El custodio franciscano de Tierra Santa hace un balance de sus primeros dos años de mandato

Entrevista con el padre Pierbattista Pizzaballa

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JERUSALÉN, viernes, 21 julio 2006 (ZENIT.org).- En mayo de 2004, el padre Pierbattista Pizzaballa, que actualmente cuenta con 41 años, asumía la responsabilidad como Custodio de Tierra Santa. En esta entrevista concedida a Giampiero Sandionigi hace un primer balance de estos dos años.

–Padre Pizzaballa, ¿su nombramiento significó para usted una sorpresa o era algo para lo que ya estaba preparado?

–Padre Pizzaballa: No me lo esperaba para nada. En la Orden Franciscana, antes de elegir a alguien para un cargo, se realizan dos consultas entre los hermanos. El resultado de la primera de esas consultas se hace público, mientras que el de la segunda permanece en secreto y es remitido a Roma, donde se acomete toda una serie de informes y valoraciones. Es cierto que, cuando se produjo la primera de las consultas, yo empecé a sospechar que estaba «en riesgo», lo cual fue para mí una gran sorpresa, porque yo no formaba parte del anterior equipo de gobierno. Al contrario: llevaba una vida muy desligada de lo que es la Custodia. Además, estaba el factor ‘edad’: yo tenía 38/39 años y el Custodio suele ser una persona de mayor edad.

–Entonces, ¿cómo es que esta comunidad, cuya edad media no es tan baja, se decidió por un candidato joven?

–Padre Pizzaballa: No lo sé. Tal vez había un deseo de renovación. La verdad es que después, cuando se verifican realmente los cambios, se tiene un poco de miedo, pero siempre existe ese deseo de cambio. También tengo que decir que la nuestra es una comunidad internacional en la que el factor de las nacionalidades es muy importante: cuando hablamos de la Custodia, rápidamente pensamos en Jerusalén, que es un contexto conservador, pero de la Custodia también forman parte otras comunidades vecinas. Pienso que son éstas últimas las que han influido decisivamente.

–¿Fue fácil decir «sí»?

–Padre Pizzaballa: Hubo mucho debate y yo dediqué mucho tiempo a decidirme entre el sí y el no. La obediencia no consiste solamente en adherirse sin más a lo que mandan los superiores. Y, cuando la comunidad te elige de una manera tan evidente y sincera, si no hay motivos serios y justos para decir no, no tiene sentido negarse: debes aceptar con espíritu de servicio.

–Usted, quizás más que otros hermanos, procede de una experiencia de trabajo con el sector judío de la sociedad. Durante estos dos años de su gestión, ¿ha ido creciendo la atención cultural por parte de la Custodia hacia el mundo judío?

–Padre Pizzaballa: Por tradición, la Custodia ha estado siempre vinculada al mundo árabe. Es un dato que forma parte de la historia y que permanecerá siempre en nuestro ADN. Además, una gran parte de nuestros frailes son de origen árabe. Pero sí puedo decir que, en estos dos años, el contacto con los israelíes ha sido más fácil, tal vez debido también a mi conocimiento de su lengua. Esto ha ayudado mucho, pero también ha creado malentendidos, como es inevitable que suceda en Tierra Santa, donde cada palabra o cada coma puede ser mal entendida o interpretada de modo distinto a las intenciones de quien las pronuncia.

La colaboración con el mundo judío es importante, desde el momento en que gran parte de nuestras actividades se desarrollan en territorio de Israel. En lo que respecta al diálogo, se habla mucho de ello, pero se hace poco: no se sabe muy bien en qué consiste, cómo hay que llevarlo a cabo, quiénes deben ser los interlocutores… El diálogo es una actitud que debe irse construyendo con el tiempo.

En el ámbito de las opciones operativas, una de las primeras decisiones que tomé fue que los jóvenes religiosos en periodo de formación estudien al menos una de las tres lenguas habladas en nuestro contexto social (árabe, hebreo y griego). Las perspectivas de inserción en el ámbito israelí son, por tanto, parte integrante en el proceso formativo. Tenemos previstas también iniciativas concretas de acercamiento con actividades e instituciones culturales y administrativas del Estado de Israel, con el fin de resolver problemas y estudiar juntos estrategias comunes de trabajo, como es el caso, por ejemplo, del turismo y de las peregrinaciones.

–Su nueva responsabilidad le ha colocado a usted en relación directa respecto a dos campos: el contacto con los peregrinos y las relaciones ecuménicas con las otras Iglesias presentes en los Lugares Santos. Háblenos un poco de ello.

–Padre Pizzaballa: En esto, mi trabajo ha cambiado totalmente. Antes estaba a cargo de una pequeña parroquia. Ahora, mi modo de vida y mis expectativas son totalmente distintos.

El contacto con los peregrinos es muy grato. En el Convento de San Salvador, cada día acojo a uno o dos grupos. El año pasado recibí a miles de peregrinos, sobre todo italianos, pero no exclusivamente. El encuentro es siempre muy estimulante: yo les hablo y ellos me hacen preguntas. Muchos son jóvenes y es muy interesante observar cómo han percibido su peregrinación y el encuentro con la realidad de la Tierra Santa. Dos son los temas recurrentes: el diálogo y el escándalo de la división de las Iglesias; otra cuestión que aparece muy a menudo es el de la paz. Y es que los jóvenes no pueden entender por qué es tan difícil el encuentro y el diálogo entre palestinos e israelíes.

Lo que más me impresiona -en positivo- es el deseo de conocer mejor la Biblia y el Evangelio. En general, los peregrinos, incluidos los jóvenes, descubren que saben muy poco en ese campo y éste es un aspecto muy significativo. Yo digo siempre que la manera de comprobar si una peregrinación ha ido por buen camino consiste en examinar si, al final, uno tiene más preguntas que respuestas: cuando nos hacemos un montón de preguntas, entonces la peregrinación ha cumplido con éxito su misión.

–Vayamos a la cuestión de las relaciones con las otras Iglesias…

–Padre Pizzaballa: En este campo, el encuentro es, sobre todo, de tipo institucional con los responsables de las otras comunidades. No se trata sólo de relaciones puramente formales, aunque el aspecto formal tiene una gran importancia. Estamos en Oriente y aquí tenemos que dejar de lado nuestras ‘modernas’ convenciones occidentales. En Oriente, los procedimientos para entrar en contacto y para dialogar con otras personas son muy distintos de los nuestros. Las autoridades religiosas tienen su propia razón de ser y es en ese contexto donde hay que desenvolverse; si no lo haces así, puedes llegar a ser motivo de escándalo y no te entenderán nunca. El «rito del café» es muy importante. Existe toda una jerarquía que hay que tener en cuenta. Pongo un ejemplo: si el Patriarca Greco-Ortodoxo, cuando efectúa las visitas previstas por el protocolo, decide dirigirse a la Casa del Custodio antes que a cualquier otra institución, esto debe ser entendido como un bello gesto de cortesía y atención. Es importante incluso el número de miembros de la delegación: si vienen diez, veinte o cinco. Son detalles que marcan el tipo de relaciones entre las Iglesias y hacen patente una forma pública de encuentro y conocimiento. Podríamos limitarnos a la pura formalidad, sin ir más allá de las frases de circunstancias, que, por supuesto, hay que intercambiar… Sin embargo, después de esas palabras de cortesía, nos sentamos y empezamos a hablar y a intercambiar puntos de vista también sobre los problemas concretos o sobre documentos que se pueden publicar conjuntamente. No participar, no devolver las visitas oficiales, es una descortesía. Pero no sólo eso. Con los jefes de las Iglesias, con los Patriarcas, de vez en cuando nos reunimos privadamente a comer juntos, para hablar, con mayor libertad y fuera de las recepciones solemnes, de los problemas y de las estrategias comunes. Por último, siempre es bueno recordar que en el Santo Sepulcro los hermanos y los monjes ortodoxos viven, literalmente, bajo el mismo techo y c
omparten los mismos espacios: aprenden a conocerse, a apreciarse o no apreciarse, igual que ocurre en cualquier vecindario.

–Por lo que respecta a su experiencia personal, ¿qué significa esta nueva tarea?

–Padre Pizzaballa: Todo ha cambiado. Antes llevaba un estilo de vida más sencillo: disponía de mucho tiempo para la oración, el trabajo, el estudio… Ahora, para empezar, no tengo privacidad: si quiero salir a cenar con alguien, tengo que pedirle a mi secretario que anote la cita en la agenda o que compruebe si estoy o no libre. Por otro lado, mi trabajo comporta una gran soledad. Es inevitable: si quieres mantenerte libre, sobre todo en un círculo tan pequeño como éste, también debes estar solo. En fin, te das cuenta -y es humano- de que, cuando tienes una responsabilidad, las relaciones personales que antes mantenías, ahora cambian. A veces sufres por ello, otras veces estás obligado incluso a defraudar a aquellos que aprecias y a los que tienes en gran estima. Tienes que tenerlo en cuenta.

–Usted viaja muchísimo. Se dedica a presentar Tierra Santa a las otras Iglesias, pero también tiene una oportunidad de ver la experiencia de esas Iglesias. ¿Qué les transmite a los frailes cuando vuelve a casa?

–Padre Pizzaballa: Sí: les hablo de ello y los frailes muestran mucho interés. Con todo, tengo que admitir que los viajes consisten muchas veces en una cadena inacabable de citas institucionales. Advierto mucho interés por Tierra Santa y, en estos dos años, he comprobado que no estamos preparados profesionalmente para presentar nuestra realidad, para darla a conocer. Por eso trato de invertir muchas energías y recursos en esta cuestión. Es vital. Tierra Santa no puede quedarse sola. Desde los tiempos de la primera colecta llevada a cabo por el apóstol Pablo, nuestra presencia en Jerusalén tiene sentido si, además de estar arraigada en este lugar, está vinculada íntimamente a todas las Iglesias del mundo.

–Existen Comisarios de Tierra Santa en muchos países del mundo. ¿En qué sentido dice usted que no están preparados?

–Padre Pizzaballa: La institución de los Comisarios está anclada en un modelo clásico y tradicional de información sobre Tierra Santa. En noviembre vamos a celebrar, en Jerusalén, su primer Congreso Internacional. Esperamos que sea una ocasión de conocimiento recíproco. Será la primera vez en la que nos encontraremos todos juntos, pues, hasta ahora, ha habido solamente conferencias sectoriales por grupos lingüísticos. Creo que puede ser muy interesante para un Comisario italiano conocer qué están haciendo los estadounidenses, y así todos… Podremos descubrir cómo trabaja el Comisario de Japón, o cómo los hermanos de Hong Kong hablan de Tierra Santa en China. Además, tendremos que detenernos, hacer una especie de recuento y ver quiénes somos y dónde estamos, darnos cuenta de la situación tal como la vemos nosotros desde la Custodia y cómo la ven los Comisarios. Actualmente existe un déficit de comunicación. Pro eso, si queremos que los Comisarios sean nuestros representantes en el mundo, es necesario que ellos tengan comunicación directa con nosotros. Tendremos que crear nuevas estrategias de comunicación, porque el mundo cambia y la tarea del Comisario no es sólo recaudar recursos, sino, también, informar sobre Tierra Santa. Si la gente no sabe qué está pasando en Tierra Santa, nunca querrá contribuir de manera efectiva.

–Después de estos dos años en la dirección de la Custodia, ¿hay alguna inquietud que ocupe de forma singular su corazón?

–Padre Pizzaballa: Vivo con algo de preocupación mi relación con los frailes. Al asumir mi cargo me prometí a mí mismo entrevistarme con todos ellos y escucharles. A muchos ni les conocía. Y tengo que admitir que esta cuestión absorbe más tiempo de lo que pensaba, sobre todo porque los frailes están repartidos en varios países y me resulta difícil encontrarme con ellos. Además, según va pasando el tiempo, te vas dando cuenta de que hay visiones y perspectivas diferentes que tienes que respetar y entender. Particularmente delicados son los temas de la formación y de la comunicación entre nosotros. El diálogo debe empezar, ante todo, por aquí, y sé que debo invertir más energías en este aspecto.

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ZENIT Staff

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