El inesperado poder liberador de Cristo

La Iglesia no es una «entidad moralizadora», aclara el cardenal George

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CIUDAD DEL VATICANO, 7 mar 2001 (ZENIT.org).- La liberación más grande que puede experimentar el hombre, la emancipación de su propio egoísmo, se ha convertido en el tema central de las dos meditaciones pronunciadas esta mañana por el cardenal Francis Eugene George ante Juan Pablo II y sus colaboradores de la Curia romana.

Para ilustrar mejor sus reflexiones, en el tercer día de ejercicios espirituales, el arzobispo de Chicago recordó una experiencia que ha vivido en primera persona. Al hablar de la liberación traída por Cristo a cada hombre, un desconocido le dijo una vez en Zambia: «Es demasiado bello para ser verdad el hecho de que Dios nos ame así».

En un mundo que percibe con frecuencia a la Iglesia como una «entidad moralizadora», se hace por tanto más urgente todavía, recordó el cardenal George, la necesidad de poner en primer plano el anuncio de Jesús y revivir esa sorpresa que han experimentado tantas personas desde los orígenes del cristianismo al experimentar la fuerza liberadora de su amor.

Y ante el Papa y sus colaboradores puso precisamente el ejemplo del primer obispo de Roma, Pedro, quien «ante todo proclama la Buena Nueva, la noticia sorprendente de que Dios ha venido para habitar entre su gente, que los ha salvado e invitado a participar en la plenitud de su vida. Esa proclamación, hecha con pasión, sorprende a quienes la escuchan hasta el punto de que ellos mismos comprenden las consecuencias que tiene para sus vidas. Y se preguntan qué es lo que tienen que hacer».

En el fondo, explicó en la segunda meditación de esta mañana el purpurado, en nuestra época, «el poder salvífico de Dios nos libera para que podamos ser nosotros mismos».

Se habla con frecuencia de libertad, añadió, pero con frecuencia es identificada con la libertad par escoger y con la facultad para ejercer los propios derechos políticos. Pero el horizonte es mucho más amplio, recordó el predicador. Gracias a la salvación traída por Cristo, el hombre experimenta la liberación de su propio egoísmo y de sus propias idolatrías.

«El secreto de mi auténtica identidad está escondido en el amor y en la misericordia de Dios –añadió–. No puedo encontrarme conmigo mismo sino es en Dios».

Se trata de un pensamiento que ya había profundizado el cardenal George en las meditaciones que pronunció ayer por la tarde, al afirmar que la encarnación de Cristo, experimentada hoy al igual que en los tiempos de los primeros cristianos como un «escándalo», demuestra que Dios «quiere encontrarse con nosotros en nuestra realidad» y no en «fugas metafísicas».

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ZENIT Staff

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