El espíritu del Hermano Pedro vive entre los pobres de Antigua Guatemala

Las Obras Sociales acogen a los marginados del país

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ANTIGUA GUATEMALA, 30 julio 2002 (ZENIT.org).- En Antigua Guatemala, a imitación del Hermano Pedro de San José de Betancur, canonizado este martes por Juan Pablo II, religiosos y religiosas franciscanos dan un hogar a más de 500 personas, pobres entre los pobres del país.

Se trata de personas abandonadas a causa de discapacidades físicas o mentales, niños con desnutrición crónica, con parálisis cerebral, jóvenes y adultos con problemas psicológicos, ancianos y ciegos impedidos que no encuentran asistencia en instituciones privadas y públicas.

En 1980, el mismo año en que el Papa beatificaba al Hermano Pedro, el franciscano Guillermo Bonilla comenzaba las Obras Sociales del Hermano Pedro, en lo que había sido el Hospital San Pedro, un edificio colonial remodelado en el siglo XIX, que le fue cedido por cuarenta años, según comenta la subdirectora, sor Teresa de Jesús Solís.

Las Obras Sociales del Hermano Pedro ofrecen hoy un Centro de Recuperación Nutricional para niños con grave desnutrición; un hogar de niños, jóvenes y señoritas con parálisis cerebral; un hogar de adultos con impedimentos graves, ciegos y ancianos inválidos; una guardería infantil para niños cuyas madres están solas y trabajan.

Además, los frailes franciscanos han creado en las Obras Sociales un hospital con diferentes salas operatorias y laboratorios clínicos; una escuela especial, para niños con dificultades graves; una tienda de ropa usada y nueva; y un hogar temporal para los parientes de los operados.

Según la memoria de labores de las Obras del Hermano Pedro, en 1999, más de 46 mil pacientes fueron atendidos. Áreas de cirugía, ortopedia, fisioterapia, geriatría, ginecología, neurología, pediatría, psicología, psiquiatría y oftalmología fueron cubiertas, además de ofrecer servicios de electroencefalograma, electrocardiograma, rayos x, laboratorio clínico, farmacia, atención a familiares de operados y terapia del habla.

Médicos de diversas partes del mundo ayudan gratuitamente con sus servicios en las Obras. Se trata de profesionales de diversas nacionalidades, como estadounidenses, canadienses, españoles, franceses y guatemaltecos, indica sor Solís.

La atención de tantas personas requiere medios económicos que las Obras recogen a través de donaciones, que como suele suceder en estos casos nunca son suficientes.

Los voluntarios son en ocasiones los más beneficiados, pues el contacto con los necesitados provoca siempre un cambio de vida, explica sor Solís.

Los miembros de Estudiantes Internacionales, un grupo de voluntarios de varios países del mundo, que apoyan en la atención de los niños con problemas de desnutrición, son testigos de la recuperación de los niños y de la alegría de dar un poco de tiempo en quienes necesitan sentir el afecto y contacto desinteresado.

Los episodios más conmovedores son los de los niños enfermos que llegan con problemas de desnutrición. El caso de Sergio es uno de ellos. Este pequeño llegó de una aldea de Cobán a los tres meses de edad con enfermedad pulmonar crónica, indica la pediatra Sandra Ajcajabón.

Su familia es muy pobre y no puede atenderlo ni visitarlo tan seguido, agrega sor Solís, pero es una alegría ver cómo ha mejorado y ha ido fortaleciendo su organismo. No es un hecho milagroso, sino producto del amor de quienes dan desinteresadamente su tiempo, conocimientos y cariño.

La vocación de servicio también es contagiosa, afirma sor Solís y añade: como la fe.

Más información en http://www.obrashermanopedro.org.

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ZENIT Staff

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