El concepto de «buena salud» abarca la dimensión espiritual de la persona

Advierte el vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida

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ROMA, miércoles, 3 octubre 2007 (ZENIT.org).- La buena salud no implica sólo ausencia de enfermedad, sino que es un bien ligado a la realización de la vocación de la persona, cuya dimensión espiritual no puede omitirse de la referencia a un estado saludable, alerta el vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida (PAV).

Y es que «la persona sana no es sólo la que tiene buena salud física o psicológica, sino también aquella con buena salud espiritual», recalcó monseñor Jean Laffitte el viernes pasado, en el Congreso celebrado en Roma bajo el título «Salud, tecnología y bien común».

Organizado por el «Acton Institute», con el patrocinio del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, el encuentro ofreció un marco en el que monseñor Laffitte reflexionó sobre la «salud como elemento de la prosperidad humana», explicando las aportaciones de la Teología moral católica al respecto.
Observó que la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera la salud como un bien que hay que buscar de manera absoluta, como un fin en sí mismo.

Por su parte, de acuerdo con la perspectiva cristiana, «la salud no se reduce a la ausencia de enfermedad» –añadió–, sino que «es un bien éticamente relevante en la medida en que suscita la asunción de responsabilidad del sujeto personal respecto a otros bienes que se presuponen superiores (Reino de Dios, bienes eternos, comunión)» y hace nacer, a continuación, la responsabilidad de las autoridades sociales y sanitarias».

Subrayó, recordando la definición de Juan Pablo II, que la salud está ligada a la «realización de la propia vocación», convirtiéndose así en «un bien orientado a la salvación».

En el Antiguo Testamento, salud y enfermedad son reveladoras de la relación con Dios en la antigua alianza: «Aquél que da la vida es aquél que puede sanar de las enfermedades –recordó–. La salud se convierte en signo de la acción de Dios, y por esto puede revestir un sentido profético».

«Al contrario, estar lejos de Dios crea una forma de privación de salud, un malestar, una enfermedad espiritual. La salud se convierte en objeto de la oración insistente de quien quiere reencontrar la paz», añadió.

Prosiguiendo este itinerario, el vicepresidente de la PAV apuntó que en la tradición hebraica «la enfermedad es una anomalía, una herida a una criatura», mientras que en los Salmos «la súplica por la curación frecuentemente se acompaña de una confesión de las propias culpas».

La actividad pública de Jesús fue el punto de llegada de monseñor Laffitte; aquella «se concentra de manera particular en la curación de los enfermos y en el perdón de los pecados».

«La curación es un acto que hace visible públicamente la autoridad de la palabra de Jesús y su poder sobre la vida y la muerte. El perdón, don perfecto, ofrece la sustancia misma de la salvación», recalcó.

De hecho, «en los Evangelios las curaciones se refieren frecuentemente a las afecciones corporales, pero también a las psíquicas y sobre todo espirituales. En este último sentido –observó— la intervención puede curar la falta de fe o bien librar de los tormentos de los espíritus dañinos».

Además, «las intervenciones de Jesús no sólo se orientan a suscitar una conversión en los testigos y en los sujetos sanados, sino que expresan el ser compasivo y misericordioso» de Cristo, recalcó.

Monseñor Laffitte se detuvo también en la experiencia humana de la enfermedad, precisando que «la visión cristiana tiene rasgos específicos, en la medida en que necesariamente integra la inserción de cada hombre en Cristo».

Así, «la salud, para el cristiano, es una noción que va más allá de la acepción estrictamente médica: abraza la totalidad del ser, incluyendo todos sus dinamismos psico-espirituales», por lo que «la persona sana no es sólo aquella que tiene buena salud física o psíquica, sino también la que tiene buena salud espiritual», describió.

«Esto no significa que el pensamiento cristiano evite la reflexión sobre el aspecto estrictamente físico de la salud» –puntualizó–, pues «la enfermedad necesita la intervención del médico», «dado que la salud es un verdadero bien de la persona».

Pero «el pensamiento cristiano añade a esta aproximación natural y de buen sentido la convicción de que la enfermedad puede contribuir a un debilitamiento global de la persona, pero puede también ofrecer una ocasión de crecimiento moral y espiritual del sujeto, que asume todo su significado en relación con los bienes futuros», sintetizó.

«Sólo una visión estrictamente utilitarista de la sociedad y de las relaciones humanas induce a pensar que la enfermedad de una persona constituya siempre y en todo caso un déficit a nivel social», concluyó.

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ZENIT Staff

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