El desarrollo de África sigue amenazado por el olvido

Destellos de esperanza en medio de guerras y pobreza

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ROMA, 28 de junio de 2003 (ZENIT.org).- Juan Pablo II no quiere que el mundo se olvide de África. En la audiencia del martes 17 de junio con los obispos de los países subsaharianos de Burkina Faso y Níger, expresó su preocupación por las difíciles condiciones de vida que afectan a la población. Al mismo tiempo hizo un llamamiento a la comunidad internacional para ayudar de forma concreta al desarrollo de estas naciones.

Estos dos países no son los únicos que necesitan ayuda. África como continente presenta una triste mezcla de guerras civiles, pobreza endémica y sistemas políticos que funcionan mal. Hace unos días el diario británico Guardian y su publicación hermana de los domingos, Observer, publicaban una serie de artículos sobre este continente motivo de preocupación.

El 15 de junio, el editor de internacional del Observer, Peter Beaumont, informaba sobre el último peaje de muertes en Liberia. Su descripción de los tumultos en aquel país, observaba, habría sido igualmente adecuada para el Congo, Burundi, Costa de Marfil o el sur de Sudán. Mauritania, por otro lado, ha vivido un fallido golpe de estado en las últimas semanas, y Zimbabwe ha estado aplastando con violencia las protestas políticas.

Desde 1970, África ha tenido más de 30 conflictos armados y ha sumado más de la mitad de todas las muertes relacionadas con la guerra en el mundo, según datos de Naciones Unidas. El continente también ha producido 9,5 millones de refugiados.

El africano medio vive con menos de 2 dólares al día; tres cuartas partes de los países más pobres del mundo están en África. El continente también se ve afligido por el VIH/SIDA, con índices de infección que alcanzan más del 30% en países como Zimbabwe.

Sin embargo, la visión no es completamente desastrosa. Un comentario de Frank Chikane, considerado por el Observer como consejero importante del presidente sudafricano Thabo Mbeki, era optimista. Afirmaba que ha emergido una nueva generación de líderes africanos y sus ciudadanos no están ya por aguantar dictaduras y pobreza. Chikane citaba como un desarrollo positivo la formación el pasado julio de la Unión Africana, junto con un plan económico, Nepad, para estimular el desarrollo.

Sigue habiendo muchos desafíos, admitía. «Con todo, los logros de los últimos años muestran que los ciudadanos de África y la nueva generación de líderes africanos están intentando marcar la diferencia». Apunta a las acertadas elecciones presidenciales que han tenido lugar recientemente en Nigeria, y al traspaso de poder en Kenya tras 24 años de mandato del presidente Daniel Arap Moi. En el campo económico, Chikane criticaba con dureza las políticas occidentales, tales como las injustas barreras comerciales y los subsidios agrícolas domésticos, que obstaculizan los esfuerzos de desarrollo en África.

El daño de los subsidios
Barbara Stocking, directora de la organización de ayuda británica Oxfam, daba algunos ejemplos concretos del daño que estas políticas causan. En un artículo del 18 de febrero en el Financial Times, Stocking hacía notar que los subsidios del gobierno de Estados Unidos para los 25.000 agricultores algodoneros norteamericanos el pasado año bajó los precios mundiales del algodón en una cuarta parte. El resultado fue que los países de África occidental perdieron 200 millones de dólares en ganancias de divisas, y 11 millones de hogares que producen algodón sufrieron una pobreza incrementada.

La Unión Europea no es mejor, afirmaba Stocking. Gasta 40.000 millones de dólares al año en subsidios a la producción y exportación de grandes excedentes de cereales, productos lácteos y azúcar. Como resultado, los pequeños campesinos en África se ven expulsados de los mercados locales e internacionales.

El desarrollo económico es precisamente lo que necesita África, explicaba Alex de Waal en el Guardian del 16 de junio. De Waal es director de programas en la Comisión para HIV/Sida y gobierno en África, y director de Justice Africa.

Preguntaba por qué la economía del entero continente africano no es mayor que la de España, con 580.000 millones de dólares. Además de las causas citadas con frecuencia tales como los bajos precios de las exportaciones agrícolas, la corrupción, la falta de infraestructuras y el impacto económico del Sida, mencionaba que la división de África en muchos estados pequeños es también un serio problema.

Los pequeños países hacen la vida más fácil a las grandes compañías occidentales, que pueden actuar más fácilmente a su aire. También criticaba a las organizaciones de ayuda por manipular los destinos de las naciones tamaño bolsillo, a través de una falta de transparencia en la concesión de contratos y al dictado que sale de «detrás de puertas cerradas en Washington o Bruselas». De Waal defendía que África necesita dolorosamente la integración económica regional.

Un comentario del 10 de junio de David Ignatius en el Washington Post apuntaba a otro problema: la falta de inversiones. Mientras África tiene cerca del 10% de la población mundial, en el 2001 sólo atrajo alrededor del 1% de la inversión extranjera global, principalmente en los sectores del petróleo y la minería. La ayuda es importante, pero mucho más lo es la necesidad de crecimiento económico a través del desarrollo del sector privado, defendía.

Cómo administrar la ayuda
La cuestión de la ayuda suscita muchas opiniones. Un artículo de Global Agenda, publicado el 23 de abril en la página web de The Economist, observaba que, aunque las cantidades prometidas en las últimas conferencias internacionales han sido grandes, medidas en miles de millones de dólares, son pequeñas medidas en términos de riqueza para las naciones desarrolladas. En el 2002, la ayuda oficial de los principales países donantes alcanzó un promedio del 0,23% de su producto interior bruto

Una cosa que necesitan hacer los países pobres, decía The Economist, es utilizar más sabiamente la ayuda que reciben. Citaba investigaciones del Banco Mundial que mostraban que la ayuda puede ser efectiva en la reducción de la pobreza, pero sólo cuando se entrega a países con instituciones de gestión económica y de gobierno saneadas.

El artículo hacía notar que no todos los problemas residen en las naciones receptoras. Mucha ayuda «se atan», es decir, se dan con la condición de que se gasten en las importaciones del país donante, que con frecuencia tienen poca relevancia para las necesidades locales.

Los problemas de los donantes también fueron puestos de relieve por el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, en un artículo del 26 de septiembre en el Financial Times. Citaba el caso de la Guinea, una nación del África occidental, donde el coste de construcción de una escuela primaria puede oscilar de 130 a 878 dólares el metro cuadrado, dependiendo del país donante que se encargaba del proyecto. Por la misma cantidad, un donante podría construir siete veces más escuelas que otro, observaba.

Un comentario de Camilla Cavendish en el London Times del 29 de mayo respaldaba la necesidad de asegurar que la ayuda se utiliza bien. Cavendish, que trabajó hace tiempo en el Banco Mundial, observaba: «Muchos de los regímenes africanos más corruptos se mantienen en el poder gracias a la ayuda». El perenne problema del hambre en Etiopía, por ejemplo, es en parte debido al hecho de que toda la tierra es propiedad del estado. Cavendish acusaba al gobierno etíope de planes de diseño para privatizar la tierra «porque ésta es parte esencial del patrocinio que les permite el control».

La exhortación apostólica postsinodal de 1995 de Juan Pablo II, «Ecclesia in Africa», en los números 113 y 114, pedía a los gobiernos africanos que adoptaran «correctas prioridades para la explotación y distribución de los recursos a veces exiguos, de modo que se provea a las nec
esidades fundamentales de las personas y se asegure una justa y equitativa distribución de beneficios y obligaciones».

El documento dedica duras palabras para «algunos gobernantes corruptos que, en complicidad con intereses privados locales o extranjeros, derrochan en su provecho los recursos nacionales, transfiriendo dinero público a cuentas privadas en bancos extranjeros». El Papa también recuerda a los países ricos que «tomen clara conciencia de su deber de apoyar los esfuerzos de los Países que luchan por salir de la pobreza y la miseria».

También urgía al continente a buscar una solución pacífica para sus problemas, y criticaba el comercio de armas (número 118). «Los que alimentan las guerras en África mediante el tráfico de armas son cómplices de odiosos crímenes contra la humanidad».

Afrontar los complejos problemas de África será una tarea a largo plazo. Un buen comienzo sería un compromiso más serio a favor del progreso del continente por parte del Primer Mundo.

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ZENIT Staff

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