El cardenal Ortega pide la autonomía de la Iglesia en Cuba

En una carta pastoral

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LA HABANA, 2 marzo 2003 (ZENIT.org ).- En una carta pastoral, el arzobispo de La Habana ha defendido la autonomía e independencia de la Iglesia en Cuba y ha invitado a los fieles a abandonar la mediocridad y aprender a pensar para construir un futuro viable.

El cardenal Jaime Ortega dirigió su mensaje a los cubanos con ocasión del 150º aniversario de la muerte del siervo de Dios, el padre Félix Varela, cuyo «pensamiento se volcó sobre Cuba, su patria amada, y sobre el futuro de esta tierra a la que brindó verdadera devoción».

En su pastoral «No hay patria sin virtud» –fechada el 25 de febrero–, el arzobispo de La Habana recordó el derecho y deber de todo cubano de contemplar su patria con amor y a pensar en ella con criterios éticos, cosa que requiere el compromiso de dejar la mediocridad y practicar la virtud.

En este sentido, el purpurado dirigió un llamamiento especial a los jóvenes recordando al padre Varela, quien sabía que el futuro del país estaba en manos de la juventud y por eso les pedía a ellos la virtud.

«La permisividad sexual, las relaciones tempranas que queman las etapas del enamoramiento y del amor verdadero, no preparan para fundar matrimonios estables y duraderos, familias donde la vida pueda crecer en la seguridad y en el gozo del amor compartido, y sin esto no hay felicidad», advirtió.

Igualmente alertó sobre el consumo de drogas, originado en gran medida por la «falta de sentido en la vida, derrotismo y una postura ante el mundo habitualmente débil por parte de jóvenes y adultos».

Ante la desesperanza que vive la población –causa principal de emigración—, el cardenal Ortega reclamó una mirada de misericordia sobre las personas. Pero «no sólo debe ser la mirada del pastor y obispo la que se fije con misericordia en la multitud, sino también la de los gobernantes».

«Es hora ya de pasar del Estado justiciero, que exige sacrificios y ajusta cuentas, al Estado misericordioso, dispuesto primero a tender una mano compasiva (…)», reclamó el purpurado pidiendo una consideración del poder que dé espacio al amor.

Independencia de la Iglesia en su misión

Para llegar a la edificación de la patria, «en la cual todos debemos participar, es necesario (…) primero empezar a pensar», sugirió el prelado. Siguiendo al padre Varela, recordó que éste miraba hacia el futuro del país y trataba de preparar caminos, como Juan el Bautista.

«Ésta es también tarea de la Iglesia –explicó–. Aún cuando nos parece que no somos escuchados, cuando la realidad parece ser ignorada, no sólo hay que evidenciar lo que aparentemente se olvida o desconoce, sino preparar además caminos de futuro en las mentes y los corazones de nuestros hermanos».

«El anuncio de Jesucristo con sus implicaciones éticas para la persona, considerada en el ámbito de la familia y en el medio social y político» es misión de la Iglesia, dijo el cardenal Ortega.

Lejos de ser un derecho que se le haya concedido, «nace del mandato divino de Jesús: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mt 28,18)».

«En efecto –constató el purpurado–, la Iglesia tiene su origen en Dios; de ahí nacen los derechos inherentes a su misión divina».

Por ello afirmó que «el poder político no debe obstaculizar o impedir el anuncio del mensaje de Cristo, que la Iglesia debe hacer utilizando incluso los medios actuales de comunicación social, ni la labor educativa o caritativa de la Iglesia, ni nada que tenga que ver con la misión propia que Dios le ha confiado».

Las amenazas a la cultura cristiana

La pastoral aludió a los sistemas de pensamiento –liberales o totalitarios—surgidos después de la revolución francesa, los cuales «han condicionado desde entonces en mayor o menor grado el poder político en occidente, teniendo en común su persistencia en tratar de socavar la civilización cristiana cuando les parece que se opone a sus programas».

«Para lograr este empeño comienzan por pretender que la fe religiosa es una cuestión privada –observó el cardenal Ortega–. Éste es el mejor modo de facilitar el proceso de descristianización, pues la Iglesia es empujada fuera de la escena pública y de un modo u otro su voz es silenciada o no escuchada».

«Cuba –constató– es uno de los países de la América hispana que más ha sufrido esta devastación».

Entre los efectos se detectan las amenazas a la familia, empezando por el divorcio. «Más de la mitad de los niños cubanos nacen fuera del matrimonio», se lee en la carta.

Además, el prelado constató la mentalidad abortista de buena parte de la población, a la que hay que sumar la existencia de la pena de muerte en Cuba.

«El desprecio a la vida trae además consigo la violencia incontenida que lleva a matar o agredir para robar o para dirimir una querella», añadió.

Por ello, el cardenal Ortega advirtió: «Puede estar configurándose poco a poco entre nosotros una cultura de muerte que suplanta la cultura sustentada por la civilización cristiana, promotora del valor de la vida como don sagrado de Dios».

«“Cuba, cuida a tus familias”, fue la llamada que nos hizo el Papa Juan Pablo II a todos los cubanos en su visita a nuestro país», recordó el purpurado.

El arzobispo de La Habana recalcó igualmente el absoluto derecho de la familia la educación de los hijos y a optar por el método más adecuado. En este contexto declaró que «la ausencia de la escuela católica en Cuba es siempre una espina en el corazón de la Iglesia».

En su pastoral hizo también un llamamiento a la responsabilidad del hombre en el ámbito familiar, puesto que los frecuentes y numerosos divorcios y las uniones libres desdibujan cada vez más la figura del padre de familia.

Enseñar a pensar –o el deber de educar en libertad–

El arzobispo de la Habana recordó que el padre Félix Varela fue un hombre que educaba en libertad, esto es, enseñaba a pensar.

De hecho, invitaba a pensar reflexivamente, haciendo que «el hombre, libre de todo condicionamiento, encontrara la verdad que lleva dentro de sí mismo y con libertad de espíritu se decidiera a adherirse a ella».

El mismo deseo compartió el cardenal Ortega para los jóvenes cubanos de hoy: «hay que educarles para la libertad, deben aprender a pensar», porque es demasiado frecuente la falta de interiorización y capacidad de decisión para comprender y asumir lo que las palabras dicen.

«Repetición y aceptación pasiva de lo memorizado es ideología –advirtió el prelado–; descubrir y ejercitar la facultad reflexiva para tomar decisiones es pensar».

Por ello, «la posibilidad de asumir una postura ética depende de la libertad primordial de cada ser humano, que nosotros tenemos el deber de educar, pues se trata del don más preciado de Dios al hombre, el que lo constituye como tal».

Por su parte, «las leyes civiles deben garantizar la libertad, pero no proviene la libertad de las leyes civiles: el hombre es libre porque así lo ha creado Dios. Por esto el respeto a la libertad es sagrado», concluyó el cardenal Jaime Ortega.

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ZENIT Staff

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