El desafío del Papa en Kazajstán: La convivencia con el Islam

Entrevista con el padre Edoardo Canetta, del Comité de preparación

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ASTANA, 19 septiembre 2001 (ZENIT.orgFides).- Juan Pablo II llega este sábado a Kazajstán, antigua República Soviética, a la que Josip Stalin con las deportaciones convirtió en un mosaico de etnias y culturas, para anunciar que la convivencia entre razas y religiones es posible.

Musulmanes (en su mayoría), ortodoxos, protestantes y católicos, por un lado; kazajos, rusos, ucranianos, alemanes, polacos, por otro… conviven en este inmenso país de algo más de 16 millones de habitantes. En ocasiones, no faltan problemas…

El padre Edoardo Canetta, de 51 años, misionero italiano en Kazajstán desde hace diez años, y miembro del Comité para la preparación del viaje papal (22 al 25 de septiembre) explica en esta entrevista la situación con la que se encontrará Juan Pablo II, en un país con menos de 300 mil católicos.

–Hace diez años, la Iglesia católica renació en el país tras el régimen soviético. ¿Cómo evangeliza la Iglesia en estas tierras?

–Edoardo Canetta: Siempre ha habido una pastoral tradicional, sobre todo hacia los emigrantes o, mejor, hacia los deportados o antiguos deportados. Esta pastoral vacila ahora a causa de la emigración de alemanes, rusos y polacos, que regresan a sus países de origen. El gobierno polaco ha decidido pagar los gastos de retorno de los polacos a la madre patria. Esto ha creado el frenesí del regreso. No es una señal positiva: la Iglesia, en ciertas zonas formada sobre todo por familias de antiguos deportados, podría incluso desaparecer. Por eso, además de la pastoral tradicional, se necesita también un anuncio misionero.

–Este éxodo, ¿crea problemas?

–Edoardo Canetta: El retorno se debe no tanto a la precaria situación de la economía kazaja. Kazajstán se encuentra en una situación de crisis, pero se está recuperando económicamente. El problema más delicado es que en el país comienza a delinearse un problema étnico. En Kazajstán, antes de la caída del Muro de Berlín, los kazajos eran cerca del 32% de la población.

Después de la partida de alemanes, polacos, rusos, según el último censo los kazajos han pasado a ser el 53% de la población, pero tienen el 80%-90% de los puestos del poder político.

Leyes aprobadas sobre base lingüística asignan, de hecho, el 70% de los puestos en la Universidad y en la Policía sólo a personas que hablan el kazajo. La ley prevé que los puestos sean asignados en un 50% a los que hablan el kazajo y el otro 50% a los que hablan ruso, pero entre éstos la mayoría son kazajos.

Esto explica el desequilibrio étnico en los cargos estatales. Por otro lado, si los diversos grupos (alemanes, rusos, polacos, etc.) se contentan con hablar ruso, pero no estudian la lengua local, es decir, el kazajo, corren peligro de ser marginados.

El año pasado, el presidente ruso Vladimir Putin, en la universidad Eurasia, universidad estatal de Karaganda, ante el presidente de Kazajstán Nazarbajev declaró: «Mis amigos rusos que viven aquí me dicen que hay dificultades entre rusos y kazajos, y por este motivo se van».

Es una afirmación grave que compromete el futuro de la convivencia y la presencia de la Iglesia. Sospecho que también la medida polaca de hacer que los polacos regresen a su patria se tomó en previsión de un eventual conflicto étnico.
<br> –¿Hay señales de un posible conflicto étnico?

–Edoardo Canetta: Por ahora hay presiones en las actividades económicas. Antes no se hacía distinción entre las empresas rusas y las kazajas; ahora se privilegia a las empresas kazajas.

Por otra parte, todavía hay una mentalidad de parte de los blancos (llamados kazajstanos) que se sienten todavía colonialistas: no quieren estudiar la lengua local, miran con autosuficiencia a los kazajos y no se sienten en su casa.

Hay que decir que al menos el 99% de la Iglesia está compuesta por blancos (rusos, polacos, alemanes). Hay también un grupo de coreanos, pero, por la falta de sacerdotes –hay sólo un sacerdote coreano–, muchos de ellos están entrando en las sectas protestantes, que cuentan con decenas de pastores.

Pocos kazajos son católicos. Y hay que decir que, hasta hace poco tiempo, no se pensaba ni siquiera en evangelizar a los kazajos. Entre los católicos, la pertenencia religiosa coincide con mucha frecuencia y en cierto modo con la pertenencia étnica. Los mejores católicos desean que todos encuentren a Cristo, pero la tradición rusa les ha encerrado en un ghetto étnico y religioso.

–¿Cuáles son los desafíos de la misión?

–Edoardo Canetta: El desafío mayor para la Iglesia católica, que esperamos emerja con la visita del Santo Padre, es su pleno reconocimiento con la misma dignidad y derechos de los musulmanes y ortodoxos.

La presión política es fuerte en este momento: por una parte está el integrismo que surge con el apoyo de Afganistán; por la otra, tenemos la presión del patriarcado de Moscú que trabaja para que los ortodoxos sean reconocidos como los verdaderos representantes de todas las comunidades cristianas.

Los primeros reivindican que el Islam es la única religión originaria de Kazajstán; los segundos dicen que ellos son los únicos verdaderos cristianos. En realidad, la historia de los católicos es más antigua que la del Islam y que la de los ortodoxos. Hay testimonios de una presencia de la Iglesia católica en Kazajstán desde el siglo III.

Reconocer a los católicos con la misma dignidad cultural, histórica, social, es un problema de las diferentes religiones, pero también nuestro: es necesario que entremos más en la cultura kazaja. Las leyes sobre la libertad religiosa en Rusia, que implican registros, controles, revisión anual e incluso trimestral de los visados de los misioneros católicos, no han tenido influencia en Kazajstán. Más aún, las leyes de este país son muy laicas y liberales, pero, en los últimos tiempos, por influencia del Patriarcado de Moscú, el gobierno está pensando en restringirlas.

–¿Cómo son las relaciones con el Islam?

–Edoardo Canetta: El Islam kazajo, de influencia sufi, se vive de manera genérica. Hay musulmanes que no conocen siquiera el significado de algunas fiestas islámicas. La presión integrista importada del sur está empujando a una revisión de este estilo de vida.

El nuevo Gran Mufti, Absattar Derbassaliev, antiguo pro-rector de la Universidad Al Farabi –la mayor de Kazajstán–, ha declarado que «el Islam kazajo ha terminado y que hay que volver a las raíces árabes del Islam».

Pero, con esto, se está echando en contra a toda la población y la tradición kazaja. Según el nuevo Mufti, que estuvo varios años en Arabia Saudí como agregado cultural, hay que dejar de beber alcohol (que todos los kazajos beben en abundancia); hay que terminar con las pinturas, imágenes e iconos (de gran interés en la cultura kazaja); y no hay que celebrar el Nauriz (fiesta de inicio de la primavera, de origen zoroastriana), por ser una fiesta «pagana».

Muchos kazajos han reaccionado rechazando este tipo de Islam: «Nosotros preferimos vivir como kazajos antes que vivir como quieren los Imanes».

Algunos funcionarios del Ministerio de Cultura kazajo, que también han estudiado en Pakistán, han declarado que, «aun sintiéndose «espiritualmente» musulmanes», han decidido no proclamarse tales públicamente y han suspendido la práctica del ayuno en el Ramadán. Esto es signo de un conflicto incipiente entre cultura kazaja e Islam.

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ZENIT Staff

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