El lento arranque de la lucha contra la pobreza

Un seminario en el Vaticano sobre la globalización se pregunta qué hacer

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ROMA, sábado, 24 julio 2004 (ZENIT.org).- Un seminario de alto nivel en el Vaticano examinaba la cuestión de cómo mejorar la participación de los países pobres en la economía mundial. El encuentro celebrado el 9 de julio, organizado bajo los auspicios del Consejo Pontificio Justicia y Paz, reunió a cerca de cien representantes de la Iglesia, gobiernos, organizaciones no gubernamentales y el mundo de las finanzas.

El seminario se titulaba «Pobreza y globalización: financiar el desarrollo y los objetivos de desarrollo del milenio». En la declaración de apertura de ambos presidentes, el cardenal Cormac Murphy-O’Connor, arzobispo de Westiminster, y el cardenal Óscar Andrés Rodríguez Madariaga, arzobispo de Tegucigalpa, explicaban: «El objetivo del desarrollo es la dignidad humana y la libertad, pero esto seguirá escapándose mientras no lleguen los recursos necesarios para hacer avances concretos en educación, salud e infraestructuras».

El punto de referencia para la reunión fueron las pautas planteadas en los objetivos de desarrollo del milenio, propuestos por las Naciones Unidas en el año 2000. Para el año 2015, los objetivos buscan lograr mejoras en áreas como la educación básica, la pobreza y el hambre, la mortalidad infantil y el acceso a la asistencia sanitaria.

En la reunión, el cardenal Murphy-O’Connor indicaba que hay más de 300 millones de personas viviendo en extrema pobreza. Afirmaba que la riqueza total de África, con cerca de 700 millones de habitantes, es menor que la de Holanda, con una población de menos de 20 millones.

El cardenal observaba que el progreso para lograr los objetivos del 2015 ha sido muy limitado. Con el actual paso, dividir a la mitad la pobreza en África no tendrá lugar en el 2015, como se esperaba, sino sólo después de 100 años.

Amenaza para la paz
Invitaba a los gobiernos a aumentar las cantidades de ayuda que dan a las naciones en desarrollo. Asimismo, destacaba la importancia de dar a los países pobres un mayor acceso a los mercados del mundo desarrollado de manera que puedan ganar más por las exportaciones.

«Si nuestras conciencias no nos mueven a la acción, que sea nuestro propio interés el que lo haga», afirmaba el cardenal Murphy-O’Connor. «No puede haber mayor amenaza para la paz y estabilidad a largo plazo que la pobreza y la privación masivas».

El cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y Paz, observaba que el problema de cómo financiar el desarrollo ha sido tratado en la Conferencia de Monterrey de marzo de 2002. Uno de los elementos de acuerdo en aquella conferencia en México fue un compromiso de los países desarrollados de aumentar la asistencia que dan a las naciones más pobres. La mayoría de los países todavía no han cumplido sus promesas, observaba el cardenal.

El cardenal Martino también comentaba que las relaciones entre las naciones más ricas y las más pobres en el campo del desarrollo sufren de «retrasos burocráticos, con condiciones de supervisión y evaluación impuestos por los donantes a los países receptores, que se hacen sobre la base de sus propias políticas internas y no para ayudar a que el receptor desarrolle sus propios procedimientos realistas y eficaces».

Un ejemplo de estos problemas lo presentó Mulima Kufekisa Akapelwa, del Centro Católico para la Justicia, el Desarrollo y la Paz, en Zambia. Habló de la experiencia del país en la puesta en ejecución de diversos programas propuestos por instituciones financieras tales como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Estos incluyen «Los Papeles de la Estrategia para la Reducción de la Pobreza», «Facilidades para la Reducción de la Pobreza y el Crecimiento», y «Reducción de la Pobreza y Crédito Social». Las políticas contenidas en estas estrategias siguen la estrategia económica de lograr el crecimiento a través de reformas basadas en la liberalización y en la privatización.

Pero él observaba que algunas veces los objetivos de crecimiento no tienen en cuenta suficientemente el impacto negativo en los pobres de las reformas económicas. Además, los fondos y la cancelación de la deuda prometidos por las instituciones internacionales tardan en llegar, y son menores de los prometidos originalmente.

La cancelación de la deuda en la balanza
El tema de la cancelación de la deuda fue tratado en una presentación de Carlos Fortin, secretario general de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo. Destacó la importancia de no hablar sólo de la cancelación de la deuda, sino de unirla a la inversión al desarrollo.

La clave para superar el problema de la deuda, explicaba, es aplicar recursos para producir inversión que permitirá a los países construir el progreso económico. Esto significa mirar hacia las metas del desarrollo a largo plazo, en lugar de tratar la deuda sólo en el contexto de superar las crisis a corto plazo.

Fortin también insistía en la necesidad de considerar la diversidad de las situaciones de desarrollo de cada país. La cuestión de la deuda se trata de la mejor manera posible sobre una base de país a país, afirmaba.

El principal medio para promover la cancelación de la deuda ha sido la Iniciativa para los Países Pobres más fuertemente Endeudados (HIPC). Fortin declaraba que, a finales de junio, un total de 13 países había pasado a través de este programa, recibiendo la completa cancelación de la deuda posible. Otros 14 países han llegado al punto en que se cualifican para una cancelación interina, que se condiciona a las reformas económicas.

Pero observaba que el progreso ha sido lento, debido a las dificultades que tienen los países para cumplir las condiciones presentadas en el HIPC. Los países hacen frente a la necesidad de tratar de modo simultáneo con su deuda, animar el crecimiento a largo plazo y reducir los niveles de pobreza. Los países que dedican sus recursos a aliviar la pobreza se quedan sin los fondos suficientes para promover el crecimiento económico, explicaba Fortin.

También observaba que los países no estarán libres de la deuda, incluso tras la plena puesta en ejecución del HIPC. La experiencia ha demostrado que los objetivos de crecimiento planteados en el programa han sido demasiado optimistas. Por lo que los países necesitarán más ayudas para tratar sus deudas.

Fortin explicaba además que la idea era que la cancelación de la deuda ofrecida por el HIPC se sumaría a los normales flujos de ayuda. Sin embargo, los estudios del Banco Mundial muestran que los países que han recibido la cancelación de la deuda han visto reducidas otros tipos de ayudas.

La cuestión de la deuda fue tratada también por Jack Boorman, un consultor del director ejecutivo del Fondo Monetario Internacional. Boorman reconocía que las diversas soluciones ofrecidas por las instituciones financieras internacionales han tenido problemas, y han requerido cambios. Pero pedía que estos procesos se consolidaran, y no se abandonaran.

Los países en desarrollo necesitan también mejorar más sus políticas, afirmaba Boorman. Citaba los progresos en política económica en general y en el área del comercio. Pero todavía se necesitan reformas institucionales, tales como mejorar el imperio de la ley, asegurar los derechos de propiedad y mejorar el funcionamiento del sector público. Estas reformas son necesarias para permitir un mayor crecimiento del sector privado, explicaba.

Las naciones desarrolladas también tienen que mejorar su funcionamiento, añadía Boorman. «Demasiado a menudo, hay contradicciones en sus políticas, con apoyo al desarrollo proporcionado en un área dañada por acciones en otras». Una prioridad en la que insistía era en la del cumplimiento acertado de la actual rueda de conversaciones de comercio de Doha.

Los países con altos ingresos deben ayudar a sus contraparte
s de bajos ingresos reduciendo la protección agrícola, defendía. Un estudio del Banco Mundial estimaba que el crecimiento mayor asociado a un mayor nivel de exportaciones de los países en desarrollo podría sacar de la pobreza a 140 millones de persona en el 2015.

Una carta escrita por Juan Pablo II al cardenal Martino con motivo del seminario vaticano expresaba su preocupación por la pobreza que aflige a tanta gente. «Lo que ahora se necesita», explicaba «es una nueva ‘creatividad’ en la caridad para poder encontrar formas siempre más eficaces de lograr una distribución más justa de los recursos del mundo».

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ZENIT Staff

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