El consumo desde una perspectiva educativa y teológica

Las razones de la compra compulsiva, en un congreso

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ROMA, miércoles 12 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Los expertos la llaman “sociedad del consumo”, lo cual denota que son las compras lo que connota de manera sustancial el funcionamiento de la estructura social.

“Se trata de un fenómeno afrontado por muchos estudiosos y en muchos ámbitos, y en una acepción más crítica se define también como consumismo, en un declive que deja entender un juicio negativo”.

El presidente del Instituto Pastoral Redemptor Hominis, Dario Viganò, introdujo de esta manera la jornada de estudio “Consumo, dunque sono”? Una prospettiva educativa, teologica e sociale (“¿Consumo, luego existo”? Una perspectiva educativa, teológica y social, n.d.t.).

El encuentro se celebró el 5 de mayo en la Universidad Pontificia Lateranense, en Roma.

Su título procede del título de un libro de Bauman del año 2008, al cual se le añadió un signo de interrogante con el objetivo declarado de profundizar en el tema del consumo y, en último término, de indagar sobre la realidad existencial del hombre de hoy.

Una realidad caracterizada por la tecnología y los medios de comunicación que, en palabras de Menduni, “son productos culturales realizados de manera industrial, reproducidos y difundidos en un gran número de piezas iguales o similares, que dan a conocer a sus usuarios, pagando o no, determinados contenidos que a menudo son producidos a su vez de manera industrial, colectiva”.

Por otra parte, los mismos medios de comunicación aparecen, como escribía Roger Silverstone en 1999, como “verdaderos y propios sucedáneos sociales en cuanto éstos son sustituidos en la común aleatoriedad de la interacción cotidiana, generando de manera insidiosa y continua simulacros de la vida”.

“En este encasillamiento mediático de la sociedad -intervino Massimiliano Padula, profesor de Comunicación institucional en la Lateranense- ya no están claros los límites entre consumo y consumismo”.

“Individualidad y sociabilidad pierden su fuerza distintiva para mezclarse en un homogéneo socio-cultural cada vez más evidente en Occidente, que ha sido capaz de imponerse y de imponer su propio modelo en todo el mundo y en distintos aspectos de la vida”.

Es el mismo Occidente que ha “MacDonalizado” el mundo, usando una expresión de Ritzer sugerida por la manera como la comida rápida ha sabido arraigar en todas partes con un crecimiento exponencial.

Y en una realidad así, acabamos “como viviendo una especie de falso dilema: por una parte -explicó la pedagoga y profesora de la Lateranense Chiara Palazzini-, se cultivan intensamente los afectos, pero nadie quiere oír hablar de lazos; por otra parte, cada día se establecen lazos que dejan lejos los afectos”

“El hombre tiene sentido en el reconocimiento de sus similares; va a menos el que pone su confianza en los objetos de consumo y acaba inevitablemente siendo ese mismo objeto”, destacó.

“Por eso es necesario intervenir con una pedagogía enérgica -afirmó-. En el fondo, la espontaneidad, por sí sola, no produce rosas, sino espinas”.

Todavía no existe una receta mágica para educar. “A menudo, nuestro deber es lo que nos cuesta más en la práctica”, reconoció el coordinador de las iniciativas del Proyecto cultural de la Conferencia Episcopal Italiana, Sergio Belardinelli.

“Sin embargo, hay algo que puede hacerse: generar cuanto sea posible la conciencia de que el bien y el placer, como sostiene Platón, no son lo mismo”, dijo.

Y hacer entender que la realidad existe, sí, pero no dependiendo espontáneamente de nuestros deseos.

“Decía Rousseau que si el niño quiere la manzana, no debes llevar la manzana al niño, sino conducir al niño a la manzana”.

Una enseñanza pedagógica preciosa, que habitúa al esfuerzo de atribuir un valor a cada cosa, más allá del precio de mercado.

“Consumir -explicó Francis-Vincent Anthony, profesor de Teología en la Universidad Pontificia Salesiana-, es decir, agotar recursos materiales, proviene de una visión de la realidad, es decir, de un modo de entender la persona humana y a Dios”.

En particular, “tras nuestro hábito actual de ‘usar y tirar’, hay una visión mecanicista y utilitarista de la naturaleza, que se reduce a un indiscreto uso y consumo por parte de la persona”, explicó.

Y añadió: “Superar esta visión excesivamente antropocéntrica y restablecer una relación idónea entre el cosmos, la persona y Dios es el primer paso que hay que dar para afrontar el problema del consumismo”.

Traducido, significa que para lograr el último objetivo de la propia vida es necesario imprimir una orientación ética a la adquisición tanto de los bienes materiales como de los placeres de la vida.

“El consumo no está mal; lo está, en cambio, agotar los recursos sin preocuparse por la conciencia moral y la convivencia común”.

A la pregunta “¿Consumo, luego existo?”, Anthony respondió con seguridad: “Sí, consumir es indispensable para vivir, pero una vida digna de la persona orientada a la alegría plena impone la necesidad de regular éticamente la satisfacción de las propias necesidades, sacrificando también la propia vida por el bien común”.

“El término ‘consumir’ (del latín, consumere) -compuesto por cum (con) y sumere (tomar, usar enteramente)– indica, en su acepción más amplia, “un tomar con” los demás.

En este sentido, consumir es sacrificar (sacrum facere), es decir, una acción sagrada. Desde la perspectiva cristiana -concluyó Anthony–, la Eucaristía representa de una manera elocuente el consumo junto al sacrificio que hay que testimoniar en la vida”.

[Por Mariaelena Finessi, traducción del italiano por Patricia Navas]

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ZENIT Staff

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