El hombre debe renunciar a “construirse” un dios a su medida, dice el Papa

Presentó a Moisés como figura de la intercesión de Cristo en la cruz

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ROMA, miércoles 1 de junio de 2011 (ZENIT.org).- El hombre debe lograr vencer la tentación de construirse un “dios comprensible y a su medida”, y fijar la mirada en la cruz, donde Jesucristo, del que Moisés es figura, se anonada a sí mismo para que el hombre se salve.

Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI, en esta nueva catequesis sobre la oración, que esta vez realizó a partir del pasaje del éxodo en el que el pueblo de Israel traiciona al Dios que le libró de Egipto construyéndose un becerro de oro al que adorar.

“Cansado de un camino con un Dios invisible”, ahora que “Moisés, el mediador, ha desaparecido”, el pueblo pide “una presencia tangible”, un dios “ accesible, manipulable, al alcance del hombre”.

“Esta es una tentación constante en el camino de la fe: eludir el misterio divino construyendo un dios comprensible, que corresponda a los propios esquemas, a los propios proyectos. Todo lo que sucede en el Sinaí muestra toda la necedad y vanidad ilusoria de esta pretensión”, explicó el Papa

Benedicto XVI explica, frase a frase, el diálogo de Dios con Moisés en la cima del Sinaí, cuando éste intercede por el pueblo.

Con la amenaza del castigo, explicó el Papa, Dios empuja a Moisés a interceder por los israelitas, para poder perdonarlo y llevar así a cumplimiento la obra de salvación y manifestar su verdadera realidad a los hombres.

“La oración de intercesión hace operativa de esta manera, dentro de la realidad corrupta del hombre pecador, la misericordia divina, que encuentra su voz en la súplica del que reza y se hace presente a través de él donde hay necesidad de salvación.”.

La salvación de Dios, “implica misericordia”, afirmó el Papa, pero “siempre denuncia la verdad del pecado, del mal que existe”, para que “el pecador, reconociendo y rechazando el propio mal, pueda dejarse perdonar y transformar por Dios”.

“La obra de salvación que se ha comenzado debe ser completada; si Dios hiciese perecer a su pueblo, esto podría ser interpretado como el signo de una incapacidad divina de llevar a cumplimiento el proyecto de salvación”.

Dios, afirmó el Papa, “no puede permitir esto: Él es el Señor bueno que salva, el garante de la vida, es el Dios de misericordia y de perdón, de liberación del pecado que mata”.

Desde su experiencia concreta del Dios de salvación, Moisés “apela a Dios, a la vida interior de Dios contra la sentencia exterior”.

La intercesión de Moisés “no excusa el pecado de su gente, no enumera presuntos méritos ni del pueblo ni suyos, pero sí apela a la gratuidad de Dios: un Dios libre, totalmente amor, que no cesa de buscar al que se aleja, que permanece siempre fiel a sí mismo y que ofrece al pecador la posibilidad de volver a Él”.

En resumen, Moisés pide a Dios “que se muestre más fuerte que el pecado y que la muerte, y con su oración provoca esta revelación divina”.

Darse a sí mismo

En referencia a la expresión que Moisés utiliza para interceder por el pueblo, “en la cima del monte cara a cara con Dios”, cuando le dice “si no, bórrame del Libro de la vida”, el Papa explicó que en este anonadamiento “los Padres de la Iglesia han visto una prefiguración de Cristo, que en la alta cima de la cruz realmente esta delante de Dios, no sólo como amigo sino como Hijo”.

Jesús, en la cruz, no sólo se ofrece – “bórrame” -, sino que “con su corazón traspasado se hace “borrar”, se convierte, como dice el mismo san Pablo, en pecado, lleva consigo nuestros pecados para salvarnos a nosotros: su intercesión no es sólo solidaridad, sino que se identifica con nosotros: nos lleva a todos en su cuerpo”.

Por ello, invitó a los presentes a creer que “Cristo está delante del rostro de Dios y reza por mí. Su oración en la Cruz es contemporánea a todos los hombres, contemporánea a mí: Él reza por mí, ha sufrido y sufre por mí, se ha identificado conmigo tomando nuestro cuerpo y el alma humana”.

Jesús “nos invita a entrar en esta identificación, a estar unidos a Él en nuestro deseo de ser un cuerpo, un espíritu con Él. Oremos al Señor para que esta identificación nos transforme, nos renueve, porque el perdón es renovación y transformación”.

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ZENIT Staff

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