El desarme integral, única vía hacia la paz

La respuesta de la doctrina social de la Iglesia a la violencia armada

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<p>ROMA, domingo 7 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- Argumento central de la doctrina social de la Iglesia, el desarme “es una cuestión ética que llama en causa a todos los hombres, no sólo a los Estados, según sus propios papeles y sus propias responsabilidades”: así Tommaso Di Ruzza, oficial del Consejo Pontificio Justicia y Paz, explica la posición de los católicos frente al uso de a violencia armada.

Interviniendo en el congreso “Por un mundo de paz: el sueño de Isaías y el anuncio de Cristo”, promovido en Roma el 30 de enero por la Conferencia Episcopal Italiana, por Cáritas Italiana y por Pax Christi, Di Ruzza recordó que los gastos en armamento en 2008 llegaban a casi 1,5 billones de dólares, y que en el mundo están produciéndose actualmente entre 16 y 20 conflictos de intensidad media y alta.

Fenómenos ante los cuales la Iglesia es clara: la mitad de los Estados – escribió Juan Pablo II en el Mensaje para el 40 aniversario de la ONU, el 18 de octubre de 1985 – es su “desarme general, equilibrado y controlado”. Por tanto, un desarme ponderado, quizás lento, pero ciertamente total. Porque, más sencillamente – subraya monseñor Giovanni Giudici, obispo de Pavía y presidente de Pax Christi Italia, citando a Juan XXIII – “la guerra va contra la razón y contra la humanidad”.

Por tanto el cambio necesario, según Dave Robinson, director de Pax Christi USA, debe suceder en el corazón del hombre para llegar a una “espiritualidad de la vulnerabilidad”, poniéndose a la escucha de muchos que están sin protección. Y es puro realismo cristiano – el mismo que Robinson considera vocación de la Iglesia – afirmar que nadie puede ser invulnerable.

La búsqueda alocada de la invencibilidad, de la seguridad a toda costa, se enfrenta con las dinámicas de la realidad, más compleja y poco gobernable. Es, en otros términos, la reacción equivocada al 11 de septiembre, que ha producido el aumento vertiginoso del presupuesto de defensa, sin contar el nacimiento de centenares de contractors (contratistas) privados, bajo la ilusión del “nunca más sucederá”. Una perspectiva peligrosa, advierte Robinson, ya que los distintos países implicados son todos poseedores de armas nucleares.

Siendo este el cuadro, por tanto, se intuye la importancia de la diplomacia de la Santa Sede, orientada desde siempre al desarme integral. Y, al contrario, será precisamente ésta la que asuma un papel decisivo en la conferencia para la revisión del tratado de no proliferación de las armas nucleares, que se celebrará en Nueva York el próximo mayo.

Y con todo monseñor Giudici aclara: “las armas convencionales y las armas ligeras están consideradas por la ONU armas de destrucción masiva por la cantidad enorme de víctimas que provoca”. Por tanto, “nuestra elección no puede quedarse en el no a las armas nucleares, químicas y bacteriológicas. Debe ser otro fuerte no a las armas convencionales y ligeras, como otro tanto apoyo al Tratado Internacional sobre el Desarme, que se está construyendo en la sede de la ONU”.

Lo que la CEI, la Caritas italiana y Pax Christi piden, en última instancia, es una reflexión seria, ayudados por el evangelio, “carta magna de la no violencia cristiana, que no consiste en rendirse al mal – según una falsa interpretación del ‘poner la otra mejilla’ – sino en responder al mal con el bien (…) Esta es a novedad del Evangelio, que cambia el mundo sin hacer ruido” (Benedicto XVI, Ángelus del 18 de febrero de 2007).

La invitación es la rechazar la lógica de las armas optando por la objeción de conciencia, ya que “decir armas significa decir opresión contra las poblaciones pobres, control social en los países con democracia frágil, y niños soldado”; elegir la no violencia como lenguaje, proyecto social y político; hacer de la reconciliación un estilo y un compromiso y tener con el dinero una relación evangélica, estando atentos a no depositar los ahorros en bancos que apoyan, por ejemplo, el tráfico de armas.

Finalmente – ya que se trata de una cuestión que exige también a la Iglesia un empeño más riguroso – he aquí algunas propuestas surgidas en el transcurso del congreso para esas realidades pastorales que resultan aún poco sensibilizadas con el problema del desarme: dedicar recursos y tiempo a la elaboración de itinerarios educativos precisos que den espacio al testimonio de profetas de la no violencia; dar vigor a las Comisiones Justicia y Paz a nivel nacional, diocesano y local; creer en el diálogo interreligioso y vivir el ecumenismo en las líneas propuestas por el Concilio Vaticano II y por la Charta Oecumenica europea; proyectar itinerarios específicos de formación teológica, moral, espiritual a la paz que acompañen adecuadamente decisiones de denuncia y de renuncia.

“Don Tonino Bello – concluye monseñor Giudici, citando a su predecesor en Pax Christi – sostenía que “la paz no es el premio fabuloso de una lotería que se puede ganar con el precio miserable de un solo billete. Quien apuesta en la paz debe desembolsar en contante monedas de lágrimas, de incomprensión y de sangre. La paz es el nuevo martirio al que la Iglesia está llamada hoy. La arena de la prueba es el escenario de esta aldea global que corre el riesgo de arder en un holocausto sin precedentes!.

“Y como en los primeros tiempos del cristianismo los mártires asombraron al mundo por su valor, así hoy la Iglesia debería hacer enmudecer a los poderosos de la tierra por el orgullo con el que, a pesar de la persecución, anuncia, sin desvanecerse gradualmente como en el canto gregoriano, el evangelio de la paz y de la praxis de la no violencia. Está claro que si, en lugar de hacer enmudecer a los poderosos, enmudece ella, se haría cómplice resignada de un atroz ‘crimen de guerra’”.

Por Mariaelena Finessi, traducción del italiano por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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