El cardenal de Guadalajara y los escándalos de sacerdotes

«Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica»

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GUADALAJARA, 8 junio 2002 (ZENIT.org).- El Cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara (México), en este comunicado habla del abuso sexual a menores por sacerdotes y la manera en que el argumento es tratado por algunos medios de comunicación.

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La Iglesia es Santa porque Cristo, su Cabeza, es Santo, por el Espíritu Santo que la anima como su alma, por su doctrina de origen divino, por sus Sacramentos que nos purifican y nos dan vida divina, y es Santa también por muchos de sus hijos que han vivido en fidelidad al Evangelio, algunos de los cuales han sido llevados al honor de los altares como modelos de vida cristiana.

Pero la Iglesia es también, y al mismo tiempo, pecadora, por las infidelidades de la gran mayoría de los cristianos. La Iglesia, mientras peregrina por este mundo hacia la Patria Eterna, peca y se purifica, para poder entrar a la Vida Eterna, donde no entrará nada manchado.
Se trata de la fragilidad de todo ser humano, permitida por Dios para que el hombre débil, ayudado por su Gracia, haga méritos que puedan ser premiados con la Vida Eterna.

La fragilidad humana se manifestó desde la traición de Judas y las negaciones de Pedro, y ha estado presente a lo largo de dos mil años de historia. Muchos creyentes, sacerdotes, religiosos y laicos, han quebrantado, no uno, sino todos los mandamientos de Cristo y han dado motivo de escándalo; y qué decir a quienes no creen.

En estos momentos ocupa el primer plano de los grandes medios de comunicación social, nacionales e internacionales, el escándalo de los sacerdotes pedófilos, y a causa de ello se escupe en el rostro de la Iglesia y se le arroja lodo en abundancia.

No se puede negar que se dan casos, muy lamentables por cierto, pero son la minoría, y no se debe desconocer que la mayoría de los ministros del Señor son fieles y ejercen ejemplarmente su ministerio. No se puede negar que el abuso de los menores es un crimen sumamente grave; empaña la belleza divina que se refleja en el rostro de los niños, mata su inocencia desde temprana edad. No se puede negar que es un abuso incalificable, aprovechando la debilidad y la ingenuidad de los menores. Es un abuso que debe ser denunciado y castigado severamente por las leyes humanas, que alcanzan también a los sacerdotes como ciudadanos que son, pero también es un pecado grave que será castigado terriblemente por Cristo, Juez Universal, quien dijo: «Cuidado con escandalizar a uno de estos pequeños; al que lo haga, más le valiera que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al mar» (Mc 9, 42).

Cuando el abuso contra los menores es cometido por un sacerdote, reviste una gravedad todavía mayor, ya que el sacerdote, por oficio, es ministro de santificación, es predicador de la moral evangélica, guardián de las buenas costumbres y ejemplo del Pueblo de Dios con su vida. Repugna una conducta contraria a esto en los ministros de Dios.

En estos días, el Vicario de Cristo, el Papa Juan Pablo II, y con él todos los que amamos a nuestra Madre la Iglesia, sufrimos intensamente por aquellos sacerdotes que, como dice el Papa, se han dejado arrastrar por las sugestiones más terribles del misterio de iniquidad, faltando gravemente a su deber y arrojando una sombra de sospecha sobre tantos sacerdotes virtuosos, que son la mayoría.

Desde siempre se ha prohibido que ingresen al Sacerdocio personas con tendencias homosexuales; en los Seminarios se vigila cuidadosamente la selección de los candidatos al Sacerdocio, pero a veces la simulación y el ocultamiento de los aspirantes o la negligencia de los formadores, pueden dar por resultado que se admita a la Ordenación Sacerdotal a quienes no son dignos.

El estado sacerdotal no es un «paraíso» para los pedófilos. Se sanciona y se castiga esta falta, y de aquí en adelante habrá más severidad, ya que la Santa Sede ha dispuesto que todo caso de pedofilia cometido por los ministros de la Iglesia, sea reportado inmediatamente a la Congregación para la Doctrina de la Fe, que actualmente preside el Cardenal Joseph Ratzinger. Si alguna vez algún obispo ha sido negligente, esto se remediará de ahora en adelante.

En esta Iglesia de Guadalajara, puedo dar testimonio personal de que se ha cuidado nuestro Seminario hasta donde es humanamente posible. Aquí, a los sacerdotes que caen en una situación de pecado y escándalo, en ésta u otra materia, se les amonesta y se les da una ayuda profesional que abarca los campos de la espiritualidad, la medicina y la psicología, en una casa fundada aquí para ayudar a presbíteros que padezcan depresión o cansancio y a aquellos que caigan en conductas indebidas. Se trata del Instituto Alberione.

Cuando no hay enmienda, después de las amonestaciones que prescribe el Código de Derecho Canónico, se les aparta del Ministerio.

No deja de ser interesante notar cómo la sociedad actual, que organiza complaciente marchas de homosexuales y lesbianas por las calles de las grandes ciudades del mundo, que hace jugosos negocios con la prostitución y la pornografía infantil, que es tan permisiva y relajada en costumbres, y que se deleita con programas inmorales de televisión y cine, es tan dura e implacable, se escandaliza y rasga las vestiduras ante las faltas de algunos sacerdotes.
Por una parte, se ha hecho una generalización injusta, y por otra, con frecuencia se aducen casos de abusos ocurridos hace 9, 10, 15 y hasta 30 años, y se pide la cabeza no sólo de los sacerdotes culpables sino también de sus obispos y de toda la jerarquía. ¿Cómo se explica esto?

Es que el sacerdote debe ser santo, así lo pide Dios a sus ministros, y han de tratar las cosas santas, santamente. Así lo pide la Iglesia y así lo deseamos todos los que la formamos; así lo exige el mundo, que hace una evidente distinción entre las faltas de los sacerdotes y las de los demás: a los sacerdotes no se les perdona porque deben ser santos.

Cabe también otra consideración, y es que la misericordia y la compasión no son, ciertamente, atributos de los pecadores. Dios es infinitamente santo, y sin embargo, infinitamente misericordioso y compasivo. Entre los hombres, los más virtuosos y santos son los más comprensivos y a quienes se puede acudir para ser ayudados en las dificultades, sobre todo de orden moral. Pero a medida que el hombre se entrega al pecado y se deja llevar por una vida licenciosa, se vuelve duro, crítico, incomprensivo y exigente hacia los demás, como si con eso justificara sus propios desarreglos.

El tema de la pedofilia entre los ministros de la Iglesia, comenzó a ocupar los espacios protagónicos de los grandes medios de comunicación social, en los países del primer mundo, para provecho de los abogados que lucran con las denuncias y como un medio para desprestigiar a la Iglesia y desautorizar su voz profética, que se opone a los poderes de este mundo cuando condena el aborto, la anticoncepción, el libertinaje sexual y las injusticias en materia de economía que empobrecen a millones de seres humanos.

¡Creo en la Iglesia Santa! Estos ventarrones violentos que soplan, los permite Dios para «sacudir el árbol», para que caigan las hojas secas y se purifique su Iglesia, la cual, con la fuerza del Espíritu Santo, podrá superar el misterio del mal que prevalece en el mundo y siembra insidias en todos los hijos de Dios, incluidos los ministros.

Debemos hacer oración por la Iglesia de Cristo y sus sacerdotes, para que ofrezcan un
luminoso ejemplo de santidad al mundo con su conducta.

+ Juan Card. Sandoval Iñiguez

[Publicado en la página web de la Conferencia Episcopal Mexicana http://www.cem.org.mx]

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ZENIT Staff

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