El cardenal Péter Erdő desvela el rostro de la Iglesia en Hungría (I)

Entrevista con el nuevo presidente de la Conferencia Episcopal del país

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BUDAPEST, martes, 4 octubre 2005 (ZENIT.org).- En el marco de la Asamblea Ordinaria de otoño celebrada del 6 al 8 de septiembre, el purpurado más joven de la Iglesia católica, el cardenal Péter Erdő –arzobispo de Esztergom-Budapest y primado de Hungría—, de 53 años, fue elegido presidente por y para la Conferencia Episcopal del país europeo.

El 63% de los más de diez millones de habitantes de Hungría pertenecen a la Iglesia católica, que resurge dieciséis años después de la caída del comunismo. El país pasó a formar parte de la Unión Europea en mayo de 2004.

A los pocos días de su elección, el cardenal Erdő trazó en una entrevista concedida a Zenit –recogida por Viktoria Somogyi— la situación actual de la Iglesia en su país y los desafíos que afronta. A continuación publicamos la primera parte.

–La Iglesia católica húngara, tras los difíciles años del totalitarismo y el silencioso sacrificio de muchos religiosos y laicos, tiene una mayor libertad de expresión y de evangelización. ¿Cuáles son las dificultades presentes y las esperanzas futuras?

–Cardenal Erdő: Ante todo, para poder afrontar las dificultades presentes hay que reflexionar un poco sobre los años difíciles del totalitarismo. Al final de la época socialista ciertamente los problemas más graves no provenían de una persecución abierta y directa. Sin más existía una cierta opresión, pero estaba ya presente en aquella época una «deformación» de la sociedad y de la mentalidad de la gente: me refiero sobre todo al llamado «comunismo gulash», célebre durante los últimos años del régimen de Jànos Kàdàr. Ello tuvo como efecto que la gente se convirtió hasta demasiado al individualismo, concentrando toda su atención en el bienestar personal –a veces meras futilidades– y acostumbrándose a razonar a corto plazo sin pensar en el «futuro mayor», habiendo perdido los grandes ideales.

Este egoísmo de pequeña burguesía frenó mucho el entusiasmo y el idealismo de la sociedad. Este tipo de «transformación» o «deformación» está aún presente en la sociedad. De este peso no es fácil librarse, como de los problemas, por ejemplo, causados por las limitaciones jurídicas. En nuestra sociedad el aborto es todavía altísimo y la natalidad es la más baja en toda Europa. Perdemos cada año 40 mil habitantes que, para un país de 10 millones de almas, es una pérdida no indiferente. Falta, por lo tanto, la visión de futuro; falta todo tipo de «idealidad» y también por este motivo la sensibilidad por la religión es bastante escasa.

De tal contexto surgió nuestra «libertad institucional», pero el Estado, por lo que le compete, puede, en primer lugar, cambiar las condiciones institucionales. Tal vez sólo dentro de alguna década puede presentarse como consecuencia de estas modificaciones sociales un cambio psicológico y moral: un cambio de actitud en la sociedad. Con la gran libertad, el gran cambio, ciertamente presentes e importantes, contrasta el peso aún grave de la mentalidad general al que se añaden los problemas típicos de Occidente, caracterizados por un secularismo profundo. Ciertamente el desarrollo institucional ha sido espectacular en los últimos 15 años, sobre todo en lo que respecta a las escuelas, las residencias, las instituciones sociales y caritativas.

–¿De qué manera la Iglesia intenta tener viva su tradición filosófica y moral en las instituciones culturales –escuelas primarias y secundarias, universidades, centros de formación– y en aquellos sectores de la sociedad más sensibles a la recepción y a la escucha de la enseñanza religiosa?

–Cardenal Erdő: La religión en la escuela no es en Hungría una materia curricular. Las clases se imparten en el edificio escolar, pero con una separación muy clara del resto de las materias. Tal enseñanza llega casi al 25%-30%; mientras, la presencia en la celebración dominical llega al 10%-12% de los católicos. Por lo tanto está claro que la enseñanza de la religión en la escuela se encuentra en una «situación misionera». Lamentablemente los resultados no son alentadores: entre aquellos jóvenes que han recibido tal educación, sólo poquísimos hallan después el camino hacia la Iglesia, hacia la comunidad parroquial, hacia la Misa dominical y hacia los sacramentos.

Así que tenemos que preguntarnos cómo mejorar esta enseñanza, también a nivel humano, sin olvidar, en cambio, el contenido. Esta «depresión general» no caracteriza sólo nuestra sociedad, sino todo Occidente, donde es evidente la falta de nociones claras y se advierte una «ruina cultural», tanto que hasta los creyentes no conocen en el fondo su fe.

También los adultos jóvenes y los adolescentes, me refiero naturalmente a los que frecuentan la iglesia, no raramente tienen «cosas extrañas» en la cabeza. Por lo tanto es importantísimo que la enseñanza de la religión tenga contenidos claros y pueda presentar toda la riqueza de nuestra fe, no sólo algunos puntos parciales. No hay que contentarse con la transmisión de diversos sentimientos positivos de humanidad, de fraternidad o de religiosidad general, sino que es necesario transmitir el contenido de la fe.

–En Hungría existe una rica presencia de institutos religiosos y seculares, así como de congregaciones comprometidas en diversos ámbitos pastorales. ¿Qué espacio tienen, por el momento, los nuevos movimientos eclesiales y qué aproximación hay hacia ellos?

–Cardenal Erdő: Hay –y había, naturalmente— movimientos de espiritualidad procedentes sobre todo de Occidente –del mundo latino, especialmente de Francia, de Italia y de España— que son bastante activos, pero no despiertan el mismo éxito obtenido en algunos otros países, como en los países eslavos a nuestro alrededor. Tal vez porque nuestra sociedad está más cansada o, tal vez, porque hay mucho titubeo para comprometerse en los movimientos. Como muchos jóvenes tienen miedo de una elección existencial –el matrimonio en tiempo adecuado, una profesión, una vocación sacerdotal o religiosa–, así tienen también temor al compromiso en el marco de un movimiento. Por lo tanto hay muchos simpatizantes y relativamente pocos que están verdaderamente comprometidos.

–Al poco tiempo de las gozosas imágenes de la JMJ de Colonia, en la que tomaron parte miles de jóvenes de todo el mundo, ¿cuál es la relación entre la Iglesia y los jóvenes en Hungría? ¿De qué forma se acercan a la práctica religiosa y al compromiso eclesial?

–Cardenal Erdő: En parte he respondido en la pregunta anterior, pero podría añadir que obviamente en toda diócesis nuestra hay secciones especializadas para la labor con la juventud. No se trata de un trabajo cultural, sino de una labor pastoral: tanto la catequesis como la pastoral matrimonial o prematrimonial revisten un papel importante. Existen además grupos juveniles, así como encuentros diocesanos, regionales y nacionales. Me gusta citar, por ejemplo, el encuentro de Nagymaros, que desde hace décadas ha asumido un carácter distintivo en el contexto húngaro. Hay además peregrinaciones para jóvenes que actualmente empiezan a estar un poco «de moda».

Las escuelas católicas y ciertamente la universidad católica ofrecen el marco institucional adecuado para el encuentro y el diálogo con los jóvenes. Pero aún allí es necesario reflexionar más a fondo sobre cuánto hemos hecho hasta ahora por una mayor eficacia de estos encuentros. ¿Cuántos son entre nuestros estudiantes, entre nuestros alumnos, los que han encontrado el camino de la vida religiosa? Cierto, en la universidad y en las diversas escuelas hay capillas donde se celebra la Misa y se desarrollan programas litúrgicos y pastorales. Pero no es en absoluto fácil medir la eficacia de estas cosas.

¡Hay que ser optimistas! Debemos encontrar a los padres y familiares
de los jóvenes para ofrecer un nuevo camino a toda la familia. No es fácil hallar los instrumentos idóneos, pero existe un gran compromiso. A nivel de la Conferencia Episcopal hay un obispo responsable de la labor con la juventud y existen equipos formados para la organización de este tipo de trabajo, que se han comprometieron fuertemente por la JMJ de Colonia. Los que regresaron de Colonia, todos están entusiasmados, a pesar de las incomodidades. Se han quedado impresionados por la catequesis que han recibido, por el encuentro con el Santo Padre, por la liturgia y, no en último lugar, por la cordialidad personal de los alemanes. Ha sido una sorpresa para nuestros jóvenes esta apertura de los creyentes de Alemania.

[La segunda parte de esta entrevista será publicada en el servicio informativo del miércoles]

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ZENIT Staff

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