El cardenal Kasper desvela las claves para construir la auténtica paz

Al presidir la Eucaristía en la fiesta de la Exaltación de la Cruz

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ROMA, 18 septiembre 2003 (ZENIT.org).- La cruz, donde Jesús destruyó el muro de la enemistad destruyendo en sí mismo la enemistad, es la escuela para aprender a llevar la verdadera paz a todos los hombres, constató el cardenal Walter Kasper el sábado pasado.

En la Eucaristía que celebró en la Basílica Romana de Santa María in Trastevere, con ocasión de la fiesta de la Exaltación de la Cruz, el presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos recalcó asimismo el valor del diálogo como instrumento para trabajar por la paz, según se concluyó en Aquisgrán en la cumbre internacional de líderes religiosos del 7 al 9 de septiembre.

El purpurado se unió a los quinientos líderes religiosos y miles de personas que, convocados por la Comunidad de San Egidio, se reunieron en la ciudad alemana en la edición 2003 del encuentro «Hombres, Religiones y Paz», que finalizó con un «Llamamiento por la Paz» (Cf. Zenit, 10 de septiembre de 2003).

Por su interés, presentamos a continuación el texto íntegro de la homilía del cardenal Walter Kasper difundido por la Comunidad de San Egidio.

* * *

Nm 21, 4-9
Flp 2, 6-11
Jn 3, 13-17

¡Queridos hermanos y hermanas!

El sábado pasado llegamos a Aquisgrán para reflexionar en torno a la paz y para orar por la paz en el mundo; este sábado, en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, estamos en Roma en Santa María en Trastevere para orar nuevamente por la paz y para celebrar la paz que Jesucristo nos ha dado.

I. La fiesta de la Exaltación de la Cruz conmemora el hallazgo de la cruz de Jesús por parte de la emperatriz Elena, esposa del emperador Constantino, durante su peregrinación a Jerusalén. En este contexto no debemos cuestionarnos ni discutir el hecho de que la emperatriz Elena encontrara verdaderamente la cruz histórica de Jesús. Esto no tiene importancia porque el acontecimiento es sólo la ocasión externa para esta fiesta, que tiene un significado mucho más profundo, un significado que sobrepasa ampliamente la cuestión puramente teórica.

La fiesta de la Exaltación de la Cruz revela el centro de nuestra fe cristiana. La exaltación de la cruz nos dice que la cruz, signo de ignominia, de derrota y de muerte, para nosotros, que creemos en la resurrección de Jesucristo, se han convertido y es exaltada como el signo de la victoria de la redención, de la reconciliación, de la vida, del amor y de la paz.

En el Evangelio, Jesús nos recuerda que Moisés en el desierto levantó una serpiente de metal y que cada uno que miraba esta figura era salvado de la mordedura de las serpientes. Para Él representa un evento profético. Porque «como Moisés levantó la serpiente», «es necesario que sea levantado el Hijo del hombre para que quien crea en Él tenga vida eterna».

Contemplar la cruz exaltada, contemplar el crucifijo exaltado y transfigurado, contemplar el rostro de Cristo cubierto de heridas y de sangre, refleja el amor de Dios Padre, quien ha contemplado todas las cruces de este mundo, quien ha contemplado el sufrimiento y el grito de los enfermos, de los pobres, de los hambrientos, de los atormentados y de quienes han sido injustamente asesinados y que no ha querido abandonar a sus criaturas, sino que lleno de misericordia ha enviado a su Hijo único, no para juzgar y condenar el mundo, sino para salvarlo y darle la vida. La cruz es el signo del amor que desciende de lo alto a lo más profundo, hasta la muerte.

La cruz es el signo del amor que quiere encontrarse con nosotros, hombres y mujeres, allí donde estemos en nuestra miseria e impotencia, donde no podemos ayudarnos a nosotros mismos. Es el signo de un amor que penetra el campo de la injusticia, del odio, de la mentira, de la violencia y de la muerte, para llenar y transformar toda esta oscuridad y esta miseria en justicia, verdad, perdón y misericordia, vida y amor.

Este «abajamiento» del amor es, por lo tanto, elevación y exaltación de la cruz y de todas las cruces presentes en este mundo; es el inicio de un nuevo mundo en medio de éste, un mundo donde triunfa la vida sobre la muerte, la justicia sobre la violencia, el gozo sobre la tristeza y el llanto, el amor sobre el odio, un mundo de paz, que es mucho más que el silencio de las armas, pero que es la plenitud de la vida en la justicia y en la alegría, la verdadera paz donde –como dice San Agustín— ya nadie será molestado por el otro, donde estaremos libres de todo mal, colmados de todo bien sin fin, y gozaremos de la eterna alegría, la vida sin fin.

En la Carta a los Efesios, San Pablo afirma que Jesús en la cruz destruyó el muro de la enemistad destruyendo en sí mismo la enemistad, y que a los que estaban lejos los hizo cercanos creando la paz. Contemplando la cruz con la fe nos da la paz, porque Cristo crucificado «es nuestra paz».

II. Celebrando la fiesta de la Exaltación de la Cruz volvemos en cierta manera a Aquisgrán, donde hemos sido conscientes de muchas discordias, de conflictos, del hambre, de la violencia, de la injusticia, de la discriminación, de enfermedades como el Sida, de las guerras en el mundo y de las divisiones en la propia Iglesia. Hemos visto un mundo profundamente herido y sufriente, una Iglesia con muchas plagas.

¿Con qué mirada hemos contemplado el mundo y la Iglesia? Ciertamente no con una mirada optimista, porque ello no habría sido realista ni sincero. Pero tampoco hemos caído en la trampa de las lamentaciones, de la condena y del pesimismo. Hemos evitado esta tentación tristemente presente incluso en muchos cristianos de hoy que se han convertido en profetas de desventura, aquellos que fueron rechazados por el beato Papa Juan XXIII y que no han acogido la apertura verificada con el Concilio Vaticano II. ¡No se puede ser pesimistas contemplando la cruz exaltada, la cruz triunfante!

La cruz es el signo de que Dios, en Jesucristo, ha superado el miedo y la desesperación. En el amor no hay lugar para el miedo; el amor expulsa el temor, afirma la primera Carta de Juan. La cruz es el signo de la esperanza. La cruz nos dice que Dios ha justificado la justicia, Dios ha realizado la paz. Por ello, la justicia y la paz son posibles; no es la muerte, sino la vida la que tiene la última palabra.

III. La paz es posible, así que ¡tengamos el valor de llevar la paz y de ser agentes de paz! ¿Cómo? No como los militares y los políticos, quienes ciertamente son necesarios en este mundo. Pero su tarea no es la nuestra, y su medios, métodos y competencias no son las nuestras. Recordemos las palabras de Jesús: «Os doy mi paz, no como el mundo la da». Es la paz que surge de la cruz, la paz en el signo de la cruz. Trabajar por la paz no con violencia, sino como Jesús, descendiendo y abajándose hacia los pobres, los afligidos, y colmar su miseria con la luz de la misericordia y así sanar las heridas y dar nuevo valor de vida, dar confianza y así reconciliar los corazones, crear una nueva atmósfera, un nuevo clima de esperanza y de gozo.

Todo esto se describió en Aquisgrán con la palabra «diálogo». El diálogo es mucho más que un intercambio de ideas; diálogo representa un modo de existir juntos, un modo de convivencia no violenta, pero en mutuo respeto y aprecio, un intercambio no sólo de ideas, sino de vida, de medios de vida y de amor. Quien crea diálogo se hace humilde, se abaja, pero no por debilidad, sino por la fuerza de la fe, de la caridad y de la esperanza.

Y por ello, el conclusivo «Llamamiento por la paz» pudo declarar: «El diálogo lleva a la paz. El diálogo es un arte que nos arranca del pesimismo obtuso de quienes afirman que es imposible vivir junto a los demás, sosteniendo que los males que hemos sufrido nos condenan a un odio sin fin. El diálogo es el camino que puede salvar el mundo de la guerra. (…) El diálogo es la
medicina que cura las heridas y abre el único horizonte posible a los pueblos y a las religiones: vivir juntos en este planeta defendiéndolo y ofreciéndolo a las generaciones futuras como un lugar donde se puede vivir mejor que hoy».

Nos hemos reunido esta tarde para dar gracias a Dios porque todo esto se ha conseguido realizar en Aquisgrán en los límites de lo humanamente posible, porque hemos sido capaces de dar un testimonio de nuestra esperanza fundada en la cruz exaltada, donde nuestra mirada contempla el rostro misericordioso del Señor que ha venido «para que el mundo se salve a través de Él». Amén.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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