El diálogo es el nuevo nombre del desarrollo

Conferencia dictada por el secretario general del episcopado peruano en el Encuentro bilateral Perú-Chile

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

Con motivo del «Encuentro Perú–Chile sobre el rol de la Iglesia en las relaciones bilaterales», clausurado este sábado 20 de julio en Tacna y Arica, ofrecemos a nuestros lectores el discurso pronunciado por el secretario general de la Conferencia Episcopal Peruana, monseñor Lino Panizza Richero, OFM Cap.

******

La Iglesia Católica en las relaciones entre Perú y Chile

El venerable Pablo VI advirtió al mundo en 1967 que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz», frase que inmortalizó en la encíclica Populorum Progressio y que el beato Juan Pablo II recogiera como título de su Mensaje por la Paz del año 2001.

El papa Montini lo hizo con la preocupación de quien veía a los líderes mundiales abalanzarse sobre las riquezas del mundo, muchas veces de forma egoísta y ambiciosa. Muchos olvidaban la corresponsabilidad al que estaban obligados los países desarrollados que buscaban el progreso, principalmente ante las economías más débiles de los países pobres, o en aquellas ex-colonias que gradualmente iban cediendo paso a nuevas libertades.

En su corazón de pastor universal sentía la necesidad de responder a la pregunta «¿Quién es mi prójimo?», formulada para probar a Cristo en el evangelio y que dio pie a la más grande enseñanza sobre la caridad, relatada a través de la parábola del Buen Samaritano.

Apuesta por el desarrollo

Han pasado varias décadas de este llamado del papa Montini y en una evaluación serena podemos decir que algunos países respondieron de manera consciente a esta advertencia, incluyendo en sus planes y acciones a largo plazo los valores de subsidiariedad y solidaridad, pilares firmes de la Doctrina Social de la Iglesia.

Muchos otros fueron los estados que, movidos por una ética religiosa –como la judeocristiana–, o por principios de humanidad intrínsecos de sus pueblos, han estado vigilando para que el mundo sea más humano, más justo y menos indiferente.

Allí tenemos la creación de importantes organismos internacionales a favor de la paz, del desarrollo y de la garantía alimentaria en los países más desfavorecidos.

También debemos valorar las iniciativas auténticas de los países que se comprometieron casi a perpetuidad en pos de crear un mundo mejor con los fondos contravalor o agencias de cooperación no reembolsables.

Una iniciativa loable es la Fundación alemana Konrad Adenauer que hoy nos auspicia, y que siguiendo la huella de uno de los fundadores de la Unidad europea, trabaja de modo incansable en el mundo para que la enseñanza social de la Iglesia pueda iluminar la toma de decisiones en gobiernos, universidades y organizaciones responsables de la formación de los líderes locales.

Hoy quisiera manifestar nuestro reconocimiento público a este compromiso en la persona de su representante en el Perú, y agradecerle por la generosidad del pueblo alemán.

Luz de las gentes

No cabe duda que fue la Iglesia universal, el Pueblo de Dios, la que respondió –o diría reaccionó–, de forma inmediata a la frase citada de Pablo VI. Hoy podemos ver cuánto bien le hizo a la Iglesia en su papel de ser «luz de la gentes» –como se denominó a sí misma en Vaticano II–, al haber incorporado claros conceptos de la Doctrina Social en sus enseñanzas y prioridades.

Hay un espíritu que inspira a todo creyente cuando sabe que trabaja por la comunión de los pueblos, el desarrollo integral de la persona o la inquietante opción preferencial por los pobres y por los jóvenes.

En América Latina hay un entusiasmo generalizado por mantener vigente la característica de «Continente de la esperanza», término utilizado por los últimos papas y que moviliza a misioneros, pastores y educadores en la siembra del Evangelio.

El desarrollo pide diálogo

Hoy que estamos reunidos los representantes de los episcopados de Chile y del Perú, y por ende nuestros pueblos, quisiera interpretar lo que es el deseo de los últimos papas post-Concilio Vaticano II, y a lo que se ha respondido con generosidad y renuncia.

Los invito a reconocer, por lo tanto, que «el diálogo es el nuevo nombre del desarrollo». Y no necesitamos muchos argumentos para entenderlo porque estos dos días de encuentro bilateral dejarán una huella en nuestra historia común.

Aunque el diálogo es algo intrínseco –por decir teológico–, para la Iglesia, además de imperativo para sus pastores, es importante que este sea evidente y señale un derrotero para el mundo que nos mira y que busca respuestas reales a nuestra predicación.

Un ejemplo de nuestros días es el papa Francisco, que nos habla mucho con sus gestos y un estilo de vida realmente coherente con el Evangelio.

Una historia en común

Hoy que acompañamos a los presidentes de los episcopados de dos países vecinos, en su afán de ratificar públicamente la hermandad enseñada por Cristo, debemos reconocer las semillas que se han sembrado por décadas en estos dos pueblos e Iglesias locales que acogen este evento internacional.

Y me refiero a Tacna y a Arica. Y recuerdo por parte del Perú a los obispos Óscar Alzamora y Hugo Garaycoa, reemplazados hoy en sucesión apostólica por monseñor Marco Antonio Cortéz aquí presente. Todos ellos, antes y ahora, con sus hermanos obispos de Arica –separados solo por una frontera geográfica pero unidos por un solo bautismo–, han tomado inciativas en respuesta a la vocación evangélica del diálogo, la unidad, y el cuidado de la creación, donde el hombre es el eje de todas las enseñanzas del magisterio social de la Iglesia.

Unidad pastoral

En este trabajo chileno-peruano, siempre estuvo presente el intercambio de reconocimientos a la expresión religiosa de nuestros pueblos, sea con la amadísima Virgen de las Peñas en Arica, como con el Señor de Locumba en Tacna.

Mención aparte merece la gran devoción de los chilenos al Señor de los Milagros, quienes cruzan la frontera por miles cada mes de octubre para acompañar a quien también es «su Cristo morado».

Un signo de unidad y comunión fue el compartir de recursos materiales y humanos para la puesta en marcha años atrás del seminario San José en Tacna, donde muchos seminaristas de la Diócesis de Arica fueron integrándose como alumnos durante su periodo de formación.

A partir del año 2000, las relaciones entre ambas iglesias se vieron fortalecidas, debido a que en Tacna se asumió el proyecto de Nueva Imagen de Diócesis (NIP), por lo que la participación de la comunidad ameritaba que se tenga una relación con el país vecino mucho más fluida, hubo una serie de reuniones para ir trabajando una pastoral que involucrara a los jóvenes y a las familias  de ambas ciudades. 

Por la dignidad humana

Desde el año 2002 ya se venía dando forma a lo en la Iglesia se veía como un gran reto: trabajar entre las iglesias locales en el tema de las migraciones. Y fue así que en el año 2004, con un encuentro tri-nacional con obispos peruanos, chilenos y bolivianos, que comparten espacios fronterizos, se dio partida oficial al trabajo pastoral con la ayuda de los sacerdotes misioneros de San Carlos Borromeo (Escalabrinianos).

Desde ese año las relaciones entre las iglesias de Arica y Tacna se vieron multiplicadas y fortalecidas, lo que permitió acompañar a las comunidades de origen en el tránsito y en su destino, acogerlos y asistirlos, tanto en sus necesidades básicas, como en todo su proceso de integración a la Iglesia en una nueva sociedad que los acoge.

Debemos tomar en cuenta la gran comunidad de peruanos que vive en Arica realizando faenas y oficios por las que son muy requeridos, así como el gran flujo de chilenos que vienen hasta Tacna para atenderse en l
os buenos servicios médicos que aquí se ofrecen, o para degustar cada fin de semana de la comida peruana.

Es emblemático que en estas tierras, que alguna vez albergaron equivocados ánimos de guerra y venganza, se trabajó –y aún se debe insistir–, en el trabajo pastoral en conjunto. Esto permitirá dar señales claras de integración, a la vez que la Iglesia cumple con su deber de evangelizar, celebrar y velar siempre para que la unidad querida por Cristo sea un reflejo cotidiano en la vida de sus hijos.

Hoy que celebramos la pronta canonización del beato Juan XXIII, quisiera terminar con el desafío que nos dejó el «Papa bueno» en su encíclica Pacem in Terris: “La autoridad política es hoy insuficiente para lograr el bien común universal. Por esta causa, será siempre necesario, por imperativos de la misma naturaleza, atender debidamente al bien universal, es decir, al que afecta a toda la familia humana” (cf. PT n.132).

Este es el llamado que recibimos todos hoy en este encuentro, lo que nos compromete en seguir trabajando por la paz y la concordia entre nuestros pueblos del Perú y de Chile.

Que Dios nos bendiga.

+ Lino Panizza Richero, OFM Cap
Obispo de Carabayllo
Secretario General de la Conferencia Episcopal Peruana

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación