El encuentro del sacerdote con María en la celebración eucarística

Por don Juan Silvestre, consultor de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice

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ROMA, viernes 7 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Continuando con la serie de artículos sobre el Año Sacerdotal, en los que hemos centrado la atención en la celebración eucarística, presentamos el artículo de don Juan Silvestre, profesor de Liturgia en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz y consultor de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, sobre el tema de la presencia de la Virgen María en la santa Misa. El autor analiza en particular la forma ordinaria del rito romano y enriquece sus reflexiones con numerosos textos, sobre todo del magisterio pontificio reciente. Aprovechamos la oportunidad para desear a todos los sacerdotes un santo mes de mayo, en compañía de María Santísima, Madre de los sacerdotes [Don Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice].

 

 

* * *

 

 

1. Eucaristía, Iglesia y María: relación con el sacerdote


«Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia» [1]. Estas palabras del venerable Juan Pablo II constituyen un marco adecuado y nos introducen en el tema que trataremos de desarrollar brevemente en este artículo: El encuentro del sacerdote con María en la celebración eucarística.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y Resurrección del Señor, «se realiza la obra de nuestra redención» [2] y de ahí se pueda afirmar que «hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia» [3]. En la Eucaristía, Cristo se nos entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo. Por tanto, «en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía, la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz» [4]. La Eucaristía precede cronológica y ontológicamente la Iglesia y de este modo se comprueba una vez más que el Señor nos ha «amado primero».

Al mismo tiempo, Jesús ha perpetuado su entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. En aquella «hora», Jesús anticipa su muerte y su Resurrección. De ahí que podamos afirmar que «en este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual» [5]. Todo el Triduum paschale está como incluido, anticipado y «concentrado» para siempre en el don eucarístico. Por eso, todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad que participa en ella, vuelve a la «hora» de la Cruz y de la glorificación, vuelve espiritualmente al lugar y a la hora Santa de la redención [6]. En la Eucaristía nos adentramos en el acto oblativo de Jesús y así, participando en su entrega, en su cuerpo y su sangre, nos unimos a Dios [7].

En este «memorial» del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su Pasión y muerte. «Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro» [8]. En cada celebración de la Santa Misa volvemos a escuchar aquel «¡He aquí a tu hijo!» del Hijo a su Madre, mientras nos dice a nosotros «¡He aquí a tu Madre!» (Jn 19,26.27).

«Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el horizonte del propio apostolado» [9]. Por eso «vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. (…) María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía» [10]. La presencia de la Santísima Virgen en la celebración eucarística ordinaria y habitual será el punto que trataremos de desarrollar.

La recomendación de la celebración cotidiana de la Santa Misa, aún cuando no hubiera participación de fieles, deriva por una parte valor objetivamente infinito de cada celebración eucarística; y «además está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la Santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la conformación con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación» [11]. En este camino de conformación y transformación, el encuentro del sacerdote con María en la Santa Misa cobra una importancia particular. En realidad, «por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre» [12].

2. En la Misa de Pablo VI

Su maternal presencia la experimentamos en dos momentos significativos de la celebración eucarística según el Misal romano en su editio typica tertia, expresión ordinaria de la Lex orandi de la Iglesia católica de rito latino: el Confiteor del acto penitencial y la Plegaria eucarística.

2.1. El Confiteor En el camino hacia el Señor nos damos cuenta de nuestra propia indignidad. El hombre antes Dios se siente pecador y de sus labios brota espontáneamente la confesión de la miseria propria. Se hace necesario pedir a lo largo de la celebración que el mismo Dios nos transforme y acepte que participemos en esa actio Dei que configura la liturgia. De hecho, el espíritu de conversión continua es una de las condiciones personales que hace posible la actuosa participatio de los fieles y del mismo sacerdote celebrante. «No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida (…). Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación» [13].

El acto penitencial, que «se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión general de toda la comunidad» [14] facilita que nos conformemos a los sentimientos de Cristo, que pongamos los medios para hacer posible aquel «estar con Dios» y a la vez nos «fuerza» a salir de nosotros mismos, nos mueve a rezar con y por los otros: no estamos solos. Por la comunión de los santos ayudamos y nos sentimos ayudados y sostenidos los unos por los otros. Es en este contexto donde encontramos una de las modalidades de la oración litúrgica mariana, la que se presenta como recuerdo de la intercesión de Santa María en el Confiteor. Como recordaba Pablo VI «el Pueblo de Dios la invoca como Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora del pecado; porque Ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a esto: a vencer con enérgica determinación el pecado» [15].

El Confiteor, genuina fórmula de confesión, se encuentra con diversas redacciones a partir del siglo IX en ámbito monástico. De ahí pasará a las iglesias del clero secular y lo encontramos como un elemento fijo en el Ordo de la Curia papal anterior a 1227 [16].

«Ideo precor beatam Mariam semper Virginem«.

«Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, (…) que intercedáis por mí ante Dios nuestro Señor».

Ella, en comunión con Cristo, único mediador, reza al Padre por todos los fieles, sus hijos. Como recuerda el Concilio «la misión maternal de María hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen en favor de los hombres no es exigido por ninguna ley, sino que nace del Divino beneplácito
y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca toda su virtud; y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo» [17].

Santa María «cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz» [18]. Y este cuidado lo demuestra especialmente por los sacerdotes. «De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como Ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo» [19]. Así se explica que el Concilio Vaticano II afirme: «veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» [20].

2.2. La Plegaria Eucarística. Por lo que se refiere a la memoria de María en las Plegarias eucarísticas del Misal Romano «dicha memoria cotidiana, por su colocación en el centro del santo Sacrificio, debe ser tenida como una forma particularmente expresiva del culto que la Iglesia rinde a la Bendita del Altísimo (cfr. Lc 1, 28)» [21].

Este recuerdo de Santa María se manifiesta de dos modos: su presencia en la Encarnación y su intercesión en la gloria. Acerca del primer punto podemos recordar que el «sí» de María es la puerta por la que Dios se encarna, entra en el mundo. De este modo, María está real y profundamente involucrada en el misterio de la Encarnación, y por tanto de nuestra salvación. «La Encarnación, el hacerse hombre del Hijo, desde el inicio estaba orientada al don de sí mismo, a entregarse con mucho amor en la cruz a fin de convertirse en pan para la vida del mundo. De este modo sacrificio, sacerdocio y Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de este misterio» [22].

 

Así lo encontramos expresado por ejemplo en el prefacio de la Plegaria eucarística II, que se remonta a la Traditio apostolica, y en el Post-sanctus de la IV. Las dos expresiones son muy semejantes:

«tú nos lo enviaste para que, hecho hombre por obra del Espíritu Santo

y nacido de María, la Virgen, fuera nuestro Salvador y Redentor» (PE II)

«El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo,

nació de María, la Virgen» (PE IV)

En el contexto de la Plegaria eucarística esta confesión de fe destaca la cooperación de Santa María en el misterio de la Encarnación y su vínculo con Cristo, así como la acción del Espíritu Santo. Con ella se trata de presentar la Eucaristía como presencia verdadera y auténtica del Verbo encarnado que ha sufrido y ha sido glorificado. La Eucaristía, mientras remite a la Pasión y a la Resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación.

Como señala Juan Pablo II, «María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor» [23]. María aparece así ligada a la relación Encarnación-Eucaristía.

Por otra parte, la presencia de Santa María en la Plegaria eucarística, también nos presenta su intercesión en la gloria. Su recuerdo en la Comunión de los Santos es típico del Canon romano y se encuentra en las otras Plegarias del Misal romano, en sintonía con las Anáforas orientales. «La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las Plegarias eucarísticas latinas se recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor» [24].

La memoria de Santa María en el Canon romano se enriqueció con títulos solemnes que recuerdan la proclamación del dogma de la Maternidad divina en el Concilio de Éfeso (431) y probablemente expresiones que se recogen en las homilías de los Papas [25]. La mención solemne del Canon romano reza:

«in primis gloriosae semper virginis Mariae Genetricis Dei,

et Domini nostri Iesu Christi«

veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María,

Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor» (Canon Romano)

Santa María es exaltada con los títulos de gloriosa y semper Virgo, como la llama San Epifanio [26]. Por otra parte, la expresión utilizada, «Genetrix Dei» es utilizada con frecuencia por los Padres latinos, especialmente por san Ambrosio. Su inclusión en el Canon romano es anterior al Papa León Magno, y muy probablemente fue introducida antes del Concilio de Éfeso [27]. Finalmente es recordada como la primera entre todos los santos.

El significado de esta mención y recuerdo puede ser triple [28]: primero porque la Iglesia haciendo memoria de Santa María entra en comunión con Ella; en segundo lugar su recuerdo es lógico pues deriva de la condición de santidad y gloria propia de la Madre de Dios [29]; finalmente por la intercesión, que por medio de ella, se pide a Dios [30]: «por sus méritos y oraciones [de Santa María y de los santos] concédenos [Señor] en todo tu protección».

En un contexto similar al del Canon romano, si bien con pequeñas variaciones, se encuentra la petición a Santa María y a los santos para alcanzar la vida eterna:

«así con María, la Virgen Madre de Dios, (…)

merezcamos, por tu Hijo Jesucristo,

compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas» (PE II)

«con María, la Virgen Madre de Dios, (…)

por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda» (PE III) [31]

«Padre de bondad, que todos tus hijos nos reunamos en la heredad de tu reino,

con María, la Virgen Madre de Dios (…) y allí, junto con toda la creación,

libre ya del pecado y de la muerte,

te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro… (PE IV)



3. En la Misa de san Pío V 

Finalmente, en el Misal romano promulgado por el beato Juan XXIII en 1962, expresión extraordinaria de la Lex orandi de la Iglesia católica de rito latino, encontramos mencionada a Santa María en otros dos momentos de la celebración eucarística. Por una parte, en la súplica a la Santísima Trinidad que reza el sacerdote después del Lavabo y pone fin al rito ofertorial.

En esta oración se lee:

«Suscipe sancta Trinitas, hanc oblationem quam tibi offerimus ob memoriam passionis…;

et in honorem beatae Mariae semper Virginis…»

Esta oración resume las intenciones y los frutos del sacrificio como un epílogo del ofertorio. Efectivamente después de recordar que la ofrenda se hace en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor aparecen mencionados la Santísima Virgen y los santos San Juan Bautista, San Pedro y San Pablo. La mención de María se sitúa en el contexto de aquella veneración que la Santa Iglesia, con amor especial, le tributa por el lazo indisoluble que existe entre Ella y la obra salvífica de su Hijo. Al mismo tiempo, en Ella admira y ensalza el fruto más espléndido de la Redención [32]. En esta oración se recuerda que «en la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María» [33].

La mención a María la encontramos también en el embolismo Líbera nos después del Pater noster. Allí se recoge:

«Líbera nos, quaesumus Domine, ab omnibus malis, praeteritis, praesentibus et futuris:

et intercedente beata et gloriosa semper Virgine Dei Genitrice Maria (…) da propitius pacem in diebus nostris…»

Una vez más, también esta o
ración manifiesta esa perfecta unidad que existe entre la Lex orandi y la Lex credendi, pues «la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el misterio pascual» [34]. De hecho, esta oración nos muestra que «por el carácter de intercesión, que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo» [35]. 

4. Conclusión

Al acabar este breve recorrido por el Ordo Missae jalonado por significativos encuentros con Santa María podemos afirmar con uno de los grandes santos de nuestro tiempo: «Para mí, la primera devoción mariana -me gusta verlo así- es la Santa Misa (…) Ésta es una acción de la Trinidad: por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora. En este insondable misterio, se advierte, como entre velos, el rostro purísimo de María: Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. El trato con Jesús en el Sacrificio del Altar, trae consigo necesariamente el trato con María, su Madre» [36].

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1 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 53.

2 CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 3.

3 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 21.

4 BENEDICTO XVI, exh. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 14.

5 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 5.

6 Cfr. JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 4.

7 Cfr. BENEDICTO XVI, enc. Deus caritas est, n. 13.

8 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 57.

9 BENEDICTO XVI, Audiencia general, 12-VIII-2009.

10 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 57.

11 BENEDICTO XVI, exh. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 80.

12 BENEDICTO XVI, Audiencia general, 12-VIII-2009.

13 BENEDICTO XVI, exh. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 55.

14 Institutio Generalis Missalis Romani, n. 55.

15 PABLO VI, exh. apost. Marialis cultus, n. 57.

16 V. RAFFA, Liturgia eucaristica. Mistagogia della Messa: della storia e della teologia alla pastorale pratica, Roma 2003, p. 272-274.

17 CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 60.

18 CONCILIO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 62.

19 BENEDICTO XVI, Audiencia general, 12-VIII-2009.

20 CONCILIO VATICANO II, Decr. Presbyterorum ordinis, n. 18.

21 PABLO VI, exh. apost. Marialis cultus, n. 10.

22 BENEDICTO XVI, Audiencia general, 12-VIII-2009.

23 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 55.

24 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 19.

25 Cf. S. MEO, «La formula mariana Gloriosa semper Virgo Maria Genitrix Dei et Domini nostri Iesu Christi nel Canone romano e presso due Pontefici del V secolo» in PONTIFICIA ACADEMIA MARIANA INTERNATIONALIS, De primordiis cultus mariani, Acta Congressus Mariologici-mariani in Lusitania anno 1967 celebrati, vol. II, Romae 1970, pp. 439-458.

26 Cfr. M. RIGHETTI, Historia de la liturgia I, Madrid 1956, p. 334.

27 M. AUGE, L’anno liturgico: è Cristo stesso presente nella sua Chiesa, Città del Vaticano 2009, p. 247

28 Cfr. J. CASTELLANO, «In comunione con la Beata Vergine Maria. Varietà di espressioni della preghiera liturgica mariana», Rivista liturgica 75 (1988) 59.

29 «La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos a María, la cual brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos» (PABLO VI, exh. apost. Marialis cultus, n. 57).

30 «La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la Llena de gracia (Lc 1,28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios, la comunión en El, la inhabitación del Espíritu» (PABLO VI, exh. apost. Marialis cultus, n. 57).

31 «La reciente plegaria eucarística III que expresa con intenso anhelo el deseo de los orantes de compartir con la Madre la herencia de hijos: Que Él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen» (PABLO VI, exh. apost. Marialis cultus, 10)

32 Cfr. CONCILIO VATICANO II, Const. Sacrosanctum concilium, n. 102.

33 JUAN PABLO II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 58.

34 BENEDICTO XVI, exh. apost. post. Sacramentum caritatis, n. 34.

35 JUAN PABLO II, enc. Redemptoris mater, n. 40.

36 S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, La Virgen del Pilar. Libro de Aragón, Madrid 1976, p. 99.

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ZENIT Staff

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