes y gozosos al mismo tiempo. Es decir, que nos convenzamos del grandísimo error de la «ética» de la salud de nuestros días que confunde salud con bienestar. La salud por el contrario es felicidad, armonía y no exactamente bienestar.

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ZENIT Staff

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