El grito de los pobres ante los grandes del G-8 de Génova

Hablan países de África y Asia ahogados por la deuda

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ROMA, 19 julio 2001 (ZENIT.org).- La esperanza es sobre todo la virtud de los pobres. Los países más olvidados de la tierra miran también a Génova. Cada uno de ellos ha expresado su parecer sobre esta reunión de potentes de la tierra. La agencia Fides ha recogido la voz de estos países. Ofrecemos hoy las esperanzas de dos de ellos, Burkina Faso y Filipinas. En sucesivos servicios, transmitiremos los anhelos de otras naciones que luchan por su propio desarrollo.

Uno de los países africanos más pobres, Burkina Faso, quedó desilusionado por los resultados de la cumbre de la ONU sobre los Países Menos Avanzados (PMA), que acabó en Bruselas el 20 de mayo pasado, sin que se obtuviera ningún resultado.

Los africanos esperan que este encuentro sea «el bueno», sobre todo teniendo en cuenta el peso de la deuda que hace inútiles todos los esfuerzos de desarrollo de los países subsaharianos. Burkina Faso destina la mitad de su producto interior bruto anual al pago de la deuda.

Los habitantes de Burkina Faso consideran «folklórico» el vértice de Génova, porque los «grandes del mundo» se encuentran para acordar cómo incrementar su supremacía sobre el resto del planeta. ¿Qué se puede esperar, por tanto, del vértice? Los que piensan así subrayan la indiferencia de las naciones desarrolladas ante la injusticia de las grandes concentraciones de poder y ante la fragmentación del continente africano, despojado de sus recursos y afligido por el hambre y enfermedades como el sida. Según este punto de vista, la globalización no traerá beneficios a África y, menos aún, a Burkina Faso, que no cuenta nada en el ámbito del comercio internacional.

Burkina Faso ha comprendido la necesidad de sostenerse con sus propias fuerzas, desarrollando sobre todo la exportación de algodón y conquistando cargos en algunas instituciones mundiales influyentes (un burkinés, Ablassè Ouedrago, se ha convertido en director general del ONUDI).

La fundación de la Unión Africana, durante el último vértice de la Organización de la Unidad Africana, en Lusaka del 9 al 12 de julio, demuestra la férrea voluntad de los estados africanos por engancharse al tren de la globalización, conservando la propia identidad. Se espera que la nueva organización sea capaz de afirmarse de tal manera que la política de los «padres de la independencia» no se quede en un mero ideal.

Filipinas, en la otra punta del mapa, lucha también por un futuro mejor para los habitantes del país de las siete mil islas.

Un conocido periodista filipino, Howie Severino, del Centro filipino de periodismo de investigación, estuvo en las manifestaciones antiglobalización, en Washington, el 16 de abril de 2000. «Lo que me impresionó -dice- fue la protesta de jóvenes estadounidenses contra instituciones (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional) que no atacan su propia vida. De hecho, sancionan un estatus que favorece a pueblos de los que ellos forman parte. Había también algunos filipinos, ya que nosotros estamos entre aquellos que están bajo el punto de mira de estas organizaciones”. Y añade: «El término “globalización” ha sido secuestrado por el mundo de las finanzas e identificado por los mass media con “rápido movimiento de capital de un lado a otro del globo”. Pero globalización también significa creciente interconexión de individuos y sujetos sociales como ONG, clanes, grupos de interés. Indica la posibilidad de entrar en la red vía internet, y un movimiento más libre de personas en el mundo».

En su discurso del 2 de julio a la Asociación de Superiores Mayores de Filipinas, monseñor Orlando Quevedo, presidente de la Conferencia Episcopal, señaló que la globalización con su patrimonio de cultura individualista y materialista, roe los valores civiles y religiosos del pueblo filipino. Esto ha generado nuevas formas de opresión sobre los pobres: «La globalización económica ha tenido como resultado un creciente número de personas pobres, y un crecimiento de la distancia entre ricos y pobres», dijo.

En noviembre del pasado año tuvo lugar un encuentro entre monseñor Quevedo y la entonces vicepresidenta Gloria Arroyo (hoy presidenta de Filipinas). Arroyo elogiaba la doctrina liberal y la globalización. Abogaba por el establecimiento de un plano económico a largo plazo para el país, mientras despuntaban protestas en la sociedad civil y entre los economistas. El arzobispo hizo presente la posición de la Iglesia preguntando: «¿Qué hacemos con los pobres?»

Hoy, no obstante, el Gobierno ha prometido protección social para campesinos, pescadores y sectores débiles de la sociedad civil, el mercado interno se ha abierto a productos y bienes de primera necesidad, productos de artesanía que provienen de otros países, y que tienen precios mucho menores.

En 1998, antes de la crisis asiática, los obispos escribieron una exhortación profética: «La globalización parece moverse unilateralmente hacia el laissez-faire, con un principio subsistente, según el cual las fuerzas del mercado operan automáticamente por el bien de la humanidad. (…) Pero lo que se da es la sujeción y subordinación de la persona a las fuerzas y a los objetivos del mercado». Los obispos solicitaban que se llevara a la práctica la Carta Magna de 1995 para los trabajadores filipinos emigrados, y la cancelación de la deuda internacional, pidiendo al gobierno que sometiera a estudio el presente modelo de desarrollo, en particular las políticas económicas sobre la liberalización y desregulación del mercado, así como las relaciones con la Organización
Mundial para el Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.

Print Friendly, PDF & Email
Share this Entry

ZENIT Staff

Apoye a ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación