El ejercicio episcopal debe basarse en el testimonio personal de santidad, afirma el Papa

Al recibir a los obispos de Baltimore y Washington (EE. UU.) en «visita Ad Limina»

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 29 abril 2004 (ZENIT.org).- «El ejercicio de la autoridad episcopal debe estar basado en el testimonio de santidad personal», recordó Juan Pablo II en la mañana de este jueves a los obispos de Baltimore y Washington (Estados Unidos).

En su discurso a los prelados –a quienes ha recibido también estos días en audiencias separadas, con ocasión de su visita «Ad Limina Apostolorum»–, el Papa se refirió a la misión de santificación de todos los obispos, «cuya fuente es la santidad indefectible de la Iglesia».

«Porque “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a ella, de modo que pudiera santificarla”, ha sido dotada con la santidad infalible y se ha transformado ella misma “en Cristo y a través de Cristo, en la fuente y el origen de toda santidad”», siendo ésta «una fundamental verdad de fe» «que necesita ser más claramente entendida y apreciada por todos los miembros del Cuerpo de Cristo», reconoció el Papa.

Si bien «la santidad de la Iglesia en la tierra es todavía imperfecta» –prosiguió–, «su santidad es a la vez un don y un llamamiento, una gracia constitutiva y una admonición a la fidelidad constante a esa gracia». De hecho, el Concilio Vaticano II reafirmó «la llamada universal de Dios a la santidad».

«El desafío que se pone ante nosotros –advirtió el Papa a los prelados– y ante toda la Iglesia» es que «la vida de todo cristiano y todas las estructuras de la Iglesia estén claramente ordenadas a la búsqueda de la santidad», una actividad que «debe ser el centro de la vida y de la identidad de cada obispo».

«Estoy profundamente convencido –reconoció Juan Pablo II– de que, en una Iglesia constantemente llamada a la renovación interior y al testimonio profético, el ejercicio de la autoridad episcopal debe basarse en el testimonio de santidad personal».

De acuerdo con el Santo Padre, «el obispo debe reconocer la propia necesidad de ser santificado mientras se compromete a la santificación de los demás».

Igualmente recordó que el obispo es sobre todo «un cristiano llamado a la obediencia de la fe», que en virtud de su ordenación «está en el lugar del mismo Cristo y actúa en su persona» y que está llamado a un «camino especial de santidad: el espíritu de su apostolado debe ser aquella caridad pastoral que conforme su corazón al corazón de Cristo en un amor sacrificial por la Iglesia y todos sus miembros».

Por todo ello el obispo debe ser un «oyente atento de la palabra de Dios a través de la oración diaria y la lectura contemplativa de la Sagrada Escritura», subraya el Papa.

Es más, «para la renovación de la Iglesia en su santidad es esencial que el obispo sea (…) un maestro de contemplación», sin olvidar que «su oración debe alimentarse por encima de todo de la Eucaristía», además del «recurso frecuente al Sacramento de la Penitencia y de la celebración de la Liturgia de las Horas».

En cuanto a «la adopción de un estilo de vida que imite la pobreza de Cristo», Juan Pablo II invitó a los obispos «a emprender ese discernimiento respecto al ejercicio práctico del ministerio episcopal en vuestro país, para garantizar que se perciba incluso más claramente como una forma de servicio sacrifical entre el rebaño de Cristo».

«El gran desafío de la nueva evangelización a la que la Iglesia está llamada en nuestro tiempo requiere una credibilidad nacida de la fidelidad personal al Evangelio y a las exigencias de ser discípulo cristiano», concluyó Juan Pablo II.

La quinquenal visita «ad limina» se divide en tres partes. La primera es el encuentro personal entre los obispos y el Papa. En la segunda parte, los obispos rezan juntos en las tumbas de los santos Pedro y Pablo en Roma. La tercera parte ofrece la oportunidad a los obispos de encontrarse con los colaboradores del Papa.

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ZENIT Staff

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