El corazón del hombre sin Dios, “verdadero desierto” según el Papa

“Jesús quiere vencer en el hombre la soledad y la incomunicabilidad creadas por el egoísmo”

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VITERBO, domingo 6 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- El Papa Benedicto XVI afirmó hoy que el “el desierto más profundo es el corazón humano, cuando pierde la capacidad de escuchar, de hablar, de comunicar con Dios y con los demás”.

“Nos convertimos en ciegos porque somos incapaces de ver la realidad, se nos cierran los oídos para no escuchar el grito del que implora ayuda; se endurece el corazón en la indiferencia y en el egoísmo”. Un egoismo que Jesús “quiere vencer”.

El “desierto”, explicó el Papa, “puede evocar los acontecimientos dramáticos, las situaciones difíciles y la soledad que marcan a menudo la vida; el desierto más profundo es el corazón humano, cuando pierde la capacidad de escuchar, de hablar, de comunicar con Dios y con los demás”.

“Nos convertimos entonces en ciegos porque somos incapaces de ver la realidad, se nos cierran los oídos para no escuchar el grito del que implora ayuda; se endurece el corazón en la indiferencia y en el egoísmo”.

El Papa explicó el pasaje evangélico de la misa de hoy, la curación del sordomudo que narra san Marcos, explicando que Jesús “desea vencer en el hombre la soledad y la incomunicabilidad creadas por el egoísmo, para dar rostro a una nueva humanidad, la humanidad de la escucha y de la palabra, del diálogo, de la comunicación, de la comunión con Dios”.

Esta “nueva humanidad” es “una humanidad sin discriminaciones, sin exclusiones, para que el mundo sea verdaderamente para todos campo de genuina fraternidad en la apertura del amor por el Padre común que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos e hijas”.

La Ciudad de los Papas

Así lo afirmó, en la Eucaristía celebrada en el Valle Faul de Viterbo, durante su visita pastoral a esta diocesis sufragánea de Roma, que ha tenido lugar durante la jornada de hoy.

El Papa comenzó su visita a primeras horas de la mañana en Viterbo, “ciudad de los Papas”, adonde se trasladó en helicóptero desde su residencia veraniega de Castel Gandolfo. Acompañaron al Papa el obispo de Viterbo, monseñor Lorenzo Chiarinelli, y Gianni Letta, subsecretario del primer ministro Berlusconi.

Comenzó su recorrido por la plaza de San Lorenzo, donde bendijo las nuevas puertas de bronce de la catedral, realizadas por el escultor italiano Roberto Ioppolo. Después visitó el palacio de los Papas, en particular la sala de los Cónclaves, donde en 1271 fue elegido Gregorio X.

En su homilía, durante la Eucaristía posterior, el Papa quiso recordar la importancia de Viterbo en la historia de la Iglesia como sede pontificia durante el siglo XIII. En 1986, Juan Pablo II reordenó la circunscripción, añadiendo a Viterbo la abadía de San Martino al Monte Cimino y las diócesis de Acquapendente, Bagnoregio, Montefiascone y Tuscania.

Esta ciudad ha sido cuna de numerosos santos, a los que el Papa aludió durante toda la homilía. Se refirió especialmente a la copatrona de la diócesis, santa Rosa (siglo XIII), cuyo cuerpo incorrupto se venera en el Monasterio de Santa María de las Rosas.

También mencionó entre otros a san Buenaventura, santa Jacinta Marescotti, santa Rosa Venerini, “verdadera precursora de las escuelas femeninas en Italia, precisamente en el Siglo de las Luces”, santa Lucía Filippini y san Crispín.

Quiso resaltar las figuras del beato Domenico Bàrberi (1792-1849), pasionista, “que en 1845 acogió en la Iglesia católica a John Henry Newman”, y del joven Mario Fani, “que encendió, junto a Giovanni Acquaderni, de Bolonia, esa primera luz que se convertiría después en la experiencia histórica del laicado en Italia: la Acción Católica”.

“Que ellos os custodien siempre unidos y alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con palabras y obras, la presencia y el amor de Cristo”, concluyó el Papa.

[Por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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