El hombre sereno

Antes de la cruz existió Gethsemaní

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Ante la renuncia de Benedicto XVI a la tiara pontificia todos los católicos, si somos sinceros con nosotros mismos, hemos sufrido una mayor o menor consternación por la noticia. Partiendo de la premisa de la imposibilidad de asomarse plenamente en el alma de cada uno, que sólo es potestad de Dios, si que podemos aproximarnos de alguna manera a la persona sufriente, en este caso la cabeza de la Iglesia, para así encajar con menos tribulación esta difícil decisión e incluso, en algunos casos, entrever la heroicidad de la misma.

La manera más pedagógica y sencilla de explicármelo me ha venido a la mente al recordar la espléndida película El hombre tranquilo de John Ford (me permitirán esta licencia, pues salvando las abismales distancias de personajes y situaciones dicho ejemplo nos refleja la esencia de un hombre ante un sufrimiento sobrevenido). En dicha obra maestra del séptimo arte vemos las consecuencias y el sufrimiento que revierten en la vida de Sean Thornton (John Wayne) después de haber tomado una importante decisión en conciencia que marcará el desenlace de tensos acontecimientos en posteriores años de su vida; en concreto en las relaciones con su prometida Kate Danaher (Maureen O´Hara). Esta decisión llevará a Thorton a tener problemas con toda la comunidad, al no cumplir con las expectativas esperadas no sólo por su futura mujer y su hermano, sino también con las de toda la comunidad de ese pueblo del Norte de Irlanda donde se desarrolla la trama de la película. Todo ello a pesar de que las peticiones y anhelos que la comunidad le exige son en principio loables y están enmarcados dentro de una sana tradición. Sin embargo, las circunstancias interiores del protagonista hacen discurrir su existencia por un camino de espinas y de incomprensiones. Thorton renuncia a un sufrimiento físico y acepta a cambio el padecimiento espiritual de verse como una persona incapaz de cumplir sus deberes matrimoniales debido a que su conciencia le dicta aspirar a un bien superior y  no a subvertir los valores.

Alguno de los que hasta ahora han seguido estas líneas ya habrán intuido por dónde “asoman los tiros” (locución obligada al mentar a John Wayne).

La decisión que ha tomado el papa Benedicto XVI de ninguna manera implica bajarse de la cruz, al revés, pienso que quizás haya podido cargar con una cruz aún, si cabe, más pesada que la de su antecesor. “Una entrega de la Iglesia al mundo que supusiera alejarla de la cruz no conduciría a su renovación, sino a su fin”, decía el cardenal Ratzinger

Recordemos que Nuestro Señor como hombre que era, sufrió tanto físicamente como espiritualmente. Pero quizás sufriese más en el Huerto de Gethsemaní que en su flagelación, coronación de espinas y crucifixión posterior, ya que en todos esos momentos no salió una queja de su boca; pero sí lo hizo en Gethsemaní, pidiéndole al Padre que apartase de Él ese cáliz, sudando sangre.

Si olvidamos Gethsemaní, la cruz espiritual, corremos el peligro de que esta decisión del papa nos haga tambalear y en algún caso incluso nos provoque escándalo. Esa incomprensión y escándalo es precisamente la causa a su vez del germen del sufrimiento del papa. La fidelidad a la misión encomendada conlleva en ocasiones la incomprensión y el sufrimiento injusto. Ese sufrimiento injusto que cae sobre el que sigue la voluntad de Dios es la cruz que cada cristiano debe cargar en el camino de la santidad; desde Thorton, hasta el último hombre que busque la verdad con honestidad. Y qué mejor tiempo para ilustrar y dar ejemplo que en Cuaresma.

“El hombre sereno», Benedicto XVI, ha culminado su papado con el mejor de los regalos para toda la Iglesia, la fidelidad a la Cruz; pues como Vicario de Cristo es el primero en saber que sin cruz no existe salvación; y él, aceptando la de Gethsemaní, la ha ofrecido por nosotros durante estos días. Sólo así se puede alcanzar la serenidad del alma. Solo nos queda agradecimiento a Dios por este acontecimiento. 

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Emiliano Hernández

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