El cardenal Rouco y la renovación de la consagración al Sagrado Corazón

“Pediremos por España”

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MADRID, jueves 18 de junio de 2009 (ZENIT.org).- No era fácil la situación en España en 1919, bajo permanente amenaza de un estallido social. La respuesta de la Iglesia -explica el cardenal Rouco, arzobispo de Madrid en esta entrevista concedida a Alfa y Omega– fue el Sagrado Corazón de Jesús, «la proclamación de que el amor de Cristo llega hasta el fondo del hombre, le perdona sus pecados, le cura por dentro y le da nueva vida».

Aquel acto se actualizará, el próximo domingo, en el Cerro de los Ángeles, de Getafe, centro geográfico de la Península.

«Volveremos a pedirle al Señor por la fe de España, por la fe de los españoles, para que no la pierdan», explica el cardenal, presidente de la Conferencia Episcopal Española.

¿Por qué se renueva ahora la consagración de España al Sagrado Corazón?

–Cardenal Rouco: Ha habido peticiones desde distintas diócesis, desde movimientos de vida apostólica, y lo que llama más la atención, desde grupos juveniles. Los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid acogimos esa petición con agrado, e invitamos a los distintos obispos que quisieran a sumarse al acto. Este año se cumplen los 90 años de la  consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. Se podría haber esperado al centenario, pero nos pareció que, dadas las circunstancias, tanto las que tienen que ver con la vida de la Iglesia, como las necesidades de evangelización en el momento actual de la sociedad en España, era providencial esa petición.  

–¿Cómo era la España en la que Alfonso XIII hace la Consagración?

–Cardenal Rouco: En 1919, había en España un régimen constitucional, monárquico, con un Estado confesional, aunque la Constitución recogía el principio de tolerancia religiosa. Por tanto, no es de extrañar que el rey fuera quien hiciese la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús. No hay que olvidar tampoco que el año 1919 era el primero después de la Primera Guerra Mundial. Europa estaba en ruina material y espiritual. La revolución soviética del 17  había originado movimientos sociales de extraordinaria fuerza revolucionaria, que habían puesto en peligro el desarrollo de la Europa de la postguerra. En España, estaba muy reciente la huelga general de 1917, y había un ambiente en el que el terrorismo anarquista se hacía notar de una forma progresiva… La respuesta a la gravedad del momento histórico fue un acto de adoración, de entrega, de reconocimiento de lo que entonces se llamaba el Reinado social de Cristo; es decir, la proclamación de que el amor de Cristo llega hasta el fondo del hombre, le perdona sus pecados, le cura por dentro y le da nueva vida. Estábamos en una ola teológico-espiritual muy marcada por la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, como símbolo de ese amor redentor. Venía cultivándose intensamente, por lo menos, desde el siglo XVII, si no nos queremos remontar más atrás, por ejemplo, al Libro de los Ejercicios, de san Ignacio, o a la renovación teresiana de la Orden del Carmelo. Por otro lado, en el arranque del siglo XX, hay una serie de datos fundamentales que configuran el momento espiritual de aquella Consagración: el pontificado de san Pío X, que se sintetiza en su lema Instaurare omnia in Christo (Instaurar todas las cosas en Cristo); las apariciones de la Virgen de Fátima, en 1917; el acento cristológico, tan hondo, del pontificado de Benedicto XV, y después, del de Pío XI, que instauró la fiesta de Cristo Rey… La Iglesia ofrecía el Evangelio y la salvación al hombre, en esa primera mitad del siglo XX, tan conmocionada por corrientes ideológicas negadoras de Dios y del propio hombre, a través de la propuesta del amor redentor de Cristo. Era la gran respuesta a las necesidades del hombre de entonces, una respuesta hondamente teológica, espiritual y, a la vez, muy cercanamente humana.

–Y esa respuesta se renueva ahora…

–Cardenal Rouco: Es importante subrayar que se renueva; se actualiza esa actitud de adoración y de súplica. La Iglesia en España pide por España, que no es una realidad abstracta, sino una comunidad histórica de hombres, de familias, con una cultura, con una fe, con sus problemas, y sometida también a los vaivenes de propuestas anticristianas. Queremos renovar aquel momento en un contexto histórico nuevo, marcado por el Concilio Vaticano II, por los grandes pontificados del postconcilio, y siguiendo la línea del Papa, que se centra una y otra vez en ofrecer a Cristo al mundo de nuestro tiempo.

Es verdad que los problemas ahora son otros. Pero recordemos que la familia empezaba entonces a ser atacada. En la primera legislación soviética, se suprime la familia, y se aprueban leyes pro aborto, aunque aún no se había puesto en cuestión algo tan fundamental como la realidad del matrimonio como unión entre un hombre y una mujer…

Hablamos de realidades donde el pecado se hace estructura. Vivimos hoy un momento grave, y vamos a renovar la consagración al Corazón de Cristo de una nación con una historia impregnada de cristianismo, más que otros países de Europa. Volveremos a pedirle al Señor por la fe de España, por la fe de los españoles, para que no la pierdan; para que vivan con esperanza. Lo hacemos, naturalmente, en un contexto de relaciones Iglesia-Estado distinto que en 1919. Estamos en un Estado aconfesional, en un Estado laico, en el sentido positivo de la expresión, que no es confesional, pero está abierto, por la vía del reconocimiento de la libertad religiosa, a este tipo de expresiones.  

–¿Cómo debemos entender hoy la promesa al padre Hoyos: «Reinaré en España», inscrita en el monumento del Cerro del Cerro de los Ángeles?

–Cardenal Rouco: La recordaremos. El padre Bernardo Hoyos va a ser beatificado pronto, y las apariciones a él del Sagrado Corazón tienen mucha solidez. Queremos que eso resuene como una nota de la especial Providencia de Cristo con respecto a España, la gran nación misionera de la Iglesia en la Edad Moderna. Tenemos confianza en esa especial Providencia, que no permitirá que la apostasía se extienda, se consume, sino al contrario. Tenemos la esperanza de una nueva primavera de la Iglesia en España, con repercusiones en la Iglesia universal. Vemos que están surgiendo nuevas realidades de grupos, de personas, de carismas que todavía no han mostrado una eficacia deslumbrante, y que pueden parecer sólo florecillas. Pero son ya más que brotes verdes. ¡Son un jardín que empieza a florecer! Y muchos jóvenes vienen a conocer esas flores de la nueva vida.  

–El culto al Sagrado Corazón ha perdido fuerza en España…

–Cardenal Rouco: No sólo en España. En el postconcilio hubo un declive de la espiritualidad del Sagrado Corazón. Iba unida a prácticas de religiosidad popular, que al no encajar fácilmente con las reformas litúrgicas, se fueron dejando. También afectó la crisis del matrimonio y de la familia. El Corazón de Jesús estaba muy metido en la vida de las familias españolas, que se consagraban a Él, como recordaban las placas en las puertas de las casas.

Algunos vincularon el Sagrado Corazón a ciertas fórmulas de piedad melosas, dulzonas… Esas deformaciones se dieron, pero también existía una veta profundamente enraizada, sobre todo, en la espiritualidad ignaciana. Más aún, hubo un movimiento que intentó recuperar y renovar, en clave del nuevo marco teológico y espiritual abierto por el Concilio Vaticano II, la teología del Sagrado Corazón de Jesús. En Toulouse, se celebró, en 1981, un Congreso, en el que tuvo una ponencia muy famosa el entonces cardenal Ratzinger. Y hubo grupos de fieles muy activos en España. La devoción se mantuvo viva, pero ahora está adquiriendo nueva fuerza, creo que por la necesidad que tenemos de experimentar la gracia de Cristo en un mundo tan atomizado, tan fracturado…

La
responsabilidad del sacerdote 

El Papa ha pedido a los sacerdotes que sean ejemplo de «una auténtica devoción a la Eucaristía», como el santo Cura de Ars. Parece que hay muchos elementos en común entre la devoción al Sagrado Corazón y el Año Sacerdotal que mañana comienza…

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús ha estado siempre unida a la piedad eucarística. En el sacrificio eucarístico, se actualiza el momento en el que, del corazón de Cristo, salen sangre y agua. Y en el sagrario existe esa presencia real de Cristo eucarístico. La misma explicación de la instauración del sacramento de la Eucaristía, de que el Señor se humille, hasta convertirse en las sustancias del pan y del vino a disposición del hombre, que Lo puede profanar, que Lo puede ofender, es expresión de esa verdad increíble de que Dios se entrega de una forma en que la humillación no puede ser mayor. Lo inerme de la acción de Dios no puede quedar más al descubierto. Se pone en nuestras manos, y en las manos del sacerdote, en primer lugar, porque es el ministro que hace posible la renovación del sacrificio eucarístico y la adoración permanente al Señor en la Eucaristía. Por tanto, es el máximo protagonista de ese amor al Sagrado Corazón de Jesús, y el máximo responsable de que esa espiritualidad, que está en lo más hondo del sacramento de la Eucaristía, sea de provecho para los fieles, para que puedan ir a beber a las fuentes de la salvación… Podríamos hablar de la identidad eucarística del sacerdote. El sacerdote se define por la Eucaristía, básicamente, por su relación con la Eucaristía.

El Papa ha pedido, además, a los sacerdotes que se coloquen en una situación de tensión, de vocación a la santidad sacerdotal, y que ahonden en la vivencia del misterio de la comunión de la Iglesia y estudien a fondo el Concilio Vaticano II, que no puede entenderse en clave de ruptura, sino de continuación y renovación de una tradición viva que se hace vida nueva, se hace presentación nueva, en este momento dado de la Iglesia. Y termina el Papa pidiendo que el sacerdote viva misioneramente su vocación; que se identifique, primero, en su interior y personalmente, y que se identifique también externamente, para ser testigo misionero del Evangelio. Un sacerdocio propuesto y vivido así, con la figura ideal del santo Cura de Ars, embebido de la devoción al Corazón de Jesús, es lo que nos propone hoy el Papa. La relación entre el Año Sacerdotal y la consagración de España al Corazón de Jesús no puede ser más estrecha… 

–¿Qué frutos espera de este Año?

–Cardenal Rouco: Hay que esperar que esa renovación doctrinal, espiritual y pastoral de la figura del sacerdote produzca en los que lo viven ya una especie de nuevo entusiasmo, de nueva identificación, según la medida de Cristo, con el ideal de la santidad sacerdotal. Hay muchos sacerdotes así, en todas las generaciones, pero en los jóvenes ésta es ya una clave normal de interpretación de sus vidas. Y podemos también esperar que ayude a esos sacerdotes que, a lo mejor, están desanimados, que no acaban de apreciar el valor de su ministerio. Y esperamos también que el Año Sacerdotal nos anime a todos a renovar el compromiso con la nueva evangelización, y a caminar firmemente por el camino de la recuperación de la espiritualidad eucarística.  

–Una Iglesia con sus prioridades claras, ¿lo tiene más difícil para dialogar con el mundo de hoy?

–Cardenal Rouco: Muchas veces, desde el mundo de los medios, desde las categorías semánticas con las que se ha operado en los últimos años y que dominan el panorama de la concepción del hombre y de la sociedad, ésta es la impresión que se transmite. Pero cuanto más nazca de una vida plena cristiana, más convincente será nuestro mensaje. No podemos evangelizar a partir de pórticos intelectuales y culturales remotamente cristianos. No dudo de que, a veces, sean necesarias fórmulas de pre-evangelización, pero cuanto más directamente se vaya al núcleo de la evangelización, mejor. 

–¿San Pablo sigue siendo un modelo? Usted viajará dentro de unos días, como representante del Papa, para clausurar el Año Paulino en Siria.

–Cardenal Rouco: Si ha habido una persona que amase a Cristo de forma apasionada, es san Pablo, de manera que, a la hora de interpretar la espiritualidad del Sagrado Corazón de Jesús, hay que recurrir a sus cartas: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí…» Nadie lo ha superado en calor, en entrega, en identificación… Es un modelo permanente de espiritualidad sacerdotal vivida en clave misionera, apostólica, evangelizadora, de una eficacia enorme, que llega hasta los rincones más íntimos del tejido de la propia persona y de la sociedad: el Señor te encuentra, te fascina, te entregas… ¡Y te invita a salir! ¡A salir a las calles y a las plazas del mundo!  

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ZENIT Staff

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