El cardenal Schönborn explica cómo una parroquia se convierte en misionera

El arzobispo de Viena evoca la «misión ciudadana» de 2003

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ROMA, miércoles, 27 febrero 2008 (ZENIT.org).-  Occidente ya no es una tierra cristiana como antes; las parroquias representan una minoría y deben replantearse su papel. El cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena, propuso algunos ejemplos concretos de cambios de actitud que tuvieron lugar en las parroquias de su diócesis.

La intervención del purpurado austríaco fue una de las conferencias centrales del coloquio «Parroquias y nueva evangelización», organizado por la Comunidad del Emanuel en colaboración con el Instituto Redemptor Hominis, del 30 de enero al 1 de febrero.  Si bien más tarde se publicarán las actas, Zenit ha trascrito algunos pasajes de su ponencia.

El cardenal ilustró, a través de su experiencia personal, cómo una parroquia puede volverse misionera y lo hizo en particular centrándose en la «misión ciudadana» que vivió Viena en 2003.

A aquella gran misión le siguieron iniciativas análogas en importantes ciudades de Europa: París (2004), Lisboa (2005), Bruselas (2006) y Budapest (2007).

«¡Hay que amar mucho a la parroquia!», exclamó el cardenal, «porque la parroquia es el pueblo de Dios con todas sus fuerzas y sus debilidades, es una comunidad hecha por jóvenes y viejos a distintas velocidades».

El cardenal Schönborn explicó que la parroquia había evolucionado mucho en el curso de los últimos cincuenta años: «En mi infancia, el pueblo era la parroquia. Todo el mundo iba a misa el domingo», explicó añadiendo que hoy, en cambio, la parroquia representa una minoría.

El cardenal precisó que en las parroquias reina a menudo un ambiente cálido, pero que a veces son desgraciadamente demasiado cerradas. 

«Después de la misa, tomamos un café», explicó ilustrando su experiencia en Austria. «Estamos a gusto en las parroquias, hace calor, pero damos la espalda al exterior, y si usted no forma parte del círculo, de la comunidad, no entra».

El arzobispo de Viena también subrayó la dificultad de la falta de sacerdotes y de convencer a veces a los fieles para que se desplacen para asistir a la Eucaristía, cuando ya no se celebra en pequeñas parroquias, que no pueden ser asistidas por sacerdotes a causa de la falta de vocaciones.

«¡Es impensable desplazarse el domingo tres kilómetros para participar en la Eucaristía! Tiene que haber una misa en cada pueblito. Si no, hacemos una celebración sin sacerdote», dijo dando voz a algunos grupos de fieles que prefieren la comodidad.

Rememorando los orígenes de la misión de Viena de 2003, el cardenal Schönborn contó que la Comunidad del Emmanuel le propuso esta idea cardenal Jean-Marie Lustiger de París, al cardenal José Policarpode Lisboa y al cardenal Godfried Danneels de Bruselas. 

«De ahí nació nuestro proyecto de las misiones ciudadanas –relató el cardenal Schönborn–. Estuve encantado, pero  para mis adentros pensaba: «¿Qué van a decir nuestras parroquias, nuestros laicos, nuestros curas, nuestros sacerdotes? ¿Van a aceptar este desafío?»».

 

De las 172 parroquias de la ciudad, el cardenal esperaba una participación por lo menos de 30 parroquias. Al final participaron 108.

«El milagro son estas pequeñas cosas, que son muy importantes porque cambiaron la perspectiva», subrayó. 

El arzobispo de Viena citó algunos ejemplos concretos de cambios de actitud en las parroquias. 

En primer lugar, la de una parroquia que tenía la costumbre de tomar su café después de la misa. 

«En lugar de hacerlo en los locales de la parroquia, decidieron poner una tienda delante de la iglesia y comprobaron tranquilamente que se podían dirigir a la gente que pasa e invitarlos a tomar un café. Por primera vez, hicieron una verdadera experiencia misionera: dirigirse a alguien invitándole aunque no se iniciara directamente una conversación sobre el Evangelio». 

El cardenal austríaco contó por otro lado que en el marco de iniciativas surgidas a partir de la misión ciudadana, con motivo de san Valentín, se han distribuido 150.000 o 200.000 cartas de amor a la gente en el metro.

Un miembro del equipo de la organización escribió el texto. «Se puso en el lugar del Buen Dios e imaginó lo que escribiría a fulanito y a menganito», explicó el cardenal Schönborn. 

«Este género de acción entró en las costumbres de las parroquias –corroboró–. Ciertos miembros de nuestras parroquias no tienen miedo a ir en el metro y distribuir cartas de amor de Dios». 

«Es un inicio –concluyó el cardenal–. Son primeros pasos de la misión, pero lo que todavía falta mucho es que sea el amor del Cristo que nos empuja, y verdaderamente sea una evangelización». 

Colaboración sacerdotes y laicos

En respuesta a la cuestión de un participante de la experiencia de colaboración entre sacerdotes y laicos en las parroquias, el cardenal Schönborn lamentó una  «clericalización de los laicos y una laicización del clero».

«Hay que animar a los sacerdotes a ser los pastores de su comunidad. Esto no quiere decir que sean unos dictadores sino pastores según el corazón de Jesús. Deben dirigir, conducir. El sacerdote debe por supuesto colaborar con los laicos en todos los dominios, fraternalmente, pero también con la claridad. Es él quien representa el Cristo, la cabeza de la comunidad», dijo. 

Y en respuesta a una cuestión de la posibilidad de dejar viri probati, (hombres casados que habrían dado prueba de una aptitud para hacerse sacerdotes por la calidad de su compromiso cristiano), para cumplir el ministerio de los sacerdotes en la Iglesia, respondió: «Es una decisión grave que el Papa tendría el poder de tomar, pero no pienso que lo hará. El llamamiento al sacerdocio es la continuación de Cristo en su estado de célibe, en su estado de obediencia, de pobreza y de castidad».

Hay una conveniencia profunda –no es una necesidad; los teólogos distinguen la necesidad y la conveniencia– algo profundamente justo, a lo que el sacerdote en su ministerio de representar el Cristo pastor para su comunidad sea en este don todo su ser bajo la forma que Jesús mismo libremente escogió. Es una cuestión de conveniencia y creo que es profunda».

 

 

Por Gisèle Plantec

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ZENIT Staff

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