El difícil diálogo pastoral en Colombia con guerrilla, narcos y Gobierno

Confidencias del cardenal Darío Castrillón Hoyos

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ROMA, lunes 28 mayo 2012 (ZENIT.org).- «El diálogo no significa darle la razón al otro, sino llevarle el mensaje del evangelio sin considerar la situación en la que se encuentra quien lo va a recibir». Lo recordó el cardenal Darío Castrillón Hoyos, evocando algunos episodios de su difícil labor pastoral que le llevó a encontrarse con narcos, guerrilleros, militares y gobierno.

Lo hizo durante la presentación del libro “Juan Pablo II en el corazón de Colombia” que se realizó el 23 de mayo en la embajada de Colombia ante la Santa Sede, escrito por el embajador de dicha sede diplomática, César Mauricio Ossa, pensando en los jóvenes que no vivieron la visita histórica del papa beato.

El cardenal Darío Castrillón Hoyos, contó una serie de experiencias personales vividas en ese difícil período, en que estaba de moda la teología de la liberación y cuando la guerrilla y el narcotráfico parecían ganar la partida.

A la pregunta: Usted ha encontrado a mafiosos, hombres del Gobierno, a la guerrilla a los militares, ¿qué hombres son esos?, el cardenal indicó: Son hombres. Y contó un episodio de su encuentro con los guerrilleros.

“He hablado con los guerrilleros –indicó– pero no en una forma confortable, los he encontrado después de 12 horas de andar por la selva”. Y recordó que un guerrillero le dijo de mala manera: «Yo he quemado una iglesia» y como le respondió él de mala manera que era un hijo de mala madre y añadió: “Tu te crees omnipotente porque tienen ese fusil en la mano, tu crees que eso te da el temor y respeto de todos los demás. No te olvides que hay uno que me va a juzgar a mi y a ti y en ese día no te sirve el fusil”. Y comenzaron a hablar de una forma tranquila. “Hay momentos en los cuales uno en el diálogo descubre, no digamos verdades pero sensibilidades” indicó.

“Usted bendice los fusiles de quienes nos matan” le dijo el jefe guerrillero. Y su eminencia dijo que de hecho siendo arzobispo muchas veces había ido al comando para la «bendición de armas». “Sí, tienes razón –le respondió- yo mismo he bendecido las armas, porque en la Constitución de nuestro país, que es un país culto, desarrollado intelectualmente, la ley  debe guiar la vida de los ciudadanos, y esas armas son para defender la vida, honra y bien de los ciudadanos. Y yo no excluyo –porque la Iglesia no excluye- que haya momentos en que las armas de la justicia sirven momentáneamente por causa de injusticia”.

El purpurado recordó que a partir de allí tomó una decisión: «Reuní a los sacerdotes de mi diócesis y les dije: nunca vengan a decirme que había guerrilleros cerca de donde había una misa, si no me indican que los invitaron a participar. Qué pensar si uno dice: hoy no celebro la misa si no se salen los mentirosos, los adúlteros, los violentos, los infieles, etc. ¿Qué ocurriría? No digo que se quedaría vacía, ciertamente no, pero habría alguna incomodidad».

Y explicó la diferencia de roles: “Una cosa es la Congregación de la Causa de los Santos que se organiza para realizar una santificación y otra cosa es la reevangelización de los pueblos, que tiene que llevar el evangelio a los paganos sin preguntar qué género de vida tienen en el momento en que les encuentro. Si yo encuentro un guerrillero tengo que buscar el modo de hablar con ellos. Pero nunca les dije: ustedes tienen la razón”.

“Cuando estuve con los narcotraficantes –prosiguió en su narración– escuché críticas de todos los hipócritas, algunos también con sotana. Al Señor le criticaron porque estaba con pecadores, publicanos y prostitutas, pero Él no estaba para darles la razón. Estaba para darles un mensaje y convertirlos”.

Y precisó: “Yo creo en el diálogo, pero atención que el diálogo no es un contrato, es una cosa muy distinta. En el diálogo yo oigo y les expongo razones: ¿Ustedes no creen que llegó la hora en que vuestra mamá deje de sufrir porque temen la noticia de que murieron en una emboscada del Ejército. ¿Ustedes no tienen una novia que sufre? ¿No les da ganas de ir a ver una buena película en su pueblo?».

“Me tocó estar durmiendo –contó el purpurado– mimetizado en la selva porque sabíamos que estábamos expuestos a un bombardeo del Ejército. Un día a un comandante del Ejército le dije: Tu tienes un deber, yo tengo otro. Tu tienes el deber de dar una respuesta a la violencia, yo tengo el deber de tratarlos a todos. A ti y a ellos como mis hijos y mis hermanos. Si un guerrillero llega a mi casa le abro la puerta y le doy comida y de otro lado tomo el teléfono para decirte: mira aquí hay un guerrillero, vente. ¿Qué clase de cura o sacerdote sería si hiciera eso…? Eso no significa que cuando estoy con él le voy a decir que tiene la razón. Pero la única forma culta y yo diría cristiana de solucionar el problema es el diálogo. Y cuando las otras personas no quieren el diálogo pues desafortunadamente los Estados tienen el derecho a la defensa y para eso tienen sus fuerzas armadas”.

Recordó también cuando un jefe narco regaló una iglesia para un barrio y que al sacerdote le dijo que no la recibiera y el padre la rechazó. Y cómo su eminencia un día lo llamó a ese cabecilla y le dijo: «Mira te llamé, decidí aceptar tu plata» y el jefe narco respondió: «Ah monseñor ¿diga cuanto quiere?» «¡Lo que cuesta –dijo el cardenal colombiano– la vida de un muchacho americano que se toma la droga y el corazón de una madre que tú destruyes!» «¡Monseñor usted me embromó!», me dijo. «Y tuve la satisfacción que ese señor se saliera del narcotráfico. No es fácil hablar de las cosas cuando no se las conoce, yo las he conocido».

Otro episodio fue cuando conoció a un muchacho “al que le dijeron si quería conocer Estados Unidos. ‘No tengo dinero’, dijo el joven. ‘No te preocupes, vienes conmigo, basta que me lleves este paquetico’, le dijeron. Y ese muchacho vuelve y yo he visto el castillito que se construyó en un barrio de miseria. Es bien difícil”.

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ZENIT Staff

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