El matrimonio como escuela intensiva del amor de Dios

Monseñor Cormac Burke da algunas claves para un matrimonio feliz

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Nairobi, martes, 6 abril 2004 (ZENIT.org).- El matrimonio es una de las mejores escuelas del amor de Dios, el lugar donde Él quiere educar a muchos de sus alumnos.

Así lo afirma monseñor Cormac Burke, antiguo juez de la Rota Romana, que actualmente enseña antropología en la Universidad Strathmore de Nairobi.

Monseñor Burke explora la dinámica del amor, el matrimonio y los hijos en su libro «Covenanted Happiness», publicado por Scepter Press («Felicidad por Acuerdo»). En esta entrevista concedida a ZENIT explica cómo únicamente la persona que está preparada para hacer frente a los desafíos del amor crecerá en el amor, y cómo los hijos constituyen un desafío la capacidad de cada esposo de amar todavía más.

–¿Cuáles son las «leyes de la felicidad» como se encuentran y viven en el matrimonio cristiano?

–Monseñor Burke: La primera cosa que se debe tener en cuenta es que el matrimonio no puede dar la felicidad perfecta, ni nada parecido aquí en la tierra. El propósito no es dar a los esposos esa felicidad, sino madurarlos para ella.

En todo lo de aquí, en la tierra, Dios está intentando enseñarnos a amar, lo que gozaremos plenamente en el cielo. El matrimonio es una de las más intensivas escuelas de amor, donde Dios quiere entrenar a muchos de sus alumnos.

La felicidad exige un esfuerzo. Cuando una persona casada en dificultades se permite pensar: «Conseguiré el divorcio y me casaré con otro hombre u otra mujer, porque seré más feliz con él o con ella», están diciendo en realidad, «Mi felicidad depende en que no se me pida demasiado. Seré feliz sólo si no tengo que hacer mucho esfuerzo para amar».

La persona que escoge pensar así nunca puede ser feliz, porque la felicidad es sobre todo una consecuencia de darse, como dicen los Hechos de los Apóstoles (20, 35): «Hay más felicidad en dar que en recibir».

La felicidad no es posible ni dentro ni fuera del matrimonio para aquella persona que está determinada a conseguir más de lo que él o ella esté dispuesto a dar.

En el matrimonio, por tanto, uno tiene que aprender a amar. Si la gente no aprende, seguirá apegada a su egoísmo, como el diablo o el alma en el infierno. Con todo, el matrimonio es una institución divina que gradualmente los sacará de ese egoísmo.

Uno también se tiene que empeñar en esta tarea, que es inscribirse uno mismo de forma definitiva en esta escuela de amor. Si uno sólo se prepara solamente para dar amor con un único intento y abandonar si no parece que funciona, no funcionará, ni nunca se convertirá en una persona capaz de amar.

–¿Cómo logra, profundiza, madura y hace permanente el matrimonio la felicidad personal de cada uno?

–Monseñor Burke: Sobre todo saliendo de nosotros mismos. Nunca conseguiremos comenzar este camino de felicidad hasta que seamos conscientes de que el principal obstáculo somos nosotros mismos – nuestras preocupaciones, inquietudes y cálculos centrados en nosotros mismos. Paradójicamente todo esto son obstáculos para nuestra felicidad personal.

Para el cristiano, esta paradoja no debería ser difícil de entender, porque viene de la enseñanza del corazón de Cristo sobre aquellos que salvan sus vidas de modo egoísta y calculador: «El que quiera salvar su vida la perderá; y el que la pierda por mi causa, la encontrará». La frase «por mi causa» apunta a todo lo que es bueno, generoso, puro y meritorio.

Uno de los errores modernos más comunes es pensar que la felicidad viene del cálculo. Pensamos que nuestra felicidad depende de considerar las cosas de manera inteligente y cuidadosa: «¿Más de esto, menos de esto, me hará feliz?» No es así. La felicidad personal y la felicidad en el matrimonio dependen principalmente de la generosidad y el sacrificio.

–¿Cómo pueden los hijos traer felicidad al matrimonio y a cada uno de los esposos individualmente?

–Monseñor Burke: Este siglo ha venido a separar y oponer plenitud matrimonial e hijos. Muchos miran el matrimonio sólo como asunto en tándem –felicidad «à deux»– en el que los hijos son considerados como una posible ventaja o un posible obstáculo al cumplimiento personal. Esto es fundamentalmente no confiar en el diseño de Dios para el matrimonio.

Quienes se casan necesitan ponderar que cada hijo es un regalo totalmente único e irrepetible a la unión y amor de los esposos. También necesitan darse cuenta de que los hijos desafían la capacidad de amar de cada uno de los esposos todavía más que la vida conyugal en sí misma. Sólo la persona que está preparada para hacer frente a los desafíos del amor crecerá en el amor.

Cuarenta años de poner énfasis en la auto-realización o en el confort material han ido acompañados de un énfasis similar en limitar la familia.

Los hijos –uno o dos, en la mayor parte de los casos– se han visto considerados como «extras opcionales» para una pareja, no como el cumplimiento natural de sus aspiraciones matrimoniales. Empleo, status, vida social, ocupaciones, vacaciones, tranquilidad y confort parecen ofrecer más felicidad que los hijos.

Sin embargo, si uno juzga por el creciente número de hogares rotos, menos hijos no parece que haya llevado a una mayor estabilidad, plenitud o felicidad matrimoniales.
Las parejas católicas se han visto también profundamente afectadas por la mentalidad de la planificación familiar, hasta el punto que se suele presentar una familia «planificada» como la norma en la instrucción pre-matrimonial. Probablemente la mayoría de nuestros jóvenes se casan hoy considerando la planificación natural como una parte normal del matrimonio; muchos, para los que nunca se proyectó, están experimentando sus efectos en su vida matrimonial.

–¿Qué puede obstaculizar la felicidad conyugal?

–Monseñor Burke: El sacramento del matrimonio da especiales gracias a una pareja para perseverar en la misión de cuidar el uno del otro y de los hijos que Dios les dé.
Ser negligentes con el sacramento puede de hecho obstaculizar esa felicidad, porque el sacramento lleva su gracia sacramental – una ayuda específica de Dios que ayuda a las parejas a vivir el compromiso que implica el amor matrimonial.

El matrimonio no es un sacramento al que se «va» a menudo, como ocurre con la sagrada comunión; es un sacramento que se recibe una vez. Pero para ser fiel se necesita invocar la gracia del sacramento constantemente, como un sacerdote necesita invocar el sacramento de su ordenación.

–¿Cómo contribuye la «teología del cuerpo» de Juan Pablo II a la felicidad conyugal?

–Monseñor Burke: El Papa Juan Pablo II presenta el cuerpo como un instrumento de comunión interpersonal, enseñando que esto sólo es verdad cuando se respeta el pleno significado humano del cuerpo y de la relación intercorporal, lo que no hace la anticoncepción. Anular deliberadamente la orientación a la vida del acto conyugal es destruir su poder esencial de significar unión.

La anticoncepción niega el «lenguaje del cuerpo». Vuelve el acto conyugal en auto decepción, o en una mentira mutua entre los esposos mismos; aquel que verdaderamente no se está dando, en realidad no está aceptando al otro.

–¿Qué papel desempeña la libertad en el matrimonio?

–Monseñor Burke: Muchos consideran hoy que atarse en una elección irrevocable lleva a perder la propia libertad. No es así. Casarse es confiar en uno mismo en un ejercicio constante y amoroso de la libertad.

¿Qué clase de amor es el que prefiere dejar una «salida» siempre abierta? La persona verdaderamente enamorada no teme perder su libertad, sino perder su amor. No es la libertad para comprometerse lo que se debe temer, sino la libertad de respaldar el propio compromiso.

La libertad que debería asustarnos es la libertad de
ser infieles –que nos acompaña hasta el fin. Por eso el amante humilde siente la necesidad de orar, «Señor, hazme fiel».

Y es también por lo que los que se retiran están tristes, porque no sólo han abandonado a quienes deberían amar, también se han abandonado a sí mismos.
No hay camino fácil a la felicidad. Aquellos que buscan el divorcio debido a las dificultades que implica el matrimonio están simplemente siendo burlados por lo que implica la felicidad. Están poniéndose en el camino que conduce lejos de la felicidad.

–¿Cómo puede llevar a las parejas casadas a la verdadera felicidad el seguimiento de las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio, los hijos y la anticoncepción?

–Monseñor Burke: Si una pareja no observa las enseñanzas de la Iglesia puede parecer feliz hoy, probablemente la suya es una felicidad muy superficial con una gran parte de egoísmo por conquistar. Y hay pocas posibilidades de que sean felices mañana.

En contraste con esto, también hay hoy muchas parejas que intentan estar incondicionalmente en las manos de Dios, aceptando tanto que su matrimonio «durará» como que Dios es el mejor planificador familiar natural. Dios es quien tiene más conocimiento y más larga experiencia, quien mejor conoce la respuesta a la pregunta: «¿Cuántos hijos pueden coronar nuestro proyecto familiar?».

Cuando uno mira la cuestión de la felicidad desde un punto de vista puramente individual y, en última instancia, con preocupación por uno mismo, será difícil que se comprenda todo lo positivo hay en la enseñanza de la Iglesia. La felicidad de un cristiano reside también en ser partícipe en los planes de Dios. El sentido de este privilegio tiene que estar en la raíz de nuestra felicidad.

Las parejas casadas de hoy necesitan tener más conciencia del maravilloso testimonio que están llamados a dar al mundo que no confía en Dios. El Papa Juan Pablo II escribía en la «Familiaris Consortio» que «dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo».

La indisolubilidad y la procreación son dos grandes valores del matrimonio que son vistos hoy como cargas negativas, cuando son las claves para la verdadera plenitud y felicidad. Una pareja unida y feliz es un testimonio de la posibilidad y el valor de un amor inquebrantable, así como una familia unida y feliz es un testimonio de la bendición de los hijos.

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ZENIT Staff

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