El episcopado haitiano sugiere claves para que el país pueda enfrentar el futuro

Al término de su Asamblea Plenaria

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PUERTO PRÍNCIPE, domingo, 10 octubre 2004 (ZENIT.org).- Para poder hablar del futuro de Haití y «edificar una sociedad y una civilización de paz y de amor» es necesario convocar una «asamblea del pueblo» que integre a representantes de todas las clases sociales y categorías profesionales, proponen los obispos haitianos.

Así se recoge en el documento conclusivo de la Asamblea Plenaria que recientemente han celebrado y que ha sido difundido por la Conferencia Episcopal de Haití bajo el título «Hacer camino junto al pueblo».

El ciudadano haitiano «ha perdido la confianza en sí mismo» a causa «de la mentira, de la explotación y de la corrupción de la que siempre ha estado víctima», reconocen los prelados.

Este contexto –afirman– «ha contribuido a crear una particular mentalidad de búsqueda del beneficio inmediato, caracterizado por el individualismo, por la agresividad gestual y verbal, y marcada por el miedo».

En el origen del «subdesarrollo crónico» de la sociedad haitiana, los prelados opinan que se encuentran «los atrasos socio-económicos registrados en el país durante toda su historia, la inestabilidad política, la intolerancia, el antagonismo de las clases sociales y de los partidos».

Ello ha provocado «la ingerencia de fuerzas políticas extranjeras, poniendo a la población bajo la tutela de la ocupación militar directa o de intervenciones llamadas de mediación y de mantenimiento de la paz», dicen los obispos en su documento, del que se hace eco «Misna».

De acuerdo con el episcopado haitiano, el Consejo electoral provisional debe proceder a la organización de las nuevas elecciones, previstas para 2005, «sin dejarse influir por presiones internas o externas».

Entre las propuestas que dirige a las autoridades, la Conferencia Episcopal de Haití pide que las cuentas del Estado se hagan públicas, que el Banco central sea totalmente independiente del gobierno, que se subvencione la producción agrícola y se adopten medidas eficaces en la lucha contra la «grave plaga» de la inseguridad.

Al regresar de una visita a finales del pasado junio a Haití, el arzobispo Paul J. Cordes, presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum» –el «brazo» de la caridad del Papa–, reconoció a «Zenit» que había visto en el país caribeño «más pobreza que en muchos países de África».

«Todo esto es también quizá una consecuencia de la dictadura que desde hace décadas presiona a este país. François Duvalier («Papa Doc»), Jean Claude Duvalier («Baby Doc») y recientemente Aristide han abusado del país y han quitado energías a la población», sugirió entonces el prelado.

Con una población de 8,1 millones de habitantes –de los cuales el 75% vive por debajo del umbral de una pobreza extrema—, la nación, antigua colonia francesa, está marcada por la inestabilidad: en dos siglos de independencia ha pasado por una treintena de golpes de Estado.

Los Estados Unidos envió a 20.000 efectivos para restaurar el gobierno de Aristide tras un golpe en 1994.

El pasado 29 de febrero, el presidente Jean-Bertrand Aristide se exilió a la República Centroafricana como consecuencia del gran movimiento antigubernativo organizado por un lado pacíficamente por la oposición política y la sociedad civil, y por otro lado por algunos grupos insurrectos armados que, tras hacerse con el control de buena parte del país, amenazaron con invadir la capital.

Desde esa fecha es presidente provisional Boniface Alexander. Desde el 12 de marzo, Gérard Latortue es primer ministro interino de Haití.

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ZENIT Staff

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