El martirio de los cristianos en Argelia resuena en el Congreso de Quebec

Intervención del cardenal Philippe Barbarin, primado de las Galias

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QUEBEC, miércoles 18 de junio de 2008 (ZENIT.org).- La Eucaristía no es un recuerdo del pasado, es la presencia real de Cristo que al mismo tiempo explica la entrega de los mártires, como ha sucedido en años pasados en Argelia, explica el cardenal Philippe Barbarin.

El arzobispo de Lyón y primado de las Galias presentó este martes en el Congreso Eucarístico Internacional, que se celebra esta semana en Quebec, el sacrificio de 19 hijos de la Iglesia de ese país africano, asesinados en los años noventa, en pleno estallido de violencia islamista.

En particular, atribuyó a la Eucaristía la motivación que llevó a dar la vida a los monjes del monasterio cisterciense de Tibhirine, asesinados en la primavera de 1996, a pesar de que podrían haber abandonado ese lugar para encontrar un lugar más seguro.

«Su presencia era una ofrenda sencilla, discreta y comprendida por todos. Y su sacrificio ha tocado al mundo entero. Presentar el cristianismo sin la cruz o hablar del sacrificio eucarístico sin decir hasta dónde nos puede llevar sería una mentira», advirtió.

El mismo monseñor Henri Teissier, hasta hace poco arzobispo de Argel, constató, el purpurado francés, desde hace más de quince años ha estado diariamente en peligro.

«En este ambiente espiritual celebra la Eucaristía cada día. Los mártires cristianos de Argelia entregaron su vida a causa de una fidelidad evangélica a un pueblo al que Dios les había enviado para servir y amar», aclaró.

El primado citó al prior de Tibhirine, el padre Christian de Chergé, quien había escrito: «Si un día soy víctima de terrorismo, me gustaría que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recordaran que mi vida había sido entrega a Dios y a este país (Argelia)».

«Debía pensar con frecuencia en los argelinos cuando pronunciaba las palabras de la consagración: ‘Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros'», consideró Barbarin.

«Todos habían aprendido árabe –explicó–; el hermano Luc, monje y médico, el más anciano de la comunidad de Tibhirine, atendía gratuitamente a los enfermos de la región. Cuando el ambiente se hizo peligroso, decidieron quedarse».

«Lo explicó monseñor Pierre Claverie, obispo de Orán, poco antes de ser asesinado en el otoño de ese mismo año, en 1996: ‘Para que el amor venza al odio, habría que amar hasta entregar la propia vida en un combate cotidiano en el que el mismo Jesús no salido indemne'».

«Tras su asesinato, ninguna religiosa, ningún sacerdote, ningún laico abandonó su puesto en la diócesis de Orán, conforme a lo que él había escrito: ‘Hemos establecido aquí lazos con los argelinos que nadie podrá destruir, ni siquiera la muerte. En esto somos discípulos de Jesús, nada más'».

«Esta actitud de discípulos, veinte siglos después, nos ayuda a comprender la Eucaristía del Señor», aseguró.

«Entristecidos por la muerte tan injusta de este Inocente en la cruz, los discípulos quedaron todavía más trastornados por la Resurrección. Esta es la respuesta que Dios da al pecado del hombre; abre las puertas del Reino a su Hijo amado y nos promete que nos espera en esta morada, en la Jesús ha nos prepara un lugar» (Cf. Juan 14, 2)».

«La verdad es que cuando Dios nos ama nos asocia a la gran aventura de la salvación del mundo. Nuestra misión es amar. Esto es lo que aprendemos de la vida del Señor, y en particular del sacrificio de su Eucaristía», concluyó.

Por Jesús Colina

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ZENIT Staff

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