El cristiano del gobierno iraquí afirma que habrá libertad religiosa

Younadem Kanna pide una fuerza bajo el mandato de la ONU

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BAGDAD, 24 julio 2003 (ZENIT.org).- El único cristiano del Consejo del gobierno provisional de Irak asegura que en el nuevo Irak no habrá discriminación por motivos religiosos.

Cristiano asirio-caldeo, militante del Movimiento Democrático Asirio, Younadem Kanna, explica que su misión en el Consejo consistirá, entre otras cosas, en garantizar los derechos de los cristianos en general, aunque reconoce que las atribuciones de cada miembro todavía no son claras.

«Bajo el antiguo régimen, éramos ciudadanos de segunda clase –afirma en una entrevista concedida al diario «La Croix»–. El tiempo de la discriminación ha terminado. Hoy en Irak todo ciudadano es libre, independientemente de su pertenencia religiosa o étnica».

«Nos beneficiaremos de los mismos derechos legales de que gozan las dos etnias principales, los árabes y los kurdos –aclara–. Los asirio-caldeos serán reconocidos de este modo con el mismo título, en cuanto nación».

«Como la futura Constitución garantizará los derechos religiosos y culturales, vamos a militar por la desnacionalización de las escuelas confesionales para que nuestros hijos puedan volver a sus raíces y sobre todo a su idioma materno», promete.

La Constitución, añade, «establecerá la separación entre el Estado y el hecho religioso. Cuando Irak sea un Estado laico, no habrá problemas con nuestros hermanos musulmanes».

«Soy el primero en reconocer que las fuerzas estadounidenses y británicas han cometido errores tras la caída del antiguo régimen», aclara.

«Creyeron que podían deshacerse de Sadam Husein y al mismo tiempo reconstruir el país. Paul Bremer ha comprendido que corresponde a los iraquíes encargarse del futuro político de Irak», y subraya: «Cuando Sadam Husein sea capturado, muchos de los problemas se resolverán».

La «transición» tras el régimen de Sadam, explica, «debe ser acompañada por las fuerzas estadounidenses, británicas, ahora bien, espero que se establezca una fuerza bajo el mandato de la ONU».

«Cuando Irak disponga de una policía capaz de hacer respetar la seguridad y de un ejército para proteger sus fronteras, entonces habrá llegado la hora de que los extranjeros abandonen el país», explica.

«La misión es ardua –reconoce por último–. El pueblo nos critica. No han tomado todavía conciencia de los riesgos que asumimos. Puedo asegurar que asumía menos riesgos en tiempos en los que había sido condenado a muerte por Sadam Husein, cuando tuve que huir a las montañas del norte del país».

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ZENIT Staff

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